La Luna, Venus y una bola de fuego

Como se vio unas horas después con ayuda de la fotografía de Reichert, la bola de fuego había caído sobre Bélgica, a unos 230 km de la posición del fotógrafo
Pablo Espindola Pablo Espindola Publicado el
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En ocasiones, ¡no hay mejor director artístico que la propia naturaleza! Y Uwe Reichert ya lo comprobó. Él agarró su cámara con la única intención de fotografiar la conjunción de la Luna, de tres días, y la brillante Venus.

En el patio trasero de su casa en Alemania, los árboles le impedían ver el horizonte de poniente, por lo que empezó a pasear por el vecindario en busca de una perspectiva mejor. Después de tomar algunas fotos desde distintas posiciones, acabó en las afueras, donde se podían ver ambos objetos celestes brillando por encima de algunas nubes dispersas en la lejanía.

Puso la longitud focal de su teleobjetivo de 100-400 mm a 180 mm, eligió una pequeña apertura de f/10 para que se vieran algunos rayos procedentes de Venus y cambió la sensibilidad a ISO 4000 para poder mantener un tiempo de exposición lo bastante corto como para evitar que la imagen saliera borrosa debido a la rotación de la Tierra. Por pura casualidad cósmica, en el preciso instante en que pulsaba el botón del mando de la cámara, Reichert vio cómo algo brillante caía del cielo.

En primer lugar, una luz blanca destelló por encima de Venus, bajando a gran velocidad y tornándose un verde brillante, y lo que había parecido un único objeto se desintegró en una lluvia de chispas más pequeñas, que mantuvieron la trayectoria original hasta desintegrarse justo por encima del horizonte.

Reichert, con una larga experiencia como observador aficionado y profesional, había sido testigo de numerosos fenómenos celestes, incluidos innumerables meteoros y algunas bolas de fuego, pero este le resultaba extraño: las chispas se asemejaban más a las de los fuegos artificiales que a los de una estrella fugaz. Pero tanto la velocidad del objeto como el ángulo tan estrecho en el que dispersaban las chispas parecían desmentir que se tratase de fuegos artificiales o algún otro artefacto pirotécnico.

En pocos segundos, Reichert experimentó muy distintas emociones, pasando del asombro y la perplejidad a la euforia. ¿Realmente había viso cómo un cuerpo cósmico se quemaba en la atmósfera terrestre? Cuando miró la pantalla de la cámara, se llevó una sorpresa aún mayor: el objeto había cruzado el campo de visión de la cámara y había dejado un trazo brillante en la imagen. Este parecía haber horadado las nubes, tal y como habría hecho un objeto al caer desde una gran altitud a la Tierra. Era evidente que sí que había caído un objeto, pero teniendo en cuenta su trayectoria total debía de haber estado por encima de las nubes. Así pues, el fenómeno debía de haber sucedido a una distancia mucho mayor de lo que aparentaba.

Como se vio unas horas después con ayuda de la fotografía de Reichert, la bola de fuego había caído sobre Bélgica, a unos 230 km de la posición del fotógrafo. Cientos de personas habían sido testigo del fenómeno y se habían registrado numerosos avistamientos desde Bélgica yHolanda, donde la imagen de Reichert apareció en varios portales de noticias al día siguiente.

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