Hablemos de la muerte
Los seres humanos nos sabemos mortales, y lo somos: “lo único seguro que tenemos en esta vida es la muerte”.
Pero esta condición inherente al ser humano guarda un misterio, que se enfatiza con la existencia de un fenómeno que por décadas ha construido el terreno de debate en la comunidad científica: experiencia cercana a la muerte (ECM).
Eugenia Rodríguez
Los seres humanos nos sabemos mortales, y lo somos: “lo único seguro que tenemos en esta vida es la muerte”.
Pero esta condición inherente al ser humano guarda un misterio, que se enfatiza con la existencia de un fenómeno que por décadas ha construido el terreno de debate en la comunidad científica: experiencia cercana a la muerte (ECM).
El término de “experiencias cercanas a la muerte”, fue acuñado en 1975 por el médico y doctor en psicología norteamericano Raymond A. Moody en su best-seller internacional “Life After Life” (o “Vida Después de la Vida”), donde recopila testimonios de pacientes que habían experimentado ECMs.
Según Moody, las características clave que los testimonios reportaban con mayor frecuencia al describir una ECM tenían que ver con una sensación de gran paz, un ruido extraño descrito como un timbre o zumbido y experiencias fuera del cuerpo o la sensación de que uno está flotando sobre su propio cuerpo.
Esto, además de la experiencia clásica, que consiste en ver esa luz al final de un túnel donde los pacientes se encuentran con seres queridos ya fallecidos, para después ser “traídos” de vuelta y, por último, una “revisión” de la vida propia.
Para Moody, estas ECMs, con las que aparentemente la conciencia sobrevive a la muerte del cuerpo físico, es decir, que se halla por separado del cerebro, hacen evidente la (supuesta) existencia de vida después de la muerte.
El reporte de estas evidencias cuyo sustento es puramente anecdótico, trajo como resultado la intervención de científicos escépticos, que al día de hoy se disputan el significado de la naturaleza de las ECMs.
Una de las explicaciones científicas respecto a la manifestación de las ECMs, por ejemplo, es que las mismas responden a una falta de oxígeno en el cerebro o lo que se conoce como hipoxia cerebral .
“Esta falta de oxigenación puede llevar a condicionar al cerebro a estados que son parecidos a una psicosis o situaciones que pueden compararse con (…) una epilepsia (…), donde hay manifestaciones precisamente anormales y que tienen que ver con esta sensación de desprendimiento”, dice en entrevista para Reporte Indigo el Dr. Ismael Aguilar, médico internista, geriatra y tanatólogo del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRF).
Pero las personas pueden llegar a vivir estas experiencias en otras circunstancias que nada tienen que ver con la cercanía a la muerte, como en la meditación, al conciliar el sueño, al consumir ciertas drogas como el LSD o la mescalina, o incluso en un estado de cansancio extremo.
Las experiencias del cuerpo también se pueden vivir durante un episodio de parálisis del sueño, que ocurre durante la etapa del sueño MOR (movimientos oculares rápidos), cuando aún estamos conscientes del mundo externo.
Respecto al “encuentro” con familiares ya fallecidos que reportan pacientes con ECMs, por ejemplo, la neurocientífica Dean Mobbs ofrece una explicación en el journal Trends in Cognitive Sciences: “Muchos estudios neurocientíficos han demostrado que la patología cerebral puede llevar a tener visiones similares”, como sucede en el caso de pacientes con enfermedades tales como de Alzheimer o Parkinson, que experimentan “alucinaciones vívidas de fantasmas o incluso monstruos”.
“Esto resulta de un funcionamiento anormal de la dopamina, un neurotransmisor que puede despertar alucinaciones”, señala.
Pero quizá el impacto más importante que se recibe de las ECMs es la “secuela” de cambios positivos en la vida y en la personalidad que deja en quienes las vivieron.
De hecho, existe evidencia científica que da cuenta de que quienes han vivido ECMs, “regresan” de este “viaje” con un mayor autoestima y conciencia en las necesidades de los demás, además de un mayor interés en el sentido de la vida propia.
Sin temor a la muerte
Para dar sentido a nuestra existencia no tenemos que esperar a sobrevivir una experiencia cercana a la muerte, ya sea en el sentido literal o en el fenómeno como tal al que hemos aludido.
Es justamente nuestro presente el momento en el que tenemos la responsabilidad de darle a la vida un sentido, sin importar la edad ni nuestra condición de salud física. Para ello, dice Aguilar, debemos de tener claro nuestra finitud como seres humanos.
“Mucho es poder entender que el ser humano tiene limitada la vida y que además (la muerte) puede ocurrir en cualquier momento, que no está reservada exclusivamente para las personas de la tercera edad, para los que se están muriendo o que tienen cáncer”, dice el tanatólogo.
En breve: “es empezar a hablar de la muerte de manera objetiva, de manera clara”, pero antes “necesitamos vencer una serie de temores”, señala el especialista.
Además, apunta Aguilar, preferimos no hablar de la muerte de forma objetiva, porque es una manera de alejarla, de pensar que no va a existir, de negarla.
A decir verdad, el mexicano teme la toma de conciencia de la muerte, pero disfraza su miedo o intenta protegerse mediante la burla, la veneración o la festividad.
Ya lo dijo Octavio Paz en su obra “El Laberinto de la Soledad”:
“Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.
Y es que, dice Aguilar, “diario estamos bromeando con la muerte (…), nos ‘morimos’ muchas veces: llegamos ‘muertos’ de hambre, llegó ‘muerto’ de cansancio (…), me quiero ‘morir’, no quiero saber de nadie (…), incluso nos la ‘comemos’ (la muerte) en azúcar el Día de Muertos”.
Esto, señala el especialista, “porque es una forma de disminuir el miedo que tenemos hacia la muerte; realmente nos es muy difícil hablar de manera consciente y directa” de la extinción de la vida.
La realización del testamento es otro ejemplo que hace evidente nuestro temor a la muerte (que de hecho se está sensibilizando en la campaña pública que se encuentra en marcha “Septiembre, mes del testamento”).
Para dejar de hacer de la muerte un tema tabú, el tanatólogo señala que es necesario realizar cambios educativos, que a su vez requieren de cambios culturales “de ir enfrentando la muerte desde otra perspectiva”.
Así, Aguilar hace una invitación a las personas a que se acerquen a hablar del tema de la muerte, “porque en la medida que se aborde, se va a aprender a vivir mejor. Hablar de muerte es aprender a vivir, que eso es algo que se nos olvida”.
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