Cuenta la historia de “Huapango” que el compositor y director de orquesta Carlos Chávez le encargó a José Pablo Moncayo, quien en ese momento era su estudiante del Conservatorio Nacional de Música, realizar un viaje por las distintas regiones del país con el fin de acercarse a expresiones populares de la cultura musical mexicana. Y, en específico, para realizar una pieza para orquesta.
Durante este recorrido, en el cual se empapó del folclor de la gente y sus riquezas sonoras, se dice que llegó al Puerto de Alvarado, en Veracruz, y en cuanto vio la danza del huapango quedó cautivado, para, finalmente, inspirarse y componer su propia versión del “Huapango”.
En 1941, a la edad de 29 años, esa sensibilidad captada de los paisajes veracruzanos, quedaron grabados en sus partituras, notas que se vuelven en un poema sinfónico y marcan parte de la identidad mexicana. Ahora, a 80 años de distancia, queda refrendado en la memoria, cultura e historia del país como una especie de segundo Himno Nacional.
Entre identidad y fiesta
“La definiría como una obra alegre que conmueve y sobre todo ensalza el espíritu nacional y humano, porque lo bello de esta pieza es que nos identifica como mexicanos, pero también nos representa. Es un baluarte histórico y cultural”, expresa, a Reporte Índigo, Pedro Ramírez, académico de la Facultad de Música y director del ensamble de cuerdas de la CIM.
El “Huapango” de Moncayo está inspirado en los sones de la Huasteca y los costeños de Tamaulipas y Veracruz como “El Siquisiri”, “El Gavilancito” y “El Balajú”, y fue estrenado el 15 de agosto en el Palacio de Bellas Artes, a cargo de la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes, bajo la dirección Carlos Chávez. Pero no solamente se interpretó una vez, sino que fue tal la conmoción del público que se tuvo que repetir para ser ovacionado por varios minutos, de ahí proviene la costumbre de tocarla más de una vez.
Para Eduardo Soto Millán, productor, crítico musical y promotor cultural, la vigencia de esta pieza se debe a la misma composición inteligente y rítmica.
“Se caracteriza por el empleo inteligente de la repetición para construir secciones incisivas, rítmicas y armónicas que, por momentos, constituyen el hilo conductor de la obra y contribuyen que, al contacto con el escucha, encontremos estrategias de dosificación de las distintas secciones del material sonoro. Es una orquestación brillante, dedicada y minuciosa de un artesanado muy refinado, impecable”, agrega Soto Millán en entrevista.
Pedro Ramírez coincide que parte de su éxito es el ritmo, el cual, al tomar la inspiración de los huapangos, de esta danza ancestral en estados como Querétaro, Hidalgo, Veracruz y San Luis Potosí, invite a la danza y a la festividad.
“Comienza con 6/8, un ritmo muy dancístico, hay un cambio de ¾ en la parte central y sabiendo que el maestro fue percusionista, pianista y compositor, se nota esto en el dominio de la escritura, empieza un ritmo con el güiro y bajos. Hay un pequeño detalle en la mitad de la primera parte, donde los segundos violines se empiezan a tocar de manera alargada, como de un guitarreo, ahí se les pide tocar el instrumento como las guitarras, en vez de los hombros”, detalla Ramírez.
Al final se puede apreciar un tipo “duelo” con la copla entre el trombón y trompeta solistas, sonidos que anticipan la culminación de la pieza, en un fortíssimo en el cual todos los instrumentos se unen en armonía y evocan a las tradiciones dancísticas propias del huapango.
El sentido festivo y alegre de la música mexicana está en el “Huapango”, pieza que, entre las armonías del arpa, los violines rasgando sus cuerdas con los dedos hacen, además de un reconocimiento a los huapangos tradicionales, una nueva sonoridad, enriqueciendo el mapa sonoro de la música folklórica. De esta manera, Moncayo entendió la belleza y estructura del huapango, lo asimiló y dio paso a una obra única.
“Yo creo que más que reinventar el huapango, le hace un homenaje, logra una amalgama y hermana el folclor con la música clásica de concierto y eso fue lo que le hizo todavía más universal. Esta pieza se toca en muchos lugares del mundo, el mismo Darius Milhaud, compositor francés de la primera mitad del siglo XX, decía que cuando quería tener un día soleado en su estudio de composición escuchaba el huapango”, comparte el docente de la Facultad de Música de la UNAM.
“Huapango” Una pieza magistral que conmueve
Por su parte, Soto también cree que el “Huapango” de Moncayo no reinventa al género, sino que exalta la expresión primigenia de este tipo de música.
“En términos musicales, la obra de Moncayo continuó su camino hasta el día de hoy, igual que el huapango tradicional. Si bien, es una de sus piezas más conocidas y tocada en México y el mundo, hay que recordar que escribió otras obras, no me atrevería a decir de mayor o menor relieve en el sentido musical, pero sí con diferentes valores intrínsecamente distintos, pero con el ‘Huapango’ podemos decir, sin duda alguna, que es una obra maestra”, relata.
Más allá de tener conocimientos musicales o no, cuando una obra te atrapa y se siente propia, logra su cometido esencial: cautivar y remover emociones. Y en eso está la esencia de la creación de José Pablo Moncayo, logra una conexión, no sólo con oyentes nacionales, sino que cruza las fronteras de México.
De acuerdo con ambos especialistas, el éxito de la pieza radica en haber rebasado la cuestión de la música de concierto al unirse tan armoniosamente con el folclor y la cultura mexicana, a la vez de poder alimentar el espíritu humano. Además, pone el ejemplo de ser una pieza a la que el paso del tiempo le proporciona su verdadero valor, peso y trascendencia.
“Al día de hoy muchos lo consideran como un Himno Nacional por la enorme capacidad que tiene la obra, con justo balance redondeado en aspectos de lo popular y sofisticación. También por la expresividad, el rigor, en su discurso narrativo directo y profundidad, que vienen de nuestra esencia, exaltando o poniendo en relieve lo que nosotros llamamos como identidad”, explica el compositor Soto Millán.
Una obra que llegó para quedarse
Tanto Pedro Ramírez como Eduardo Soto Millán opinan que esta obra ya forma parte del legado histórico del país.
“Lo que expresa es nuestra identidad, nos hace ver y sentir nuestro interior, voltear al pasado, que por cierto, es nuestro presente, para recordar quiénes somos y de dónde veníamos, nos hace ver a nosotros mismos”, abunda Soto.