Juguetes sin género

Todo comenzó en el 2008, cuando Antonia Ayres-Brown, de entonces 11 años, se dio cuenta de una tendencia en los restaurantes McDonald’s a los que asistía con su familia en New Haven, Connecticut: cuando pedían una Cajita Feliz, les preguntaban si querían un “juguete de niña” o uno “para niño”.

A la joven, ahora estudiante de preparatoria de 16 años, esto le pareció problemático. ¿Qué pasaba si a una niña le gustaba más el producto catalogado como “de niño”, o viceversa? 

Ana Paulina Valencia Ana Paulina Valencia Publicado el
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Todo comenzó en el 2008, cuando Antonia Ayres-Brown, de entonces 11 años, se dio cuenta de una tendencia en los restaurantes McDonald’s a los que asistía con su familia en New Haven, Connecticut: cuando pedían una Cajita Feliz, les preguntaban si querían un “juguete de niña” o uno “para niño”.

A la joven, ahora estudiante de preparatoria de 16 años, esto le pareció problemático. ¿Qué pasaba si a una niña le gustaba más el producto catalogado como “de niño”, o viceversa? 

Así que escribió una carta al que fuera CEO de la compañía, Jim Skinner –que cedió su puesto a Donald Thompson en el 2012– expresando su inconformidad.

La respuesta, en ese momento, no fue positiva. Un ejecutivo de atención al cliente de McDonald’s afirmó que no se le pedía a los empleados que se refirieran a los juguetes de cierta forma y que la experiencia de Antonia era poco común.

Así que la pequeña decidió probarles que se equivocaban y, junto con su padre, visitó “más de una docena” de sucursales para recolectar datos.

“Al final, hicimos una queja ante la Comisión de Derechos Humanos y Oportunidades de Connecticut, en contra de la discriminación con base en sexo de McDonald’s”, explicó la estudiante en un artículo para Slate. 

“A pesar de la evidencia de que, en nuestras pruebas, más del 79 por ciento de las veces los empleados se referían a los juguetes según un género, la comisión dijo que nuestros argumentos eran ‘absurdos’. Fue una derrota humillante”, dijo.

Antonia no se rindió. Reclutó a varios niños y niñas entre siete y 11 años, para que visitaran 15 sucursales de la cadena en 30 visitas totales y pidieran una Cajita Feliz. En 92.9 por ciento de los casos, los empleados les daban el juguete que la empresa había asignado para su género aparente, sin preguntar cuál preferían.

Al pedir un cambio, recibieron una negativa en 42.8 por ciento de los casos. En una de las visitas, una niña que pidió un juguete “de niño” recibió el “de niña”, y cuando solicitó que lo cambiaran le dijeron que ya no tenían del otro. Entonces, la investigadora envió a un hombre adulto a realizar una compra inmediatamente después y este recibió el ejemplar que se le había negado a la niña.

“En lugar de hacer otra queja, intenté un acercamiento más conciliatorio. Escribí al CEO, ahora Donald Thompson, explicándole los resultados de nuestro estudio y expresando mi preocupación por los efectos negativos de los juguetes clasificados por género”, señaló.

Poco después, la jefa de diversidad de McDonald’s le respondió que la compañía cambiaría sus políticas. La acción de una adolescente había conseguido un cambio.

“El problema podría parecer trivial, pero consideren esto: McDonald’s vende más de mil millones de Cajitas Felices por año. Al preguntar por género, presiona a muchos niños a adaptarse a los estereotipos de género”, indicó. “Los vendedores no tienen que usar estas categorías cuando pueden solo describir los juguetes y permitir que los niños elijan el que más les atrae”. 

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