La exposición “Danzografía” muestra la belleza del movimiento
Más de 30 fotografías de algunos de los mejores bailarines del país cuelgan de las paredes del Salón Malafama en la nueva exposición de David Flores Rubio
Pablo AbundizPara David Flores Rubio, la danza y la fotografía no son dos entes separados que forman parte de una misma creación artística. A pesar de las claras diferencias entre una y otra disciplina, una es el arte del movimiento —la fluidez que no se puede repetir ni conservar—, otra es el oficio de lo estático —la preservación eterna de una imagen fija—, David conjuga las dos con su lente en un ejercicio que llama Danzografía y que estará disponible en el Salón Malafama hasta el 31 de diciembre.
En medio de tacos, mesas y carambolas, Danzografía se presenta como una muestra personal donde el artista de la lente ofrece a los asistentes vistas de 30 fotografías, en mediano y gran formato, de algunos de los bailarines y bailarinas más reconocidos de las tablas mexicanas. Con su lente, David ha podido capturar los movimientos y la personalidad de personajes como Aldo Meráz, Anie Guastone o Carolina Patiño y con ello muestra la danza como un arte sin categorías, en donde el ballet, la danza contemporánea y la salsa conviven como una sola disciplina.
Para David, los cuerpos privilegiados de los bailarines son solo una envoltura de las inteligencias que su disciplina les impone; dedicación, astucia y emotividad se hacen presentes en una carrera en los escenarios.
“Hemingway era un alcohólico tremendo, pero era un gran escritor, no tenía una inteligencia emocional que le permitiera llevar su día a día sin beber, Picasso tampoco podía relacionarse sanamente con la gente, su inteligencia era visual, pero un bailarín, uno completo, necesita todo eso porque en el templete se ve todo eso.
“Un escenario es una pintura viviente, necesita musicalidad, buen gusto visual, corporalidad y empatía porque si no lo tiene no va a conectar la escena; todas esas habilidades que son diversas y complejas deben convivir en un bailarín para que pueda ser verdaderamente un artista” apunta Flores Rubio.
El inicio del oficio
La fascinación por la danza llegó para David como lluvia en el desierto donde creció. Después de una infancia añorando arte y cultura en una comunidad, ahora abandonada del yermo chihuahuense, el fotógrafo tuvo la oportunidad de acercarse al baile.
“Siempre tuve una fascinación por el arte, mis papás eran maestros rurales, entonces, en mi casa siempre hubo libros, pero fue hasta que me mudé a Hermosillo, Sonora, que me tocó vivir algo muy bonito. Una explosión de danza contemporánea con grupos muy importantes que a la fecha siguen siéndolo como Antara, La lagrima o, mi favorito, Monorriel. Todos estos grupos de finales de los 90 y principios de los dos mil hicieron cosas maravillosas como el festival Un Desierto para la Danza; entonces, yo como adolescente quedé fascinado con el cuerpo en movimiento”, comenta el artista de la lente.
A pesar de su interés por el baile, David nunca pensó poder hacerlo; sin embargo, continuó asistiendo a espacios dancísticos. Fue ya como adulto, viviendo en la Ciudad de México, que su fascinación se convirtió en un ejercicio diferente.
“Me encantaba meterme a ensayos y a clases de danza, pero como uno no puede estar de mirón solamente me llevaba mi cámara y así fue como conocí a muchos bailarines. Con esto quedé asombrado por la conjunción de inteligencias que se requieren para ser bailarín, ser bailarín es una de las profesiones más difíciles que existen, quizá la más difícil, porque en la mayoría de las profesiones, como la mía, está en juego el intelecto, pero nunca el físico”, reflexiona el fotógrafo para quien ni los deportistas tienen la exigencia de los danzantes.
Lo que aprende el cuerpo
David dice que sin la danza él no sería fotógrafo, o al menos no hubiera explorado el cuerpo humano con la destreza con la que lo hace.
“Siempre pensé que iba a ser escritor, pero algo que me fue pasando al ir entrando al mundo del baile fue la oportunidad de acercarme a mi cuerpo. Aún sin bailar soy un tipo muy consciente de mi corporalidad y de la relación que tengo con otras personas a través de mi cuerpo, todo eso me hizo ser una persona diferente.
“Estar cerca de la danza te permite percibir el cuerpo de otra manera y percibirte a ti mismo de otra manera, pero estamos en una sociedad en la que el cuerpo es maltratado por uno mismo o por los demás, lo que ofrece el baile es la oportunidad de tener una relación corporal desde la consciencia de las maravillas del cuerpo”, comenta el fotógrafo.
Esta relación corporal está expresada por la lente de David en las impresiones que cuelgan de las paredes del Salón Malafama, pero su intención no se acerca en lo absoluto a la ornamental. “Quiero que mis fotografías seduzcan al público para que la gente se acerque a los teatros. No quiero que sea solo una fotografía linda, no, yo quiero que la gente al ver mis imágenes se les mueva algo. Que la gente al verlas se pregunte por cómo se verán los bailarines en el escenario, quiero que ese sea mi aporte a la danza.” señala David de sus intenciones.
El estudio del fotógrafo busca posicionarse como la antítesis de una academia de baile, para David la única manera de que el movimiento se traslade a la imagen fija es mediante la independencia. “En mi espacio quiero que los bailarines estén en libertad. Ellos tienen una formación casi militar, están educados desde pequeños en la obediencia así que en mi estudio quiero que ellos hagan lo que se les dé la gana, y es algo que yo propicio. Cuando la gente vaya a ver mis fotografías van a ver en cada una de ellas un acto de libertad, así es como yo defino mi trabajo”, remata Flores Rubio.