José Luis Cuevas, el hombre que se amó demasiado

Si José Luis Cuevas Novelo, uno de los artistas plásticos más controvertidos de México, fuese un personaje de la mitología griega, podría comparársele a Narciso: un joven muy atractivo al que todos admiraban, pero a la vez muy arrogante.

Indigo Staff Indigo Staff Publicado el
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Si José Luis Cuevas Novelo, uno de los artistas plásticos más controvertidos de México, fuese un personaje de la mitología griega, podría comparársele a Narciso: un joven muy atractivo al que todos admiraban, pero a la vez muy arrogante.

El llamado enfant terrible (niño terrible) del arte en la década de los 50, no sólo fue fundador del movimiento llamado La Ruptura, sino que con esa nueva corriente, retó al muralismo mexicano, a pintores como Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros, lo que consideraba le había cerrado las puertas de su país para mostrar su obra, pues a los muralistas se les veía como intocables.

Sus rostros distorsionados y la poca delicadeza de facciones o gestos, le valieron al pintor para exponer sus creaciones en Estados Unidos o Europa, cuando apenas había dejado la adolescencia. De hecho el pintor Pablo Picasso adquirió dos de sus obras; y más tarde, fue comparado con él por el diario The New York Times en 1960, al considerarlo como uno de los más grandes dibujantes del mundo.

Cuevas no estaba de acuerdo con lo representado por los artistas de la época mexicanos, criticaba la temática revolucionaria y el nacionalismo, tanto que llegó a calificar la obra de Siqueiros como “La cortina de nopal”.

Desde muy joven figuró entre los mejores pintores, su primer premio lo obtuvo en el concurso nacional de dibujo infantil cuando tenía 8 años. Después consiguió el Premio Nacional de Bellas Artes y la Orden del Caballero de las Artes y de las Letras de Francia.

El pintor y dibujante, así como Narciso, era un adulador de su propia imagen, un enamoramiento que llegaba también a su obra, la que hubiera preferido no abandonar nunca. Todos los días tomaba una foto de él y dibujó una infinidad de autorretratos, el año pasado confesó su temor a envejecer. Su edad también era un misterio, tendía a reducir su edad en tres años.

El argumento para crear su arte era plasmar el alma de los sujetos que representaba. “No puedo decir que en el trabajo encuentro sosiego, porque mi mundo plástico se alimenta de cosas terribles de la condición humana”, expresaba en un autorretrato realizado en 1981.

Su altivez y arrogancia era constante a los eventos en los que se presentaba o al hablar de otros intelectuales. En una de sus últimas entrevistas declaró que los nuevos artistas de mediana edad hacían “puras babosadas” y tenían poco talento.

Su familia y el distanciamiento con sus hijas

El artista se casó con Bertha Cuevas, con quien tuvo a sus tres hijas, Mariana, Ximena y María, de las que se distanció antes de su muerte y a quienes incluso, la segunda esposa Beatriz del Carmen Cuevas, les negó la entrada a la funeraria Casa Pedregal donde fue cremado y velado.

La vida de Cuevas es fundamental para comprender el arte de México en la segunda parte del siglo XX. Alguien que hasta la muerte no dejó de ver su propio reflejo y quien fustigó en una de sus últimas declaraciones “Cuando llegue al final quiero ser yo mi última obra”.  

 

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