Ayer vi un debate atípico. Uno en el que las posturas entre uno y otro participante fueron claramente contrastadas y defendidas entre indirectas, directas, interrupciones y gritos.
Un debate no–acartonado, más bien todo lo contrario. Casi anárquico. Uno en donde el moderador fue ninguneado olímpicamente en pro del contraste de ideas. En lugar de ser un evento solemne, parecía más bien un concurso por ganar el aplauso del público que, a diferencia de otros debates, tampoco respetó las reglas al aplaudir y abuchear las intervenciones de los participantes.
No recuerdo haberme reído tanto en un debate desde las ocurrencias de Vicente Fox en el 2000; la diferencia es que aquí las ocurrencias se lanzaron con contenido, con la idea de enfrentar posturas liberales y conservadoras, sin censura ni el temor de por medio por defender una posición en las encuestas.
No estoy hablando del primer debate entre Mitt Romney y Barack Obama, me refiero a “The Rumble 2012”, un evento cómico, político, viral.
De un lado, el comediante estelar de la cadena Comedy Central y anchor de The Daily Show, el liberal Jon Stewart; del otro, la figura conservadora más visible del cable estadounidense, uno de los opinadores políticos más vistos de la cadena Fox News, Bill O’Reilly.
Agua y aceite de la televisión por cable estadounidense, juntos en un debate de hora y media de pago por evento en stream a través de Internet, al más puro estilo del comediante méxico-estadounidense Louis C.K. (la mitad de las ganancias serán destinadas a una docena de organizaciones de beneficencia).
El debate no solo fue chistoso –Jon Stewart incluso usó una plataforma mecánica para estar a la misma estatura que O’Reilly– sino que, entre comedia y en serio, se contrastaron como nunca en esta campaña las posturas republicanas y demócratas.
Hablaron de diferencias irreconciliables entre ambos espectros políticos, como los que tienen que ver con la seguridad social, el Estado de bienestar, cómo manejar la deuda pública, qué política exterior adoptar en Medio Oriente post ataques a las embajadas estadounidenses, Irán y su plan nuclear, Medicare (o como los republicanos lo llaman, “Obamacare”), y otras cuestiones económicas que en suma son EL tema de la elección en Estados Unidos.
Nada de eso se vio en el debate que moderó Jim Lehrer hace unos días, el primero entre Romney y Obama.
‘Showbusiness’
A diferencia del hartazgo y desgaste político que dejaron las dos últimas elecciones presidenciales en México, en Estados Unidos se vive con intensidad –y buen humor– el proceso electoral.
Y es que así como la música, el cine, la televisión y la literatura forman parte del showbusiness, la política también se incluye como una rama más del mundo del entretenimiento estadounidense gracias a comediantes como Jon Stewart, Stephen Colbert o Bill Maher, parodias políticas en programas como “Saturday Night Live” (SNL), libros “best–sellers” como “The Price of Politics” de Bob Woodward (sobre el manejo político del techo de deuda en EUA) o “No Easy Day” de Mark Owen (sobre la operación que dio con Osama bin Laden), películas políticas como “Game Change” (sobre Sarah Palin) o el humor ácido –y sobre todo falso– de publicaciones como The Onion.
Pero es en la televisión donde noche a noche se dicen los chistes políticos más nuevos. En cable a través de “The Daily Show”, “The Colbert Report” o “Real Time With Bill Maher”; en la barra de “late night shows” con Conan O’Brien, David Letterman y Jay Leno.
“El debate del sábado entre Jon Stewart y Bill O’Reilly –tres días después del primer debate presidencial en Denver– es la evidencia más reciente de que la comedia se ha infiltrado en la política.
Pero lo contrario también es cierto. Nuestra imparable y polarizada cultura política ha cambiado fundamentalmente la televisión nocturna”, dice Jason Zinoman en un reciente artículo publicado en The New York Times, el mismo diario que en medio de la elección de 2008 publicó “¿Es Jon Stewart el hombre más confiable en Estados Unidos?”.
Lo mismo hay análisis sobre el papel que juegan estos shows de comedia política en la revista Time, que consejos en sitios especializados tan populares como Politico sobre el uso de líneas cómicas en discursos.
“Las bromas son poderosas. Cuando un político hace una, puede dejar en claro un punto y a la gente con la impresión de que es un tipo normal y no una figura de cartón. Romney necesita hacer más bromas”, aconsejó Roger Simon de Politico a Romney.
En un país en donde apenas el 5.8 por ciento –en promedio, basado en las más recientes encuestas publicadas– de los votantes se declara indeciso, es “fácil” hacer bromas de contraste. Solo hay de dos sopas: o eres republicano o demócrata, el “simple” sistema bipartidista estadounidense “facilita” no solo la decisión de los votantes en una elección, también guiones basados en el maniqueísmo. Aquí hay buenos y malos, republicanos y demócratas, según la visión del bando político en el que se encuentre.
Quizá los estadounidenses no pueden separar el showbusiness y la cultura pop ni siquiera de la política; tampoco el negocio que eso implica (la comedia política en televisión genera millones de dólares de ganancias).
Con todo y eso, no estaría nada mal que en México pudiéramos reírnos todas las noches con chistes políticos (y no de la tragicomedia del día a día).
Hace falta un Jon Stewart, un Stephen Colbert o un Bill Maher mexicano, comediantes políticos que no se queden únicamente en la risa fácil de la parodia, sino que adaptan de manera inteligente una crítica a medios de información y políticos por igual.
Literatura política
Los libros políticos tienen éxito en ventas en la categoría de no ficción entre los best-sellers en Estados Unidos, sobre todo si autor es un opinador de renombre.
Es el caso de “Killing Lincoln”, el más reciente libro de Bill O’Reilly, que se ha mantenido 52 semanas en la lista de los mejores vendidos, según The New York Times. O’Reilly ha escrito más de 10 libros.
Debate y comedia
Jon Stewart de un lado, Bill O’Reilly del otro