La novela negra es la novela épica de estos tiempos
El escritor Domingo Villar platica sobre su novela El último barco, libro que después de 10 años retoma las aventuras del investigador Leo Caldas; el autor comenta que sus obras siempre son novelas policíacas por fuera y cuentos de amor a su tierra por dentro
José Pablo EspíndolaEn estos tiempos tan convulsos, los lectores están ávidos de historias en las que la esperanza de la paz brille al final. Y de alguna forma, la novela negra ofrece eso, ya que tiene una función de evasión, pero también incluye reflexión y permite hacer un viaje literario serio, honesto, humano y profundo.
Por otra parte, en casi la totalidad de las novelas policiacas, lo que se encuentra al abrirlas es un cierto desorden, pero el lector sabe que cuando termine de leer las páginas, de alguna manera ese caos habrá vuelto a la normalidad.
“Creo que la novela negra es la novela épica de estos tiempos. Estoy convencido de que si Alejandro Dumas o Cervantes vivieran hoy, escribirían novela negra; veo, además, que este género ha dejado el sótano, el inframundo literario, donde estaba recluida, y hay autores desde Vázquez Montalbán o Andrea Camilleri, quienes nos han enseñado que se puede hacer literatura de verdad, literatura que nos conmueva, culta y reflexiva”, asegura el escritor Domingo Villar (Vigo, 1971).
El español, tras 10 años de haber creado al inspector Leo Caldas, presenta su novela, El último barco, para seguir las aventuras de este hombre que se dio a conocer en Ojos de agua y después en La playa de los ahogados.
La serie ha sido traducida a más de 15 idiomas y ha cosechado un gran número de premios. El último barco (Siruela, 2019) ha sorprendido por sus ventas, a una semana de su lanzamiento, ya contaba con una segunda edición. Hasta ahora, el libro de 700 páginas lleva 10 ediciones más.
“Creo que es falsa esa idea que nos quieren vender de que todos los mensajes tienen que ser fugaces, que todo tiene que ser súbito, creo que queda un espacio para la reflexión, para la calma y la tranquilidad, para buscar el recogimiento que exige la lectura”, opina el escritor.
Villar no enloquece con el éxito, sabe que a veces estos movimientos son pendulares y reconoce que muchos de los mejores lectores les están siendo infieles con series de televisión.
Por otro lado, aunque es una novela de 700 páginas, se dice incapaz de escribir algo demasiado extenso, porque supondría algo parecido a lanzarse al mar sin ver la otra orilla, “al comenzar a nadar me abandonarían las fuerzas por no ver una referencia del lugar hacia el que quiero llegar”.
En cambio, comenta, sí es capaz de escribir un capítulo corto, como si fuera un cuento, con su introducción, nudo y desenlace y así, a través de cuentos pequeños, va desarrollando el libro, por lo que de manera involuntaria, y casi sorprendente, se encuentra con que poquito a poco la novela ha alcanzado una dimensión tan grande.
Una ventana al hogar de Domingo Villar
Con El último barco, Domingo Villar vuelve a mostrar las poblaciones costeras de Galicia, la ciudad de Vigo, una escuela de artes y oficios situada en el mero centro de la ciudad en la que se enseña a construir instrumentos gallegos tradicionales, el oficio del orfebre o del repujador de cuero, en fin, regresa a sitios que parecen ir un poco a contra mano en un mundo tan acelerado.
“Vuelve a verse todo de Galicia. Mis libros siempre son novelas policíacas por fuera y cuentos de amor a mi tierra por dentro. Yo escribo desde lejos, escribo desde Madrid, y de algún modo la terapia que me permite volver a casa es fabular acerca de mi tierra y es lógico que resplandezca un poco en mis libros, porque lo hace en mi imaginación y en mi memoria”, asegura el escritor.
El mar es otro elemento muy presente en las novelas de Villar, porque para él es muy difícil pensar en su tierra sin pensar en el mar. Recuerda que había dos denominadores comunes en todos los chicos que estudiaban el bachillerato en Vigo con él; uno, que todos tenían a alguien en la emigración, muchos de ellos en México; y dos, que tenían a alguien que trabajaba en el mar, por lo que en sus familias siempre había migrantes y marineros.
“Para mí, que vivo en Madrid es muy difícil pensar en Galicia sin pensar el mar, claro que lo extraño, lo echo de menos, en Madrid estoy muy a gusto, estoy muy feliz, pero también Ulises estaba muy feliz en la isla en brazos de Calipso y no deja de soñar con regresar a Ítaca”, dice.
El escritor considera que no hace falta conocer Galicia para poder disfrutar los libros, ya que estos hablan de un territorio muy local, pero como decía el poeta Miguel Torga: “lo universal es lo local sin paredes”
Así que lo que se encuentra en El útimo barco es una novela de policías, en la que hay una investigación, que trata de esclarecer el paradero de una mujer desaparecida, pero también es una historia que habla de la paternidad y de la maternidad, de los que no tienen voz y de la naturaleza.
“Está escrita con gran emoción, porque no encuentro una forma distinta de emocionar a un lector que escribir emocionado y a ello me consagro”, afirma.
Su gran personaje de novela
Más que venir heladamente, Domingo Villar indica que él ha ido a la mente de Leo Caldas, quien es el policía que investiga en sus novelas, y poco a poco lo ha ido descubriendo, familiarizándose con él y encontrándose más a gusto.
“Es un tipo tranquilo, un tipo reflexivo, un policía honesto que se detiene a escuchar a la gente, quien en muchas ocasiones no tiene voz o quien la auxilie o la ampare; no solamente investiga, sino a que su manera intenta reconfortar”, asegura Domingo.
Caldas y Villar comparten un territorio común, en el que nacieron y fueron niños felices; comparten un padre bodeguero que les enseñó que el campo tiene sus plazos y que como en las investigaciones o en la escritura uno puede incidir sólo de una forma ligera en esos tiempos. La sedimentación de las ideas y de las pruebas tiene un tiempo, que así como la viña madura en septiembre, los casos y los libros tiene su propio plazo de maduración.
“Compartimos algunos amigos, compartimos visitas a algunas tabernas. Él vive en Vigo, yo me marche de mi ciudad. Yo tengo una vida distinta, más solitaria, porque el trabajo de autor es más solitario, y Caldo tiene su vida en la comisaria, rodeado de gente, aunque su talante, curiosamente, es más lacónico y el mío, probablemente, es más alegre. Mis amigos me definen como un pesimista alegre, siempre me pongo en lo peor, pero siempre con una sonrisa”, cuenta.
Sin regirse por plazos o tiempos, el escritor asegura que existe el germen de otra novela. Dice que no tiene problemas con las ideas, sino con llevarlas a cabo.