Más allá de influir en la estimulación fisiológica del hambre –y otras veces en nuestros injustificables antojos-, el sentido del olfato es nuestro mejor aliado para advertirnos de los peligros del medio ambiente y, además, es herramienta clave para relacionarnos con los demás.
Es, sencillamente, un sentido indispensable para el ser humano, aunque quizá no del todo para quienes lo carecen, según el estudio Learning about the Functions of the Olfactory System from People without a Sense of Smell, realizado por investigadores de la University of Dresden Medical School, en Alemania.
El propósito de este estudio es entender el papel que juega el sentido del olfato en el ser humano a través de aquellos que lo carecen desde nacimiento, un padecimiento que se conoce como Anosmia Congénita.
La curiosidad que este grupo de investigadores despertó por conocer si el sentido del olfato enriquece la información de otros sistemas sensoriales –vista, tacto y audición-, y si ello nos permite profundizar nuestra experiencia del mundo, o si, de lo contrario, es independiente del resto de los sistemas.
Así, utilizaron un extenso cuestionario para analizar qué tanto los pacientes se veían perjudicados en su vida diaria al no gozar de un sentido del olfato, con temas que cubrían desde la ingesta de alimentos -hábitos, preferencias en alimentos- y los riesgos de sufrir accidentes en casa, hasta la higiene personal -qué tan frecuente se dan un baño, por ejemplo- y de comportamiento social -bienestar, relaciones de pareja, inseguridades-.
A pesar de mostrar un aumento en inseguridad, el riesgo de sufrir síntomas de depresión y de tener accidentes en casa –ámbitos en los que el sentido del olfato es clave-, los resultados no mostraron grandes diferencias con respecto a las funciones de la vida diaria de un grupo control de personas sanas.
Aún así, los investigadores concluyeron que a pesar de que el afectado puede tener un buen control y manejo de la enfermedad, no consideran que el sentido del olfato puede ser dispensable, por lo menos no en occidente.
¿Hasta qué grado, entonces, dependemos del sentido del olfato?
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