El viento en un violín, entre los límites del amor y el deseo
El viento en un violín aborda lo complejo que resulta la convivencia humana, sobre todo el entramado que implica pertenecer a una familia: madres desesperadas por asegurarles la felicidad a sus hijos, y estos, desorientados, desesperados por encontrar su lugar en la vida
Karina CoronaHay quienes creen que el amor justifica todo, o que, mientras esté presente, todo tiene solución; y es esta idea la base de la obra El viento en un violín, la cual lleva al límite de sus implicaciones a través de la historia de dos familias, una de clase baja, la otra, alta.
El director y dramaturgo Cristian Magaloni rescata este texto original del argentino Claudio Tolcachir, escrito en 2011, para presentarlo por primera vez en México, luego de haberse pospuesto debido a la pandemia.
“Con estos temas tan humanos, todos estamos igual de enfermos y lúcidos al mismo tiempo. Es común decir ‘mi familia es muy rara’, y en realidad es porque todos tenemos la idea de la familia muy metida en la cabeza, lo cual es obsoleto desde hace mucho tiempo, nunca fue real, es un paradigma que hay que romper”, opina Magaloni.
En entrevista con Reporte Índigo, el director indica que una primera lectura de la pieza teatral es la ruptura de las ideas preconcebidas sobre el núcleo familiar y que sólo se construyen a través de lazos sanguíneos.
Asimismo, aborda los estereotipos que dictan cómo se debe ser de acuerdo a lineamientos heteropatriarcales y lo llamado “tradicional”.
“Estamos en una etapa importante de romper y cuestionarnos a qué llamamos familia. Es una lucha de pensarnos desde otro lugar y ver que se puede ser de tantas maneras, tan diversa. Siento que es una batalla en la que estamos inmersos, y que hace 10 años no tanto, pero ahora nos ocupa a la mayoría”, indica.
Un elenco único en El viento en un violín
Sin embargo, esto es tan sólo el inicio de una historia que utiliza la comedia negra para exponer una serie de hechos, que oscilan entre la cordura y el deseo. De personajes que viven en el límite con tal de acercarse a los demás.
Para Magaloni uno de sus principales retos fue la adaptación para montarla en el Teatro Milán, pues su autor, Claudio Tolcachir, se caracteriza en escribir específicamente para sus actrices y actores.
De la mano de su reparto: Mercedes Hernández, Mahalat Sánchez, Assira Abbate, Roberto Beck, Ari Sacristán y Daniel Mandoki, se da vida a dos familias, las cuales, llevadas por sus sueños cometen los actos menos inimaginables, se dejan llevar por sus instintos más humanos con tal de perseguir el amor. Incluso, muestra la violencia que se puede generar al no conseguir lo deseado.
“Es una obra que me entusiasma porque va a ser perturbadora de ver, pasan cosas muy fuertes, violentas, pero con mucho sentido del humor. Nuestra meta es que el público se ría de lo absurdo de la situación y que diga ‘verga, de qué me estoy riendo’, la sensación de la reflexión después de la risa”, describe.
En un primer eje se presenta a una madre de familia, interpretada por la actriz Mercedes Hernández, mujer de clase alta que sobreprotege a su hijo (Daniel Mandoki) de 30 años, quien vive en depresión porque no consigue trabajo y siente que no tiene un lugar en el mundo.
Roberto Beck da vida al psicólogo que analiza al hijo, sin embargo es un analista sin ética que tiene una relación con la madre.
Mientras, por otro lado, la actriz Mahalat Sánchez encarna a una madre de clase baja, que trabaja como ama de llaves en la casa de la familia de clase alta. Su hija (Ariana Sacristpan), tiene una enfermedad terminal, pero desea tener un bebé con su actual novia (Assira Abate).
“A veces, lo que vemos como amor son otras cosas muy horrendas, como una dependencia brutal, el deseo de aplastar a los demás y ese es el gran tema de la obra, por aquello a lo que nombramos amor, estamos cometiendo un acto que nos duele y enferma”, considera.
Llevar a escena este montaje implicó hacer casi el triple de esfuerzos, pues, además de la pandemia, indujo que las actrices y actores tuvieran varias sesiones en las que, incluso, encontraron varias similitudes con sus personajes, debatir a fondo sobre su práctica teatral, y cuestionarse varios conceptos tratados en la misma puesta para así exponerlos al público.
La escenografía, creada por Jesús Hernández, es un personaje más de la historia, pues con un juego de telones se van revelando los diferentes espacios donde se suscita la narración
Este ejercicio es lo que considera Cristian Magaloni como parte de la esencia del acto teatral.
“Para mí el teatro empieza por los que lo realizamos, y si no modifica a los que lo hacemos, no nos pone a pensar sobre nosotros, no podemos pretender que sea un cuestionamiento para el público y, finalmente, reflejarnos en los personajes”, opina.
Aprendizajes en el acto
Con El viento en un violín, el director revela que, desde su origen más natural, el montaje permite quitar aquellas represiones con las que se asumen a una sociedad civilizada, los deseos más ocultos, la necesidad de triunfar y el ser felices buscando el anhelado equilibrio que implica la vida.
“Habla de todo estos conceptos que hemos hecho a nuestro alrededor, construcciones irreales, pero que son muy determinantes en nuestro dia a dia, que condicionan cómo nos relacionamos con los otros, aquello que pensamos de la familia, el amor de pareja, lo que valida el deseo, o no”, indica.
Cristian Magaloni comparte que se siente muy orgulloso de su equipo para poder llevar este montaje a escena, y que su mismo camino, reflexiones y aprendizajes crucen hasta sus lugares y puedan llevarse algo a sus hogares y vidas.
En su caso, platica, se replanteó sobre los límites del deseo, pues considera que no es adecuado cuando aplasta el anhelo de alguien más. Esto lo analiza desde su quehacer.
“Uno se puede volver ambicioso creativamente, pero ninguna obra vale algún tipo de sufrimiento. El teatro es una celebración, significa esfuerzo y tolerancia a la frustración; no obstante, no significa que dañes a otros mientras lo haces, o herir en ningún sentido lo que somos profundamente”.
“Por eso siempre aprendo muchísimo de todos los procesos, sobre todo en lo personal, desarrollar más paciencia, tener una mirada más generosa, menos ocupada de mí y mis ideas y encarar el teatro desde un lugar donde todo es un conjunto”, valora.