La libertad obtenida por las personas para mostrarse ante el mundo tal cual son ha sido con base en muchas luchas y vidas. Cruzar contra corriente estereotipos e ideas arraigadas de una sociedad que, ante lo diferente, señala y discrimina. En la obra Juguetes rotos, un vestido y zapatillas rojas se vuelven símbolos para poder salir de aquellas jaulas, no sin antes olvidar a todas aquellas personas que vivieron bajo la represión sexual, que no pudieron expresar quien verdaderamente son, o no iniciaron ese camino hacia ese derecho.
“Es un terreno que hemos ido ganando gracias a las voces que han sido calladas, torturadas y asesinadas. Ahora que parece que hay muchas más libertades, creo que hay que defenderlas a capa y espada, porque pueden desaparecer”, asegura Carolina Román, directora de la puesta, a Reporte Índigo.
Un mensaje a partir del teatro
Luego de más de dos años de escenificarse con localidades agotadas en España y, como parte del 49 Festival Internacional Cervantino en Guanajuato, la puesta en escena Juguetes rotos, ícono del teatro español contemporáneo, se presentará el día de hoy en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris para narrar la historia de Mario, quien, tras recibir una llamada, ve como su vida cambia para siempre.
A partir de ese instante, Mario llevará al público a través de instantes de su existencia, desde su infancia, cómo logra salir de su pueblo para ir a Barcelona, donde conoce a Dorin, quien lo va a guiar hasta despojarse de una jaula impuesta por la sociedad durante una España franquista y ser la mujer que siempre anheló.
Un mensaje que, considera la directora, no se trata de lecciones, sino de educar emocionalmente a alguien desde un lugar no pretencioso, mostrar otras realidades, sin que las otras peligren.
“Falta mucho, esto es pico y pala, como se dice en España, y realmente falta mucho por hacer, sobre todo asegurarnos de que nosotros hemos escogido una historia que pasó hace 45 años, esto está aquí a lado, acaba de ocurrir; sin embargo, no hay nada en teatro, por lo menos en España que hable de todo esto”, opina.
Para Carolina, se trata de hacer con esta pieza un compromiso para tomar este testigo y desde ahí también hacer que las generaciones venideras sepan de dónde vienen para seguir ejerciendo sus derechos.
“Tenemos que seguir pasando el aporte a los que nos preceden para que no se olviden, esta famosa memoria histórica tan frágil, a veces, manipulada. Tenemos que hablar de estas cosas para que nos sirva de antecedente; estos derechos han sido ganados, entonces nosotros tenemos el compromiso de preservarlos y de que los que vienen lo hereden y lo mejoren”, explica Román.
Con Juguetes rotos, Carolina Román ha podido viajar por varios rincones de España, ha ganado premios, pero, lo más importante, obtuvo una familia de la cual se siente honrada. Asimismo, Román espera que en México la gente pueda llevarse el mensaje sobre el respeto.
“Era apostar por esta historia y que permitiera el productor Fabián Ojeda que empezara siendo un monólogo y luego transitar otras aguas nada fáciles, pero con esa libertad y respeto hacia ese sitio con personas que merecen todo mi respeto y cariño”, comparte.
El trabajo de los actores en Juguetes rotos
Juguetes rotos está construida sobre dos pilares: el trabajo de Nacho Guerreros, que casi sin abandonar el escenario durante toda la función presenta la transformación progresiva de Mario, con sus dudas y sus anhelos, y el de Kike Guaza, quien compone diferentes personajes en el entorno del protagonista. Entre ambos tejen y destejen breves episodios en una vida de ficción que se nutre también de historias y relatos.
“Es una obra que parece dura, sí que lo es, pero tiene muchos puntos de humor, el público empatiza mucho, se divierte y se emociona por la historia de estas personas que habitan en este decorado que está lleno de jaulas, que también tiene que ver con la represión que sufre Mario en aquella época”, relata Guerreros.
Junto con la pieza, la cual empezó como un monólogo, los histriones han logrado crecer y llevar su mensaje a más latitudes.
El actor Kike Guaza explica que esta lucha por la identidad es algo inherente en la sociedad: “poco a poco, según lo que va abarcando nuestra vida, queremos ver quiénes somos, al fin y acabo se trata de eso, de irnos encontrando”.
Por su parte, Nacho Guerreros considera que esta obra habla, por primera vez, de lo que les pasaba a todos aquellos que lucharon por ser libres.
“Siempre hemos ignorado a los travestis, siempre se habían acercado de una forma burda, caricaturizada, pero aquí se está hablando desde el corazón, desde lo que le pasa a esta persona, desde la más profunda humanidad. Es verdad que Carolina la situó en la dictadura franquista, pero bien pudo haber pasado en México o en Argentina, Suecia”.
“Creo que ha pasado por muchos lugares del mundo porque no se acepta lo diferente. La sociedad te impone que tienes que ser de una determinada forma y todo lo que se salga de eso parece que molesta al resto. Se han dado unos pasitos, pero siempre hay que estar alerta para no volver atrás, todos los derechos adquiridos no son un privilegio, los hemos adquirido por algo”, abunda Nacho Guerreros.
Por último, la directora Carolina Román expone que con sus obras quiere poner un espejo en donde mirarse y hacer una denuncia. Ese es su motor y necesidad de contar esta historia, de la cual, para poder llevarla a escena leyó varios informes policiales de la época sobre las muertes de gente que vivió en la España franquista y, aparentemente, se suicidaron, algo que niega, pues se trataron de asesinatos.
“Para mí hay un antes y un después de Juguetes Rotos y es algo que está teniendo una vida larguísima, inesperada y que ha vivido sola desde el minuto 1 y nos ha arrastrado a todos. Que haya trascendido como llegar a México es un regalo, porque puede ser que esto cambie a alguien esta misma noche, alguien se sienta tocado, se cuestione, sólo con eso para mí, me merece toda la pena”, concluyó Román.
Hacía la libertad de ser
Con la obra Carolina Román ha obtenido muchos aprendizajes, sobre todo en su vida diaria, como con su hijo, de quien reflexiona que así como se logró nombrar a la comunidad LGBTTTI que, a futuro, unas siglas no definan a la gente, sino simplemente ser.
“Mi hijo tiene 13 años y él no define a nadie. Yo le preguntaba, ‘¿este amigo tuyo es gay?’ Y me dijo, ‘mamá, no tengo idea si es o no es, él es él’ y entonces esa lección hacia mí, que se supone que estoy trabajada, que tengo la mente abierta, que respeto las realidades, es más, no sólo me parece bien, si no que necesito que exista sin juicio. Cuánto prejuicio tengo yo también, es revisarnos, y actuar en consecuencia”, comparte.