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¿Qué tanto apoyamos la democracia en México? De acuerdo al “Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México”, desarrollado por el Instituto Federal Electoral (IFE), en colaboración con el Colegio de México (Colmex), solo 53 por ciento de los mexicanos prefiere un gobierno democrático.
Mientras que 23 por ciento de la población se inclina por un régimen autoritario. Y 18 por ciento de los ciudadanos no mostró preferencia alguna.
Este informe, el primero en su tipo, tiene como objetivo “poner a disposición de la sociedad mexicana información objetiva, actualizada y relevante sobre valores, percepciones y prácticas relativas al ejercicio de los derechos ciudadanos en nuestro país”, señala el IFE.
El estudio reveló que más de la mitad de los jóvenes en México no se identifica con ningún partido político. Y es que la confianza que tienen los ciudadanos en las instituciones políticas y sociales, condición esencial para el buen funcionamiento del régimen democrático, está por los suelos.
Por ejemplo, 42 por ciento de los mexicanos no confía en las autoridades. Y 54 por ciento de los ciudadanos considera, por experiencia propia, que resulta en balde acudir al Ministerio Público para resolver un problema.
Otro hallazgo arrojado fue que 34 por ciento confía en la autoridad electoral y menos del 20 por ciento en los partidos políticos. El 50 por ciento de quienes han participado en alguna actividad política no electoral dijo que el resultado no cumplió con sus expectativas.
Desde un punto de vista psicológico, esta manera de responder refleja la imposibilidad de manejar la ansiedad que está “vinculada con el hecho de convertirse en una persona independiente con elección y responsabilidades”, dijo a The Huffington Post el doctor Murray Stein, analista jungiano de la Escuela Internacional de Psicología Analítica, en Zurich, Suiza.
“Lo que buscamos en los ciudadanos en una democracia es que ellos sean capaces de ser personas fuertes, que puedan cargar con la ansiedad y aceptar la responsabilidad de votar de acuerdo a los mejores intereses del país”, apuntó el también conferencista.
Quienes son “psicológicamente maduros pueden cargar con la ansiedad todo el tiempo”. Y agregó que “también aceptan los resultados si una elección va en contra de sus deseos. Esa es una parte de madurez: no puedes ganar cada juego. Una elección es un concurso, y alguien va a perder mientras otro gana”.
A menor educación, mayor rechazo
Los resultados del informe revelaron que el apoyo al sistema democrático estaba relacionado con el nivel de educación y la percepción económica de los encuestados.
Los que contaban con un posgrado, apoyaban la democracia 28 por ciento más que quienes no habían concluido la primaria.
Y los ciudadanos que viven en hogares cuyo ingreso mensual es de uno a dos salarios mínimos prefieren el régimen democrático 19 por ciento menos que los que tienen ingresos que oscilan entre 10 y 30 salarios mínimos.
Existe evidencia que respalda que el florecimiento y la estabilidad de una democracia, aunado a la participación política está fuertemente vinculado con el nivel de educación.
Como escribió en The New York Times Edward L. Glaeser, docente de economía de la Universidad de Harvard: las personas educadas tienen la “capacidad de organizarse y luchar de forma colaborativa. La educación enseña habilidades, como la lectura y la escritura, que permiten a las personas a trabajar de forma colaborativa”.
El informe del IFE incluso concluye que “entre los ciudadanos prevalece una visión que puede ser interpretada como electoral o elitista de la democracia, más allá de percibirla como un sistema que establece las mismas reglas para todos, o uno conducente para la colaboración y para resolver problemas comunes”. Peor aún, 70 por ciento de los encuestados contestó que no se puede confiar en la mayoría de las personas.
Quizá la naturaleza de la democracia no está bien entendida o no se quiere entender lo que su ejercicio implica. Peter Gray, profesor del Boston College, señaló en Psychology Today: “sabemos que la democracia no es fácil. La democracia implica libertad, pero también implica responsabilidad. El balance entre las dos es delicado y toma sabiduría que solo puede ganarse a través de la práctica”.
Gray explica que si bien en una democracia las personas son libres, a la vez “deben seguir las reglas, cooperar con otros, respetar las diferencias entre los individuos y reconocer que sus propias necesidades y derechos no son más valiosas que las de cualquier otra persona”.