Dentro de la ciudad de Teotihuacan, cuyo periodo de vida abarcó del siglo I a.C. al VII d. C., los perros ocuparon un espacio urbano con más de 150 mil habitantes humanos, sirviendo como compañeros, mascotas o animales que serían sacrificados.
“Los perros son los animales vertebrados más abundantes en el contexto arqueológico mesoamericano, los tenemos en todos los lugares, bajo todos los esquemas posibles. Difícilmente he podido ver algún esquema utilitario o ritual donde no estén involucrados”, sostuvo Raúl Valadez Azúa, titular del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
Al impartir la ponencia Los cánidos en las ocupaciones post-teotihuacanas, el etnobiólogo con especialidad en fauna prehispánica aseguró que, entre las especies de caninos que existieron en la región se encontraron los perros comunes, presentes en todo contexto; los de patas cortas, ligados a actividades rituales y funerarias de la élite intermedia; el híbrido de coyote y perro, también ligado a esas manifestaciones; y el híbrido de lobo y perro, empleado como animal de sacrificio en los grandes eventos religiosos.
#SabíasQue Según las investigaciones realizadas a partir de los restos óseos encontrados hay certeza de la existencia 3 razas de perros en época prehispánica: el itzcuintli, el tlalchichi y el xoloitzcuintli. Acompáñanos el próximo Domingo 19-Enero a conocer más sobre ellos. pic.twitter.com/4mjyDZSrXu
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“Con los estudios de los túneles al este de la pirámide del Sol, explorados por Linda Rosa Manzanilla, se pudo reconocer la existencia de poco más de 430 cánidos, entre el perro común, el Xoloitzcuintle y el híbrido de lobo y perro, los registros más tempranos y únicos reconocidos para el Valle de Teotihuacán y centro de México”, detalló.
Los guardianes del espacio
De acuerdo con el experto, en el periodo Coyotlatelco, que abarcó del siglo VII al IX d. C., se encontró la mayor cantidad de restos de perros, sobre todo, colocados en entierros.
Por ejemplo, el caso más interesante se dio en la entrada de la cueva del Pirul, donde se encontró una pareja de perros aparentemente colocados como guardianes del espacio.
“Además de la abundancia de estos animales en prácticas funerarias, también tenemos muchos materiales que hablan sobre su destazamiento y cocimiento, no como alimento diario, sino para cubrir una acción específica”, sostuvo.
Agregó que, en la fase Mazapa, del siglo IX al XII d.C. la cantidad de cánidos localizados en el subterráneo disminuyó, y estos animales estuvieron asociados con las ofrendas en los ciclos agrícolas y ciclos de la lluvia.
La antropóloga Mercedes de la Garza, indica que existen varias razones para que este animal fuese elegido: “Desde la época prehispánica, los mayas y los nahuas creen que los perros ven muy bien de noche a las almas que salen de los cuerpos cuando éstos duermen, por eso aúllan”. pic.twitter.com/TH9zYOQc3W
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“En este periodo se encontró la mayor cantidad de casos de restos de perros que fueron transformados en herramientas. Para la fase azteca, del Siglo XII al XVI d. C., la presencia de estos animales disminuyó aún más, aquí se encontraron restos de perros que fueron separados del cráneo para servir posiblemente como máscaras o parte de la vestimenta para determinados ritos”, especificó.
Valadez Azúa puntualizó que la recreación de descubrimientos como la especie del híbrido de lobo y perro han tenido un impacto notable, tanto en el estudio de nuevos ejemplares, descubiertos en la zona de Mesoamérica, como en el proyecto de la canofilia mexicana, dirigido por Ricardo Forastieri.
Este veterinario creó una raza de cánido genuinamente mexicana, derivada de la cruza de perros y lobos, conocida como Calupoh.