Helena Paz Garro, hija Octavio Paz y Elena Garro, murió el 30 de marzo en su casa de Cuernavaca. En su última entrevista, que realizó la revista Quién para conmemorar los 100 años del nacimiento de su padre, la mujer de 74 años reveló que su relación con él pasó por muchas etapas.
“De niña me cargaba en sus piernas, en su espalda, y jugábamos… Lo quise mucho”, relató sobre su infancia. También recordó con cariño las cartas que Paz le enviaba durante su estancia en Suiza, donde estudió en su juventud. Los altibajos en la vida de la también poeta comenzaron años después.
Hija de sus padres
Helena nació en 1938, 21 años antes del divorcio de Paz y Garro. Después de una infancia feliz, la separación sacudió su juventud y la obligó a tomar un lado. Helena eligió a su madre.
La cercanía entre las mujeres solamente creció con los años. En 1968, la matanza de estudiantes de Tlatelolco trajo consigo un rompimiento en la vida de Helena.
De acuerdo al libro “El asesinato de Elena”, de Patricia Rosas Lopátegui, el dúo debió abandonar el país porque se les consideraba responsables del movimiento estudiantil. Otras versiones afirman que su exilio fue consecuencia del rechazo de la comunidad intelectual.
“Las Elenas” pasaron por Estados Unidos y España, pero finalmente se instalaron en París, donde vivieron a lo largo de dos décadas.
Durante este tiempo Helena amó y odió a su padre, a quien culpaba por haberla abandonado. En 1990, cuando Paz ganó el premio Nobel, pidió a su hija que lo acompañara a Suiza a recibirlo, en un gesto que fue un paso más en el camino para que la escritora consiguiera perdonarlo. Hacia el final de su vida, Helena lo logró.
En sus últimos años, la polémica persiguió a la poeta, que luchó incansablemente porque se reconociera la obra de su madre. Ahora, sus restos descansaran junto a los de la autora de “Los recuerdos del porvenir”.
Con la muerte de Helena termina la historia de una familia dedicada al arte. Después de los fallecimientos de Paz y Garro en 1998, su hija permanecía como ancla inevitable a los pensamientos de estos dos autores.
El momento no pasó desapercibido: falleció en el marco de la celebración de los 100 años del nacimiento de su padre, irónicamente el progenitor que Helena menos quiso –o menos pensó que necesitaba– promover.
El mito de Elena
Octavio Paz la llamó “la mejor escritora de México”, Elena Poniatowska la describió como una seductora absoluta, Patricia Rosas Lopátegui la calificó de víctima y para Helena Paz fue su mejor amiga. Pero Elena Garro solamente se refirió a ella misma como “una outcast. Una indeseada”.
En toda entrevista y mención de su exesposo, con quién casada estuvo 22 años, habló sobre él como una cárcel, que no le permitía ser periodista, ni escribir ni brillar. Y sin embargo la evidencia la contradice.
Todo testigo de la dinámica del matrimonio afirmó que el poeta la adoraba como solo Elena sabía hacerse adorar. Y así fue idolatrada por muchos: escritores, amantes, estudiantes deseosos de encontrarse con ella, su hija. La escritora fue la única en verse como un ser indeseable.
Su huella en la literatura mexicana es indeleble, a pesar de haber estado siempre ensombrecida por el nombre del padre de su hija. Algunos dicen, incluso, que es la escritora mexicana más importante después de Sor Juana Inés de la Cruz, y que es precursora del realismo mágico porque su libro “Los recuerdos del porvenir” se publicó antes que “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez.
Y antes de recomendar leerla es necesario hacer una advertencia, que Poniatowska dejó clara en una frase de su biografía de la escritora: “Elena se echaba a la bolsa a quién se le antojaba”.
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