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La cultura patriarcal en México se sigue reflejando en cómo se organizan las familias.
En el país, 90.5 por ciento de los hogares es familiar, es decir, que hay una relación de parentesco entre los miembros y la persona considerada el jefe de la vivienda, según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI).
El 77 por ciento de estos hogares familiares está dirigido por hombres. Mientras que 22.3 está a cargo de mujeres.
Y los hogares en donde la convivencia se organiza entre personas sin parentesco representan el 9.3 por ciento.
De los diferentes modelos de familia, el 70.9 por ciento se conforma por parejas con o sin hijos –conyugales o estrictos, respectivamente–, o bien, por el padre o la madre y sus hijos –monoparentales (o papás solteros)–.
Y tres de cada 10 (28.1 por ciento) son hogares extensos, constituidos por alguno de los tipos de hogares mencionados, además de algún otro familiar o integrante sin parentesco con el jefe(a) de la vivienda.
El INEGI destaca el aumento del hogar monoparental, producto de cambios sociodemográficos como el incremento de las separaciones y los divorcios, el aumento de la esperanza de vida, la disminución del número promedio de hijos de las mujeres y la mayor participación económica del sexo femenino.
La mayor proporción de hogares monoparentales se concentra en el Distrito Federal (24.3 por ciento), seguido de Morelos (20.9) y Guerrero (19.7). Le siguen Nuevo León (15.2), Quintana Roo (15.4), y Zacatecas (15.5).
Del total de hogares familiares, 18.5 por ciento corresponde a familias monoparentales, de acuerdo a datos del Censo de Población y Vivienda 2010 citados por el INEGI.
Solo en este modelo de familia predomina la mujer como jefa de la vivienda (82 por ciento). Esto destaca en las zonas urbanas. Y el 16 por ciento de los hombres es “papá soltero”.
La mayoría de los hogares monoparentales tiene como jefe de familia a una persona de entre 30 y 59 años. De los cuales 65.1 y 49.6 por ciento están a cargo de mujeres y hombres, respectivamente.
Del total de mujeres que lideran estos hogares, 6.4 por ciento es representado por las jóvenes de 15 a 29 años, poco más del doble que los jefes jóvenes (3 por ciento).
Según un análisis publicado en la Sociedad Mexicana de Demografía (SOMEDE), la relación del ciclo de vida personal y familiar con la jefatura del hogar es uno de los principales argumentos que explica el aumento de los hogares a cargo de mujeres.
“Las mujeres de edades avanzadas tienden a formar hogares unipersonales, debido a su mayor longevidad y mayor posibilidad de permanecer en estado de viudez”, enfatiza el análisis.
Además de la inclusión de la mujer en la fuerza laboral y la posibilidad de independizarse económicamente, los autores aluden a la maternidad en soltería como otro factor.
Divorcios a la alza
El reporte del INEGI señala que la mayoría de los hogares monoparentales está conformado tanto por jefas (74) y jefes (76.6) que se encuentran separados, divorciados o viudos.
Mientras que 13.7 por ciento de las mujeres reportó ser soltero, respecto a 4.7 por ciento de los varones.
En el país se ha observado un crecimiento paulatino de divorcios. Y cada vez son menos los matrimonios que, según el INEGI, su porcentaje ha ido en picada desde los 90, donde pasó de 45.8 por ciento a 44.5 por ciento en el 2000. En 2010, sufrió una caída de 40.5 por ciento.
Y en 1993 se registraron 4.9 divorcios por cada 100 matrimonios, en 2011, el registro fue de 16 por cada 100 enlaces, poco más de 90 mil divorcios.
En este sentido, la violencia en la relación es un factor clave en la separación o divorcio.
La Encuesta Nacional sobre Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2011 reveló que “37.2 por ciento de las mujeres solteras de 15 años y más declaró haber tenido algún incidente de violencia por parte de su última pareja”, lo que explica, también, el incremento de los hogares de mujeres como jefa.
Como señalan investigadores del Colegio de la Frontera Norte, en el análisis publicado en la SOMEDE, titulado “La estructura y la jefatura femenina de los hogares de la frontera norte en la última década”: “(…) en situaciones conyugales de violencia doméstica o de abandono o irresponsabilidad económica de los maridos, el trabajo remunerado (de las mujeres) puede facilitarles convertirse en proveedoras y jefas del hogar”.
“(…) los divorcios han sido más frecuentes por el mayor acceso de las mujeres a la educación, el empleo y los recursos legales, y por la menor estigmatización de las mujeres o los hombres que rompen el vínculo conyugal (…)”, dicen.
Y aclaran que sería incorrecto atribuir este fenómeno solo a las preferencias de las mujeres o sus parejas, dado a que el aumento de divorcios y separaciones “se ubica principalmente en contextos donde el desarrollo socioeconómico es más alto”.
Durmiendo con el ‘enemigo’
La amplia evidencia científica de que el aislamiento social repercute en la salud física y mental habla de la gran importancia de mantenernos socialmente “activos” a lo largo de la vida y de desarrollar un sentido de pertenencia a un grupo social.
Investigaciones que arrojan conclusiones del tipo “las personas que tienen relaciones sociales más fuertes tenían 50 por ciento mayor probabilidad de supervivencia que aquellos con vínculos sociales más frágiles”, como señala una revisión de cerca de 150 estudios y cuyos hallazgos fueron reportados en 2010, en la revista científica PLoS Medicine.
O estudios aludidos en este espacio, como el realizado por investigadores de la Universidad Brigham Young, el cual reveló que la falta de un círculo de amigos cercanos o de fuertes lazos familiares puede llegar a ser igual de perjudicial para la salud como el alcoholismo o el hábito de fumar.
Incluso hasta más peligroso que la inactividad física y la obesidad.
Si bien los (buenos) amigos juegan un papel fundamental en nuestra vida y bienestar personal, seguramente nadie niega que existe un agente clave en nuestro desarrollo integral: la familia. No en vano escuchamos con frecuencia que “la familia es lo más importante”.
Pero la realidad es que en ocasiones son los mismos miembros de nuestra familia con quienes nos involucramos en relaciones tóxicas. Ni con la pareja, ni con los amigos o el colega. Con la familia.
No solo se ha demostrado que las relaciones estresantes con los integrantes de nuestra familia están asociadas con problemas de salud (de tipo cardiovascular o deficiencias inmunitarias, por ejemplo), sino que también estas complicaciones pueden aumentar el riesgo de muerte.
Así lo demostró un estudio encabezado por el doctor Rikke Lund, del Departamento de Salud Pública de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, en el que se analizaron los datos de cerca de 10 mil personas de entre 36 y 52 años que participaron en el Estudio Longitudinal de Dinamarca sobre el Trabajo, el Desempleo y la Salud del 2000 .
En dicho estudio, se les cuestionó respecto a la frecuencia con la se involucraban en conflictos con los miembros de su familia. La información fue posteriormente comparada con datos de la Causa Danesa de Registro de Mortalidad, 11 años después.
Durante este periodo de tiempo, se encontró que los hombres eran particularmente vulnerables a dichas tensiones generadas por sus parejas femeninas, con un mayor riesgo de muerte.
El 6 por ciento de los hombres murió, en comparación con 4 por ciento de mujeres.
Los decesos tuvieron que ver con causas varias, como cáncer, enfermedades cardiovasculares y hepáticas y derrames cerebrales.
Una vez que se tomaron cuenta factores como género, estado civil, apoyo emocional y síntomas depresivos, se encontró que “las preocupaciones frecuentes y demandas generadas por la pareja o los hijos se asociaron con 50 a 100 por ciento mayor riesgo de mortalidad”, señala el estudio, cuyos resultados fueron publicados en la revista científica Journal of Epidemiology and Community Health.
También se encontró que los conflictos frecuentes con personas con las que se tenía otro tipo de relación social
–parientes, amigos, vecinos– se asoció con el doble y el triple de riesgo de muerte.