En los noventas y principios de los dosmiles se popularizó el llamado “método Estivill”, basado en el libro “Duérmete Niño” del pediatra Edward Estivill y su colega Sylvia de Béjar, consistente en dejar llorar a un bebé cada noche cierto rato, antes de ofrecer consuelo, para que al final el niño termine por adaptarse a dormir solo.
Esta obra, que vio la luz en 1995 por primera vez, ha vendido poco más de tres millones de ejemplares desde su aparición, lo que la convierte en un éxito rotundo para todos…menos para los niños.
Sin embargo, el método no solo ha sido reprobado por padres que sometieron a sus pequeños a esta práctica, sino por profesionales que tras numerosas investigaciones han determinado que dejar al bebé llorar impacta en su psique a largo plazo.
El sueño es parte fundamental del proceso de desarrollo de un niño, sin embargo se trata de algo que se logra estabilizar hasta los seis años de edad, pues se trata de un proceso madurativo.
Según Estivill la clave es que los niños duerman solos y en su propia habitación lo antes posible.
¿Qué pasa con los niños a los que se les dejó llorar?
No ofrecer consuelo a los pequeños impacta a corto y largo plazo, pues aprenderán que no pueden contar con su cuidador y que deberán valerse por sí mismos para sobrevivir, lo que ocasionará que más tarde se desarrollen problemas emocionales.
La psicóloga Wendy Middlemiss lideró un estudio, realizado en 2012, en el que se comprobó que los niños que lloraban sin ser atendidos, solos en una habitación, presentaban altos índices de cortisol, la hormona del estrés.
Sin embargo este incremento de cortisonas no solo se vio en bebés, sino también en las madres que permitían llorar a los niños.
Cuando esos bebés aprendían a quedarse dormidos sin llorar, días más tarde, los niveles se mantenían elevados.
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“En el comportamiento de los bebés no había indicios de que estuviesen experimentando angustia. Sin embargo, sus niveles de cortisol sí demostraban angustia fisiológica. Con el ‘entrenamiento del sueño’ no habían aprendido a manejar sus experiencias de estrés e incomodidad”, dijo Middelmiss tras su experimento.
Trabajos hechos por los psicólogos Edward Z. Tronick y Katherine Weinberg llegaron a conclusiones similares, tras determinar que un bebé que llora para reclamar la presencia de sus padres o cuidadores su cerebro sólo puede dedicar esfuerzos a ese objetivo, dejando al margen procesos de desarrollo y aprendizaje de habilidades socioemocionales.
Por otra parte, James McKenna, director del Laboratorio del comportamiento del sueño en la Universidad de Notre Dame, explica que existe una zona del cerebro, la región orbitaria central, que se desarrolla desde los 0 a los 3 años.
Esta zona es la que regula el estrés y la ansiedad, por lo que si un bebé soporta elevadas cargas de estrés, su capacidad para combatir el estrés quedará dañado para siempre.
Según McKenna un niño que crece así durante sus primeros tres años de vida, será un infante que desconfía de todos, que prefiere el aislamiento, temeroso, con la autoestima baja, con un vacío interior, con problemas para controlar sus emociones, además de que se mostrarán más ansiosos y menos cooperantes.
El método Estivill fue un fracaso. Constatado por multitud de pediatras, pedagogos y neurólogos. Al final él mismo se tuvo que retractar porque era escasamente científico y quedo muy superado por el piel con piel,el colecho por un tiempo, etc Sobre el nuevo libro no tengo ni idea
— 💚Chabi Langarita 🌻 (@verdesenred) March 12, 2021