A José Emilio Pacheco lo mataron sus libros. Un viernes de hace cinco años, en su casa, se tropezó con algunos de éstos y, por su falta de fuerza para levantarse, estuvo un buen rato en el suelo.
Le dijo a su esposa, la también escritora y periodista Cristina Pacheco, que por un golpe en la cabeza no iba a ir al hospital. Pero el sábado fue internado en terapia intensiva en el Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, donde falleció el 26 de enero de 2014.
“A mí siempre me gustó que desapareciera como autor; firmaba JEP y ya. Claro, todos sabíamos que era José Emilio, pero nunca ponía su nombre, porque no le interesaba. Se trató de una persona completamente sencilla a pesar de su erudición y su brillantez”, menciona el literato Carlos Antonio de la Sierra, en entrevista con Reporte Índigo.
Para el maestro y profesor, este integrante de la llamada Generación de los cincuenta no ha sido reconocido lo suficiente a pesar de que recibió tantos premios como obras publicó.
“Es un autor representativo y querido que se sigue leyendo en este país. Es uno de los grandes cronistas de los últimos 40 años, y cuando digo cronista no significa que da cuenta de lo que ocurre en las calles, sino que hace crónicas de la historia, es un gran divulgador de la historia”, afirma De la Sierra.
Como es característico del grupo literario llamado “de medio siglo”, Pacheco tuvo predilección por el tema cosmopolita. Añadió su propio toque mediante su amor al pasado y al transcurrir del tiempo, sus cuestionamientos a la modernidad, la vida y la muerte. Se distinguió por reescribir y corregir sus textos a partir de sus lecturas.
“Es referente de la Ciudad de México. Habla de la ciudad, vive la ciudad. Este tema está presente en muchas de sus obras, sobre todo esta zona”, cuenta Carlos Antonio de la Sierra, durante la entrevista en la colonia Roma Norte.
Quizá el primer acercamiento de los lectores con José Emilio Pacheco es Las batallas en el desierto. El intelectual mexicano destacó por su poesía, principalmente, sin olvidar que se trató de un escritor todo terreno con una narrativa accesible, sencilla y no simple, como describe De la Sierra.
“En particular, hay un libro que a mí me gusta mucho y que pongo a leer a mis alumnos, que es El principio del placer, cuentos que todavía en una vigésima edición José Emilio seguía corrigiendo”, comenta el docente del Colegio de Letras Hispánicas.
La Roma de las batallas
“Comenzaban las batallas en el desierto. Le decíamos así porque era un patio de tierra colorada, polvo de tezontle o ladrillo, sin árboles ni plantas, sólo una caja de cemento al fondo”, es el párrafo de la novela que da nombre a la historia de Carlos, un adulto que cuenta cómo se enamora de Mariana, la mamá de Jim, su amigo de la primaria.
La trama se desarrolla en la colonia Roma, donde la Coordinación Nacional de Literatura (CNL), del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) realizó la visita literaria “Las batallas en el desierto: JEP y la ciudad escrita”.
Los más de 100 asistentes al punto de encuentro, la Plaza Río de Janeiro, hicieron un viaje en el tiempo. La novela se ubica en 1948, se narra desde 1980, aunque se publica en 1981, y se revivió este domingo 20 de enero con una caminata por algunos lugares emblemáticos que aparecen como telón de fondo en la historia de Carlos y Mariana.
Tabasco, esquina con Orizaba, fue la primera parada. En esta calle vivía Jim con su madre. Ahí Carlitos la conoció la primera vez que lo invitaron a merendar y ese mismo día se enamoró de ella. Fue en el departamento 4 donde pronunció la frase “vengo a decirle, ya de una vez, señora, y perdóneme, es que estoy enamorado de usted”. El mismo lugar al que corrió a buscarla tras su muerte y los vecinos le dijeron que no existía.
El camellón sobre Álvaro Obregón fue el siguiente lugar donde el centenar de lectores hizo escala. En esta avenida, Carlos cayó en cuenta de que su enamoramiento debía permanecer en secreto.
Luego de dar vuelta en Córdoba, Carlitos llegaba a Zacatecas, donde vivía con sus tres hermanas, un hermano, su mamá y su padre, dueño de una fábrica de jabones. Este fue el siguiente punto, donde también habitaba doña Sara P. de Madero, la viuda del expresidente Francisco I. Madero.
Esta calle lleva al parque Luis Cabrera, en la que Carlos jugaba con sus carritos de madera. La plaza Ajusco, en el libro, fue donde se cayó, se golpeó la cabeza y por eso su padre pensaba que no era normal. Pero sólo estaba enamorado de una mujer mayor que él.
“También es un estado de cárcel, que se desarrolla en el cuadro Cuauhtémoc e Insurgentes. Vemos la transición de Carlos, que no sabemos bien a bien qué edad tiene, pero cuando cruza Insurgentes hay un punto de quiebre y llega a la adolescencia”, dice De la Sierra, guía del recorrido organizado por el INBAL.
En la novela, cuando Mariana besa a Carlitos camina a esta avenida en lugar de regresar a clases, pero no la atraviesa. Después, en la esquina de esa zona se encuentra con Rosales, el niño más pobre de la escuela. Hasta que, cruzan Insurgentes y le revela que Mariana murió.
“La colonia ha mantenido su esencia, su espíritu, su naturaleza pese a que ha tenido una reestructuración a partir de contingencias como los terremotos”, menciona Carlos Antonio de la Sierra.
En el capítulo que lleva su nombre, se habla de un temblor, un cometa y un incendio, entre otros cambios, que terminaron con ella.
Pero la Roma todavía conserva a La Bella Italia, la heladería a la que Carlos iba a invitar a Rosales. Y a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, en la cual, cada domingo asistía a misa con su familia y a la que lo llevaron a confesarse con el padre Ferrán.
Visitas Literarias
Para vivir la nostalgia que resguarda la colonia Roma, a través de Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, es necesario inscribirse. Para ello, se requiere la lectura de la novela y mandar la petición al correo electrónico sshernandez@ inba.gob.mx o al teléfono 47 38 63 00 extensión 6727, de lunes a viernes de 10:00 a 15:30. El costo por persona será de 20 pesos.
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