La Cristiada. “La Iglesia y el Estado se equivocaron sobre la profundidad de la fe del pueblo mexicano”: Jean Meyer

Reeditan La Cristiada, de Jean Meyer, a 50 años de la primera publicación de esa obra que documentó con testimonios de primera mano ese cruento episodio del México revolucionario
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Hace poco más de 50 años un joven Jean Meyer (Niza, 1942) llegó a México atraído por la historia de campesinos católicos que se levantaron en armas entre 1926 y 1929 debido a la suspensión del culto público. Había escuchado del tema en París, en un seminario de doctorado de historia de América Latina donde tenía como compañero a un padre jesuita, Jorge Moctezuma. Su idea original era estudiar el zapatismo y al Caudillo del Sur, pero el religioso lo convenció de que ése ya era un tema muy estudiado y que, si buscaba un tema virgen, estaba La Cristiada, aunque le advirtió que no sería fácil debido al escozor que todavía causaba el tema.

“Le debo al padre Moctezuma el tema y el libro. Además, en esos mismos años había un joven historiador norteamericano que estaba escribiendo la historia del zapatismo, John Womack, así que qué bueno que cada quien tuvo su tema”, dice en entrevista el historiador a 50 años de la publicación de La Cristiada, la obra que definió su carrera y que lo hizo quedarse en México.

“El encuentro con esa gente me hizo mexicano, por eso me quedé en México. Me encontré unos maestros de vida, encontré hombres fabulosos, de una sabiduría y de una inteligencia extraordinarios”, dice el profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) nacionalizado mexicano a Reporte Índigo, a propósito de la tercera edición de esa obra que cumple medio siglo de vida.

Publicada en tres volúmenes, entre 1973 y 1975, esa obra que recuperó y redefinió ese escabroso episodio del México revolucionario encontró reticencias entre los mismos asesores de la editorial porque lo consideraban un tema “mocho y reaccionario”. Desde otra perspectiva, Arnaldo Orfila, que acababa de fundar Siglo XXI editores con una marcada identidad marxista, decidió publicarla.  “Él se dio cuenta de que se trataba de un movimiento popular, comparado al zapatismo o al villismo. De hecho, muchos antiguos zapatistas y villistas fueron cristeros, volvieron a levantarse en armas en esa ocasión por el motivo religioso. Además, Orfila, como buen editor preocupado por el negocio, intuyó que, en un país católico como México, el tema, que estaba olvidado y opacado por una voluntad de no hablar de eso, iba a tener público y efectivamente siempre lo hubo”, señala el autor, quien añade que hasta ahora la obra se ha reimpreso más de 20 veces.

El general Gorostieta no fue un Saulo de Tarso

Más que de nuevas ediciones, el historiador prefiere hablar de reimpresiones, pues en medio siglo el contenido original no ha cambiado.  Sin embargo, en el texto introductorio de estos nuevos tomos Meyer aprovecha para incluir actualizaciones sobre ese estudio que se basó en testimonios de los propios cristeros, ya que a su llegada al país se topó con que los archivos oficiales, tanto del gobierno como de la Iglesia, estaban cerrados.  Sobresale un “mea culpa”, como él mismo lo llama, que echa abajo la versión popular de que el general en jefe del movimiento, Enrique Gorostieta, se unió a la causa porque estaba resentido con los revolucionarios y que se convirtió al catolicismo después de haber atestiguado la fe de los soldados cristeros, como Saulo de Tarso al transformarse en San Pablo. “Lo que a mí me contaron es que era del norte de Monterrey, de una familia liberal, nada católico, masón, y que entró al conflicto por rencor a un gobierno revolucionario que había truncado su carrera y que, al contacto con los cristeros, habiendo probado la fe del pueblo mexicano, se volvió católico”.

Pero un día, caminando en Polanco se topó con una mujer que lo abordó para contarle que era nieta del general Gorostieta: “Me felicitó por el libro y me dijo: ‘perdón, pero hay un error. Usted dice que mi abuelo era un liberal y masón y no, toda la familia es muy católica desde siempre, como los católicos mexicanos: por los cuatro costados, y se lo puedo demostrar porque encontré en los papeles de la familia las cartas que le escribía a mi abuela antes y durante la guerra’”, recuerda.

Aunque esa revisión ya fue mencionada hace cinco años en una versión condensada de La Cristiada en francés, es la primera vez que se incluye en la edición en español.

Añade que otros de los hallazgos después de la publicación de su libro se dieron una vez que la Iglesia Católica en México y el Vaticano, tras la muerte del Papa Juan Pablo II en 2005, abrieron los archivos de esa época. “Descubrí, y lo publiqué en revistas académicas, que la mayoría de los obispos estaban en contra de la suspensión del culto, muchos no simpatizaron con la lucha armada; fue una minoría, obispos muy radicales con el apoyo de jóvenes jesuitas radicales que, brincándose al Episcopado Mexicano, llegaron directamente al Papa para convencerlo de que había que suspender el culto en México. Fue de esa manera, un poco tramposa, que se suspendió el culto”, dice.

Por el otro lado, sostiene, el gobierno de Plutarco Elías Calles también reaccionó de manera equivocada al conflicto.  “El Estado despreciaba,  pensaba que el catolicismo era cosa de mujeres o de viejitos que le tienen miedo a la muerte, y la Iglesia lo llegó a decir, que la fe del pueblo mexicano era muy superficial y que no iba a pasar nada, entonces, la suspensión del culto público era como un medio de presión sobre el gobierno mexicano para que retirara sus leyes que amenazaban efectivamente la independencia de la Iglesia y  entonces ahí sí chocan dos trenes, pero los dos se equivocaron totalmente sobre la naturaleza y la profundidad de la fe del pueblo mexicano.

“Cuando el clero decide suspender el culto público, piensa que podrá seguir administrando los sacramentos en casas particulares, y el gobierno contesta que no, que eso se puede hacer sólo en los templos y prohíbe misas privadas, bodas, matrimonios, bautizos o dar los últimos sacramentos y es cuando la gente dice: no. Un cristero me dijo: ‘después de una vida de perro, morir como un perro, sin los sacramentos y sin ser enterrado en tierra sagrada, eso no’. Es la mejor expresión que encuentro de la motivación religiosa del conflicto”, plantea.

La diversidad religiosa en el país

A casi un siglo de la Guerra Cristera, en México la secularización ha ganado terreno y se vive una diversidad religiosa, apunta Jean Meyer, Premio Nacional de Artes y Ciencias 2011.

“Si bien México sigue siendo en su mayoría católico, hay también una gran diversidad religiosa, la presencia protestante se encuentra a nivel nacional, especialmente fuerte en regiones, como el sureste, pero la diversidad religiosa en el México cristiano es un hecho, sin mencionar minorías no cristianas. México sigue siendo católico en un 70 por ciento y hay un 10, 12 por ciento de protestantes de todas las familias, pero como en todas las sociedades modernas, que llamo secularizadas, la práctica religiosa ha disminuido”.

Sobre el autor

  • Nació en Niza en 1942
  • Es doctor por la Universidad de París X Nanterre
  • Vive en México desde hace 50 años y se considera más mexicano que francés
  • Además del conflicto religioso, ha estudiado otros temas de la Revolución mexicana, como las luchas campesinas y el sinarquismo
  • Es profesor e investigador en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)
  • En 2011 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes
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