La vida de Frida Kahlo, artista mexicana de gran impacto cultural, fue marcada por un accidente que le dejó estragos por el resto de su vida, pero que también marcó su identidad e incluso parte de su obra.
En septiembre de 1925, Frida Kahlo, entonces una joven estudiante llena de sueños y vitalidad, viajaba en un autobús junto a su amigo Alejandro Gómez Arias, su primer amor. En una intersección de Coyoacán, un tranvía de metal embistió violentamente el vehículo en el que se transportaban.
Kahlo fue lanzada por la fuerza del choque, sufrió graves lesiones que la postraron en cama durante meses. Entre las heridas más serias se encontraban:
- Tres fracturas en la columna vertebral, una de ellas con desplazamiento.
- Una fractura de pelvis atravesada por una barra de hierro que le perforó el abdomen.
- Fractura de pie y pierna derecha en once partes.
- Fractura de clavícula y hombro izquierdo.
Las múltiples fracturas y el dolor intenso obligaron a Frida a pasar por varias intervenciones quirúrgicas y a soportar un largo proceso de recuperación. Durante meses, estuvo inmovilizada en un corsé de yeso, postrada en una cama.
Un punto de inflexión en su vida y obra
Este accidente marcó un parteaguas en la vida de Frida Kahlo. El dolor físico y la constante lucha por sanar se convirtieron en temas recurrentes en su obra. A partir de entonces, sus autorretratos se impregnaron de introspección, plasmando incluso su realidad física y emocional con mucha crudeza y honestidad.
“La columna rota” (1994) es un claro ejemplo de cómo el dolor y la fragilidad del cuerpo se convirtieron en elementos centrales de su expresión artística. Frida Kahlo transformó el sufrimiento en arte y utilizó el pincel como herramienta para exorcizar sus demonios y darle sentido a su experiencia.