La noche caía sobre Guanajuato mientras las luces del escenario comenzaban a girar de un lado a otro, acompañando las primeras notas de la guitarra y los golpes de la batería.
Era el concierto de clausura de la edición 52 del Festival Internacional Cervantino, y aunque los acordes marcaban el pulso de la despedida, el ambiente parecía aletargado, como si a la Alhóndiga de Granaditas le faltara su usual efervescencia.
Los recuerdos de años anteriores, con calles repletas y techos a rebosar de espectadores, quedaban lejos en esta noche de cierre inesperadamente calmada.
En el escenario estaba Lenine, el icónico músico brasileño, una leyenda de la música popular de su país y ganador de seis premios Grammy Latinos.
Con su voz profunda y sus composiciones poéticas, Lenine conectó con una parte del público que se dejó llevar por la música, aunque para la mayoría de los presentes, el idioma y el estilo introspectivo parecían crear una barrera.
Aun así, un pequeño grupo de brasileños ondeaba su bandera, aplaudía y coreaba cada canción, recordándole al resto de la audiencia el poder de la música para conectar a pesar de las distancias.
La mayoría, sin embargo, observaba en silencio; algunos incluso abandonaron las gradas antes de tiempo. Aunque las letras y los mensajes de Lenine hablaban de causas sociales y ambientales, un tema siempre presente en su obra, la solemnidad y el ritmo lento de la noche no lograron capturar del todo al público, que parecía buscar otra energía para despedir el festival.
El @cervantino cierra su edición con un espectáculo de drones; atrás quedaron los fuegos artificiales para darle paso a un festival más sustentable.
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El ritmo de la noche cambió
Todo cambió cuando la banda Francisco, el Hombre tomó el escenario. Con apenas 11 años de existencia, el grupo es una de las bandas independientes más importantes de Sudamérica, y su energía sacudió el ambiente de la Alhóndiga.
Desde los primeros compases, los ritmos brasileños y afrolatinos mezclados con ska incendiaron el espacio y transformaron la noche.
Las personas se levantaron de sus asientos y comenzaron a bailar; la música los llevó por el espíritu festivo de las letras de inclusión, amor y libertad.
Con sus canciones, Francisco, el Hombre hizo estallar una catarsis colectiva que impregnó el cierre con el sabor agridulce de la despedida, pero también con la fuerza de una celebración genuina.
Mateo y Sebastián Piracés-Ugarte, junto a Juliana Strassacapa, Andrei Martinez Kozyreff y Helena Papini, entregaron todo en el escenario. La naturalidad con la que defendían temas como el derecho a la felicidad y la libertad de autodefinición resonó entre las generaciones jóvenes y dejó claro por qué su música es un himno para muchos.
El entusiasmo de la banda revitalizó un cierre que hasta entonces había tenido más de reflexión que de fiesta.
Y cuando los acordes finales se desvanecieron, en lugar del tradicional espectáculo de fuegos artificiales que solía iluminar el cielo de Guanajuato, un espectáculo de drones pintó la despedida.
Las luces en el aire trazaron figuras en movimiento, creando una coreografía que, aunque diferente, a muchos les gustó.