La mañana debe seguir gris, de Silvia Molina, una historia de amor juvenil que no pierde vigencia

El Fondo de Cultura Económica reedita la primera novela publicada de la escritora mexicana, ganadora del Premio Xavier Villaurrutia en 1977
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La mañana debe seguir gris, ganadora del Premio Xavier Villaurrutia en 1977, sigue siendo una de las novelas más entrañables de la escritora mexicana Silvia Molina  (Ciudad de México, 1946), quien considera que su vigencia radica en ese tema universal y sin caducidad que desarrolla: un amor juvenil que enfrenta una serie de obstáculos.

Apreciada por jóvenes y adultos, esta historia con tintes autobiográficos que narra el romance que la escritora sostuvo con el poeta Juan Carlos Becerra en Londres en los años 70 se reedita ahora en la Colección popular del Fondo de Cultura Económica, un catálogo que incluye volúmenes de pasta suave con precios accesibles para todo el público.

Publicada originalmente en la editorial Joaquín Mortiz y reeditada posteriormente en otras editoriales, la novela sigue atrayendo lectores casi medio siglo después de su aparición, gracias a su lenguaje sencillo y el relato entrañable de un amor que no llegó a consumarse debido a la trágica y prematura muerte del poeta tabasqueño en un accidente en Italia.

“Creo que lo que hace que la historia tenga más contrastes es que existen impedimentos para ese cariño, para ese amor. Una serie de impedimentos sociales, familiares; el personaje tiene que ir saltando trabas todo el tiempo para poder hacer lo que ella quisiera”, dice a Reporte Índigo la autora.

En entrevista, la narradora, Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL Guadalajara 1998, comparte que volver a su primera novela le ha permitido reencontrarse con una época, una mujer y una escritora totalmente diferentes:

“Yo ya no me reconozco, ya han pasado muchísimos años. La verdad cuando releí las páginas dije: ‘qué chistoso, ya no soy ese personaje que existió hace tantos años y es extraño’,  al mismo tiempo sí me asombra que el libro siga teniendo vigencia”.

“Tenía mucho miedo de cómo iba a ver la novela porque la tuve que releer,  pero pasó algo interesante: un nieto mío de 17 años, que no vive en México, leyó la novela y me dijo que era como si una compañera suya de la escuela le estuviera contando una historia”.

La novela refleja nostalgia por Londres

Ambientada en Londres a principios de los años 70, cuando las canciones de los Beatles ya eran el soundtrack de esa generación y la revolución sexual vivía su pleno auge, una adolescente mexicana proveniente de una familia conservadora empieza a explorar su sexualidad, una sociedad e idiomas diferentes, así como un mundo cultural al que no estaba acostumbrada.

“Ahora que la releí me dio mucha nostalgia por el Londres de esa época, era precioso. Podías caminar a cualquier hora del día, con unos parques preciosos, con gente muy educada, con muy buenos servicios, con un clima al que te acostumbras finalmente, ya ni te importa porque vas descubriendo la ciudad. Es una cosa muy bonita y descubrir a la gente es más”, rememora.

Criada en una familia burguesa, la narradora de esta novela descubre que en aquel país acceder a anticonceptivos o hablar de salud sexual y reproductiva es de lo más normal, una realidad que contrasta con lo que entonces se vivía en México. “Aquí eso era impensable en esa época, en cambio en Londres y en otros países, lo que quería el gobierno era detener la natalidad”, refiere Molina, Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua.

La autora de El amor que me juraste y Quiero ser la que seré recordó que su primera novela nació como un cuento, en un taller de literatura impartido por Elena Poniatowska, quien fue la que la animó a escribirla.

En ese mismo taller, recuerda, fue el escritor y dramaturgo Hugo Hiriart quien la guió en la escritura. “Con él aprendí mucho de escritura, cómo escoger la palabra adecuada, cómo jugar con la escritura”.

La escritora logró sobrellevar la  dislexia

Molina, quien al principio estudió antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y de niña tuvo que sobreponerse a la dislexia para aprender a leer y a escribir, comparte que esa condición le dio muchas inseguridades al momento de escribir sus primeros textos literarios. Sin embargo, sus historias fluyeron de manera casi instintiva:

“La escritura me costaba mucho trabajo, porque cuando tienes dislexia te cuesta saber si es ‘v’ grande o chica, si es ‘s’ o ‘c’, porque estás preocupada en descubrir qué demonios has hecho, pero cuando escribí esta novela, la historia me salió espontánea”.

Con elementos autobiográficos y de ficción, La mañana debe seguir gris incluye apuntes de un diario que, además de ofrecer una especie de cronología del relato,  da una mirada a lo que estaba sucediendo en el mundo.  Según la autora, es un diario ficticio, construido para ese texto, por lo que para documentar lo que sucedía en ese año tuvo que ir a la hemeroteca:

“Busqué acontecimientos fuera de lo común, por ejemplo, un pastel que se hace con no sé cuántas toneladas de huevo, la primera operación del corazón, Avándaro,  la liga contra el divorcio en Italia, cosas que le dieran un contraste a la novela porque desde un principio tenía que decir que el personaje había muerto”.

Una vez publicada, la novela no sólo fue bien recibida por la crítica, recibió uno de los galardones literarios más importantes del país. Un reconocimiento que, confiesa, también la agobió por considerar que le hacía falta una verdadera formación literaria.

“La verdad yo estaba asustada porque, por la dislexia, fui mala lectora. Me dieron el premio Xavier Villaurrutia por la novela, tuvo buena recepción y yo decía: ‘ay, qué horror, no he leído nada’. Me tuve que inscribir a la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía  para leer todo lo que no había leído porque fui mala lectora. Yo empecé a leer tarde”

“Venía de una familia donde los libros eran importantísimos, estaba rodeada de libros en mi casa, sin embargo, mi falta de habilidad para leer me había alejado bastante de la lectura, como que yo misma no entendía que pudiera escribir y siguiera teniendo problemas de lectura y hasta la fecha, porque la dislexia no se quita, la puedes dominar”, dice la narradora que ha sido una presencia constante en la literatura mexicana.

La vigencia de José Carlos Becerra

La mañana debe seguir gris incluye, a manera de homenaje, una serie de poemas del tabasqueño José Carlos Becerra, fallecido en un accidente de tránsito en Italia, en mayo de 1970.  Sin embargo, tras su muerte y aún a la distancia, su obra poética sigue vigente y atrayendo a lectores y jóvenes escritores, considera Silvia Molina.

“Ha sido reconocido como uno de los mejores poetas de su generación y también se sigue leyendo mucho, por escritores, incluso por jóvenes poetas. Es un hito en la literatura mexicana”.

Otras novelas de la autora

  • La mañana debe seguir gris (Joaquín Mortiz, 1977)
  • Ascención Tun (Martín Casillas, 1981)
  • La familia vino del norte ( Cal y Arena, 1988)
  • Imagen de Héctor (Cal y Arena, 1990)
  • El amor que me juraste (Joaquín Mortiz, 1998)
  • Muchacha en azul (Joaquín Mortiz, 2001).
  • En silencio, la lluvia  (Alfaguara, 2008).
  • Matamoros, el resplandor de la batalla (Grijalbo, 2010)
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