Enfrentan la violencia del arte sacro
Menores afectadas por la explotación sexual infantil en México analizaron, a través de su experiencia, cuadros de escenas bíblicas como parte del proyecto Una película de Dios, de Núria Güell, que busca mostrar las relaciones desiguales de poder y violencia entre la mujer y el hombre
José Pablo Espíndola[kaltura-widget uiconfid=”39952882″ entryid=”1_27854jhg” responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”75%” /]
“Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor parirás los hijos; y a tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti”, fue el castigo que Dios le dio a Eva para hacer que Adán comiera del árbol prohibido.
Desde entonces, en las religiones judeocristianas, las mujeres son vistas como las culpables del “pecado original” y por mandato de Dios siempre deben ser sumisas y obedientes ante los hombres, prácticas que han llegado a permear aspectos sociales fuera de la religión que marcan las dinámicas de comportamiento.
Cuestionar ese origen era importante para la artista española Núria Güell, quien se dedica a analizar cómo los dispositivos de poder, sobre todo a través de la ley y la moral, influyen en la conducta humana.
“A estas niñas les enseñé 50 cuadros, todos eran de arte sacro, concretamente escenas católicas, porque me parece que el rol que tenemos, la idea que tenemos de hombre, mujer y familia están determinadas por esa ideología. También intenté que todos los cuadros fueran del periodo colonial, soy española, entonces me interesaba hacer una revisión crítica de la herencia que se dejó aquí, y que también tenemos nosotros en la espalda”, explica Güell.
Las niñas seleccionaron nueve cuadros que consideraron que les servían para contarle a la sociedad mexicana todo lo que ellas querían decir sobre esa situación. Ádan y Eva, de Lucas Cranach; Susana y los viejos, de Orazio Da Ferrari; Santa Águeda, de Andrea Vaccaro; El martirio de Santa Catalina de Alejandría, de Lucas Cranach; Flagelación de Santa Bárbara, de Maestro Francke; El martirio de Santa Úrsula, de Baltasar de Echave Orio; Ruth en el campo de Boaz, de Julius Schnorr von Carolsfeld; Magdalena frente a Jesús, de Juan Correa y María Magdalena penintente, de un autor no identificado, forman parte de esta muestra.
Güell había hecho antes un proyecto igual en Medellín, Colombia, en el que abordaba el abuso sobre el cuerpo de la mujer, pero lo trabajó con cuadros de Fernando Botero, lo que le permitió tener un panorama más crítico de toda la visión patriarcal del arte moderno.
Frente a los cuadros
La artista española iba pasando diapositivas de 50 obras que están expuestas en museos sin decir nada. Las niñas las observaban y en seguida decían “ésta sí, ésta no. Ésta no, claro que no”. Al final escogieron los que les servían para contar sus historias.
“Estuve trabajando con ellas dos meses y las historias del inicio y las del final son las mismas, son las que ellas de alguna manera habían vivido y las veían reflejadas en el cuadro”, comenta Güell.
Los testimonios de las niñas fueron complementados con comentarios de dos padrotes y una madrota. La artista española aclara que no le interesaba darles la oportunidad del arrepentimiento, porque no es un proyecto para hacer redención, ya que eso tiene que ver con lo católico, pero dice que tampoco los juzgó; lo único que quería era información concreta.
Las obras que conforman la muestra son piezas que en la historia del arte se toman como ejemplo para mirar la belleza, pero la constante es que representan a mujeres sometidas por hombres, ya sea violadas, torturadas o arrodilladas pidiendo disculpas.
Sin embargo, todos los psicólogos que trabajan con ellas consideraron que el proyecto de alguna manera fue sanador, pero sobre todo, lo más interesante que hicieron fue encarar todas esas experiencias que parecen personales, del ámbito doméstico o familiar o que sólo les han pasado a ellas, en una estructura patriarcal, en una cuestión sistémica. Eso fue lo más aliviador, dicen.
Historias fuera de la razón
De todas las experiencias que le contaron las niñas a Núria Güell, las que más le impactaron fueron las escenas de tortura, cómo las lastimaban para hacerlas trabajar, porque, dice, escapan de la realidad y llegan a un nivel tan irracional del mal en sí mismo, que ya no puedes hacer nada con esa información.
“Durante mucha parte del proceso, todo el conocimiento que ellas me daban, porque estaban aquí en calidad de expertas, yo podía procesar y sacar pensamiento crítico, pero habían varias escenas del mal, de tortura irracional que ya desbordaban cualquier tipo de análisis”, confiesa.
El propósito de Una película de Dios es mostrar algo real para generar interrogaciones éticas. Muchos de los testimonios de las niñas, como de los padrotes y la madrota, tenían que ver con su infancia, un elemento clave de la investigación de Güell.
“Me parece que eso es un punto muy importante, por eso me interesa mucho este tipo de obras que afectan más a nivel de la intimidad, ojalá que todas las personas que lo vean se hagan autocrítica en relación con la educación de sus hijos”, señala la artista.
Una película de Dios es parte de Temporal. Programa de residencias que pretende reflexionar sobre la práctica de las residencias artísticas desde la colaboración entre individuos y la hospitalidad. La muestra estará exhibida en el MUAC hasta el 31 de marzo de 2019.