La pintura en México es una de las artes con mayor tradición, desde la fundación de la Academia de San Carlos la plástica mexicana ha contado con un impulso que ha atravesado los más tumultuosos sucesos. A principios del siglo XX el arte mexicano vio un renacer en espíritu, temáticas y exponentes, de ahí se alzaron grandes nombres como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o Frida Kahlo.
Si bien hubo quienes acapararon los elogios, el éxito y la fama en su tiempo, también hubo aquellos que, a pesar de su claro talento, tuvieron que esperar para que llegara el reconocimiento; Santos Balmori fue uno de ellos.
El prestigio le llegó a Balmori tarde, a finales de la década de los 80 sus obras fueron exhibidas en el Palacio de Bellas Artes y en el Museo de Bellas Artes de Asturias. A partir de ahí, y con su muerte, su legado quedó oscurecido a pesar de contar con obras en las colecciones de importantes museos de México y España. Quizá como corrección de este error el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través del Museo Nacional de Arte (MUNAL), presentan la retrospectiva Santos Balmori. La Huella Indeleble. En esta exposición temporal, que está disponible en las salas de exhibiciones provisionales de la planta baja del recinto, se presentan más de 300 obras del pintor y maestro mexicano provenientes de distintos museos y colecciones privadas.
Una exposición personal
El trabajo curatorial, que tomó tres años de gestión e investigación de archivo, corre de la mano de María Estela Duarte y Gerardo Traeger con la colaboración de los investigadores Emanuel Ortiz y Andrea Gonzáles. La exposición presenta ocho núcleos temáticos en los cuales se ve la transición del autor por diferentes caminos que tomó su vida y su carrera. El primero de estos bloques, “Gabinete Personal”, muestra el material con el que el pintor de raíces asturianas trabajó en los últimos años de su vida. Esto es posible gracias al involucramiento de Gerardo Traeger, quien desarrolló una amistad con Balmori en su última década de vida.
“Esta parte me emociona mucho porque yo tuve la suerte de conocer al maestro en sus últimos diez años de vida, yo era muy joven y realmente nos hicimos muy cercanos; estuve presente en todo, incluido en su muerte. Este gabinete personal está empapado de anécdotas, situaciones que van desde fotos de él de niño hasta otras donde aparezco yo, como cuando le hicieron un homenaje en el Museo de Bellas Artes de Asturias y él está recibiendo un doctorado honoris causa de manos del director de la Universidad de Oviedo, yo estoy ahí a su lado”, mencionó Traeger en un recorrido a medios.
El amigo de Balmorí también mencionó haber guardado, catalogado y archivado por 40 años fotos, bocetos y materiales que forman parte de la presentación, con el objetivo expreso de realizar una retrospectiva.
En opinión de Emanuel Ortiz, el redescubrimiento que se hace de la obra de Santos Balmori a final de su vida, y en esta exposición, se da en gran parte por su carrera como docente. “Muchos de los alumnos que él tuvo se dieron cuenta de la importancia de la labor que estaba haciendo. Cuando él se retira de la academia en la década de los 60 comienza de nuevo un trabajo pictórico y artístico todos los días. Sobre todo, en los últimos 20 años de vida va a ser Gerardo Traeger uno de los grandes gestores para que su obra vuelva a ser observada.
“Con esta nueva atención se redescubre el lenguaje propio que Balmori tenía, que lo diferencia de muchos artistas de su época, a partir de ahí se queda en el ojo del interés público, tanto de artistas como de críticos especializados. Sin embargo, después de su muerte en 1992 él queda un poco relegado, debido a que su obra no está en manos de coleccionistas que acostumbren a prestar sus piezas”, comenta el investigador y ayudante curatorial.
Un verdadero maestro
Este redescubrimiento es necesario puesto que en su época Santos Balmori se vio apartado, quizá por cuenta propia, de las temáticas nacionalistas que permeaban en la plástica mexicana del siglo XX. La pintura y la gráfica del asturiano recogía los ecos de las vanguardias europeas y norteamericanas en una época donde los ítems mexicanos, como el muralismo y su veta más adoctrinante, dominaban las palmas del arte nacional.
“La primera exposición que tiene Balmori cuando llega a la Ciudad de México en 1936 es una muestra individual que recibe malas críticas por el ambiente que imperaba en el país, que es el de la Escuela Mexicana de Pintura, y él al contar con un lenguaje muy académico y muy europeo no es recibido con buenas críticas. Mucho de lo que se le crítico, y que lo llevó a la docencia por 30 años, fue su exploración académica y de vanguardias europeas”, señala Gonzáles, quien también apunta que Balmori tomaba elementos estilísticos de estas corrientes, los trabajaba, abandonaba y rescataba solo lo necesario para su lenguaje pictórico.
Es su labor como docente la que lleva a Balmori a ser una figura fundamental para la plástica mexicana del siglo XX. Su trabajo en la Escuela de Nacional de Pintura, Escultura y Grabado lo llevó a ser el puente entre la pintura de principios de siglo y la generación de La Ruptura -como se le llamó a los artistas del mediados de siglo que incorporaron elementos más cosmopolitas en su arte.
“Hay artistas que construyen puentes y uno de estos puentes los hace Balmori a través de la docencia. Muchos artistas alumnos suyos se empezaron a alejar de la Escuela Mexicana de Pintura y se acercaron a las vanguardias para adoptarlas y adaptarlas a un lenguaje propio pero carente de folclorismo. Esa es la gran importancia de Santos Balmori, como educador y maestro siempre permitió una exploración libre y reflexiva”, señala Ortiz. Esta labor como mentor se puede observar en uno de los núcleos de la exposición, “Educación, alumnos y trazos” donde se exponen obras de discípulos suyos.