La esencia de Mathias Goeritz
Hoy se cumplen 104 años del nacimiento de este arquitecto y escultor alemán, quien le dejó un legado eterno a México, gracias a la sensibilidad con la que realizaba sus piezas
Fernanda MuñozWerner Mathias Goeritz Bruner sigue vivo. Aunque murió hace 29 años en la Ciudad de México, el arte que este arquitecto, pintor, escultor y poeta le dejó al país azteca hace que su esencia siga presente, provocando interés en la gente que mira sus piezas.
Desde joven, Mathias, quien intentó estudiar medicina en su tierra natal, Alemania, visitó diferentes países en busca de inspiración artística. Y aunque en España logró encontrar un hogar, eso cambió. Después de que ingresó a la Academia de las Artes por su búsqueda en el leguaje y técnicas que hicieran crecer a sus colegas, Goeritz criticó a este instituto, haciendo que lo dejaran fuera del mismo, e incluso de la nación que lo había resguardado.
A inicio de los años 50, tocó tierras mexicanas gracias a la recomendación que el artista Alejandro Rangel Hidalgo le hizo al arquitecto Ignacio Díaz Morales, quien trabajaba en la construcción del programa de la entonces recién inaugurada Escuela de Arquitectura de Guadalajara. Se buscaban artistas europeos.
“Este personaje es un hito importante en México, no solamente por el acto de ser una persona que profesó la arquitectura, la pintura y la escultura, sino también porque incursionó en el ámbito de la docencia”, dice el profesor de arquitectura Wilfrido Gutiérrez, de la UNAM, en entrevista con Reporte Índigo.
Gutiérrez, quien fue alumno de Goeritz cuando éste exponía diseño básico, una de las materias que manejaba además de educación visual, asegura que Mathias planteó como docente un programa en el que intentó generar en los alumnos la emoción a través del arte.
Por otro lado, el catedrático de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón destaca el carácter experimental de Goeritz a través de la escultura, explorando siempre de manera analítica las posibilidades de los materiales, los espacios y el cuerpo humano.
En los años 60, Mathias Goeritz sintió que la arquitectura empezaba a perder vigencia y sensibilidad, volviéndose más técnica su aplicación y dejando de lado los sentimientos con la que se debía ejecutar.
“El entorno del hombre moderno se ha ido haciendo cada vez más caótico (…) la fealdad de muchos elementos indispensables y de la publicidad en general desfiguran las comunidades urbanas. Como consecuencia, hay una urgente necesidad de diseño artístico enfocado en la ciudad contemporánea y en la planeación de las vías públicas”, dijo el propio Goeritz, poco antes de ser el arquitecto de la Ruta de la Amistad (piezas de artistas extranjeros situadas en Parques del Pedregal) con el fin de que los visitantes de la Ciudad de México, por los Juegos Olímpicos, tuvieran buenas obras de arte que admirar.
Aunque para el profesor Gutiérrez es difícil elegir cuáles son las piezas del alemán más importantes, declara que entre ellas pueden aparecer las Torres de Satélite, que hizo en 1957; Tú y yo, en 1989, también conocida como “Los Bigotes”; el Museo del Eco, en 1952, y el Pájaro de fuego, en 1957.