En octubre del año pasado, un accidente en las calles de un mercado en la ciudad de Foshan, al sur de China, conmocionó a la sociedad china e internacional.
Se trata del polémico caso de Yueyue, la niña de dos años que fue atropellada por un automóvil de carga, seguido de una escalofriante escena que parece haber sido extraída de un filme de terror: como si tratara de comprobar lo sucedido, el conductor se detuvo por unos segundos, pero, lejos de inmutarse, solo reanudó su camino, arrollando nuevamente a la pequeña con las ruedas traseras.
Ante la pasividad e indiferencia de 18 testigos, el cuerpo de Yueyue, que no despertaba entre los transeúntes y conductores el más mínimo interés de ser retirado de la vía pública ni de recibir asistencia sanitaria, fue atropellado por un segundo vehículo.
No fue hasta siete minutos después, según demostró la grabación de las cámaras de vigilancia del mercado, que una mujer se detuvo a ofrecer ayuda a la pequeña que, lamentablemente, falleció días más tarde.
El caso de Yueyue es uno de los más visibles que bien podrían sumarse al listado de sucesos que desde fines de los 70, detonaron el interés de psicólogos sociales en investigar lo que John Darley y Bibb Latané denominaron como el “efecto espectador” (o “bystander effect”, en inglés), también conocido como “Síndrome Genovese” (ver caso clásico del asesinato de Catherine Susan Genovese).
Un fenómeno social que, producto de una larga tradición de evidencia empírica y de tipo anecdótico, fue descrito como la dilución o la reducción de nuestro sentido de responsabilidad ante la presencia de otras personas.
La ecuación es cruda: entre mayor sea el número de testigos de una víctima en situación de emergencia, menor será la probabilidad de que alguien intervenga.
Y la lógica que guarda no refleja más que apatía al asumir que, simple y sencillamente, alguien más se hará responsable de la situación.
De hecho, el fenómeno del efecto espectador también abarca otros contextos sociales que han sido identificados por investigadores, como situaciones de menor gravedad (dejar propina, abrir la puerta u ofrecer ayuda a un extraño para reparar la llanta ponchada de su auto), o en las que las personas presentes están en peligro (cuando la alarma de fuego de un recinto comienza a sonar) y actos maliciosos (pertenencias robadas).
Pero, estudios recientes han comenzado a retar el énfasis que investigaciones previas han hecho en los aspectos negativos de este fenómeno y, por ende, a revertir el clásico efecto de inhibición que se produce en un grupo de espectadores ante un incidente que trae consigo costos de intervención físicos y sociales.
Cambio de fórmula
“Los espectadores pueden actuar como una fuente positiva de soporte físico en caso de que una persona se encuentre en el proceso de decidir si debe intervenir en una situación crítica”, señala un estudio reciente co escrito por Joachim Krueger, docente de psicología de la Universidad de Brown.
Se trata de un estudio exhaustivo de evidencia clásica e investigaciones recientes respecto al efecto espectador, que trajo como resultado el descubrimiento de que, en realidad, “la presencia de espectadores puede facilitar actos de coraje moral”.
A decir del estudio, dos procesos psicológicos explican las circunstancias en las que las secuelas negativas del efecto espectador pueden anularse, o bien, tornarse positivas:
Cuando una persona ve su seguridad amenazada al presenciar el peligro, los niveles de excitación física aumentan, lo que la hace percatarse inmediatamente de que se encuentra ante una circunstancia grave en la que es necesario intervenir.
Un segundo proceso establece que cuando los espectadores temen al tomar conciencia de que corren el riesgo de ser atacados o lesionados si llegan a intervenir, por ejemplo, en el asalto a una joven, buscan el apoyo del resto de las personas presentes para lanzarse en contra del autor del acto ilícito.
Ahí está el caso de Brandon Wright, el joven estadounidense de 21 años, quien quedó atrapado bajo un auto con el que se impactó con su motocicleta –ambos vehículos prendidos en llamas– el año anterior, pero que sobrevivió al ser rescatado por un grupo de peatones, entre policías, constructores y estudiantes, que levantaron manualmente el auto para sacar el cuerpo del fuego.
“Desde esta perspectiva”, menciona el estudio, “la decisión de un espectador de ofrecer ayuda depende del costo percibido de asistir al otro, del beneficio de ayudar a la víctima y de percatarse de la probabilidad de que otras personas presentes también ayudarán”.
Quizá suene un tanto desconsolador, pero, como aclaran los investigadores del estudio, no se espera que estos mismos procesos psicológicos positivos apliquen en aquellos casos donde el espectador reconozca que, cuando una persona cae en un río, por mencionar un ejemplo, solo es la víctima quien está en verdadero peligro y no su bienestar propio.
Es decir, uno asume que en esta clase de circunstancias, donde pareciera que la urgencia de intervenir es “menor”, tan solo basta que una persona extienda la mano, por lo que,
de vernos rodeados de más de un espectador, nuestro sentido de responsabilidad puede llegar a disminuir.
El espectador observado
Científicos de la Universidad de Ámsterdam descubrieron que las señales que aumentan la autoconciencia pública en entornos sociales –cámaras de vigilancia, por ejemplo– también pueden revertir el fenómeno del efecto espectador.
Marco van Bommel y colegas realizaron experimentos en salas de chat en línea, en donde se les advertía a los participantes que, si así lo deseaban, podían responder a los posts de usuarios con graves problemas psicológicos.
En uno de los experimentos se demostró que cuando los participantes creían que estaban siendo observados por una webcam, eran significativamente más propensos a ofrecer apoyo, contestando los mensajes de los usuarios con angustias emocionales, incluso en mayor cantidad cuando los foros se encontraban llenos –con la posibilidad de diluir su sentido de responsabilidad–, que cuando tenían menor número de visitas.
A decir de investigadores, los resultados “(…) revelan que el mero sentimiento de autoconciencia pública es suficiente para aumentar la ayuda en lugares públicos (…)”.
Si bien el hallazgo de que lo que motiva a las personas a ofrecer ayuda en un entorno público es la reputación social ante la presencia de otros –y no una voluntad meramente altruista- no es lo más alentador, sí representa un “alivio” en caso de que algún día nos veamos en una situación crítica en un contexto social.
Estudio completo
De Marco van Bommel
— Indiferencia
La ecuación es cruda: entre mayor sea el número de testigos de una víctima en situación de emergencia, menor será la probabilidad de que alguien intervenga, según la teoría del “efecto espectador” de John Darley y Bibb Latané. Como en el trágico caso de la niña china Yueyue.
Nadie hizo algo
El dramático caso de Yueyue
— Acción
“La decisión de un espectador de ofrecer ayuda depende del costo percibido de asistir al otro, del beneficio de ayudar a la víctima y de percatarse de la probabilidad de que otras personas presentes también ayudarán”, según los hallazgos de Joachim Krueger. Como en el caso del rescate del joven Brandon Wright.
Acción en conjunto
El rescate de Brandon Wright