El Museo Experimental el Eco cumple 70 años

Como parte de la celebración de su aniversario El Eco prepara dos exposiciones que desnudan su historia y sus espacios
Pablo Abundiz Pablo Abundiz Publicado el
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Los espacios de contemplación son cada vez más reducidos. Un lugar dónde el tiempo no pase de forma lineal sino permanezca en reposo mientras las personas se dan la oportunidad de experimentar con los sentidos, de adentrarse en experiencias estéticas, es un refugio que durante mucho tiempo fue negado a la mayoría. Las galerías de arte fungieron durante algún tiempo como un remedio para esta necesidad, pero no fue hasta que estas se abrieron a un público amplio como museos que la contemplación en realidad se volvió un derecho. El Museo Experimental El Eco, que cumple 70 años, logra convertirse en una reivindicación de estas victorias.

De entre los museos hay aquellos que se erigen como lugares de consagración, en donde todo lo que se encuentra en sus muros ya fue denominado significativo; otros que buscan exhibir las vanguardias, sitios cuyas salas se encuentran siempre en debate, y los hay en donde el espacio se convierte en hogar de juego formal y temático; estos son los menos.

Parte de la idea original del Eco era reunir una colección de arte moderno mexicano, a partir de colaboraciones y compras, que eventualmente sería donado a un museo de arte cuando abriera uno patrocinado por el Estado

La historia de lo que es hoy el Museo Experimental el Eco empieza en 1953 como la idea de Mathias Goeritz y Daniel Mont de crear una residencia para un tipo de arte que no encontraba ventanas de exhibición.

“La historia del Eco inicia con la invitación que le hace Daniel Mont a Mathias Goeritz cuando él iba llegando a México. La aproximación se da en el contexto de principios de la década de los 50 en donde Mont ya estaba involucrado en las artes, tenía una galería y bares en la zona rosa, y Goeritz estaba exponiendo en la Galería de Arte Mexicano, entonces, se conocen y deciden colaborar para hacer este proyecto, algo sumamente visionario pues la idea era que fuera un museo vivo”, cuenta Paola Santoscoy, directora del museo.

La idea de un recinto donde se pudiera exponer y apreciar arte contemporáneo, a su momento, difería con las propuestas museísticas del México de mediados de siglo, y precedió por casi una década a las grandes propuestas estatales como el Museo de Arte Moderno o el Museo Nacional de Antropología. El recinto que visualizaban Goeritz y Mont buscaba ir más allá de una ventana de exhibición y convertirse en un semillero de nuevos talentos que conjuntara la plástica, la literatura y demás disciplinas en un espacio escultórico habitable.

Las ideas de Goeritz no fueron bien recibidas en una escena artística mexicana dominada por un muralismo tardío, nacionalista y casi oficial. Sin embargo, había rincones cuya innovación se acoplaba a las ideas del extranjero. La integración plástica de la arquitectura, la escultura y la pintura que sucedía en la construcción de Ciudad Universitaria de la UNAM resonó con el concepto de arquitectura emocional de Goeritz y le fue concedido el cargo de museógrafo de la universidad; lo que provocó ataques en el periódico por parte de Siqueiros y Diego Rivera.

Si bien las ideas del par eran visionarias, su sueño no duró lo suficiente. A menos de un mes de la inauguración, Daniel Mont murió de un infarto y el proyecto fue arrebatado de las manos de Goeritz. Así, lo que pudo ser el primer faro para el arte moderno en el país pasó a convertirse en un restaurante, cabaret, foro de música y hasta teatro; todo esto modificando profundamente la arquitectura original del Eco.

El destino del museo vuelve a cambiar cuando en 2004, con el edificio en un estado totalmente distinto a la idea original y a punto de convertirse en un estacionamiento, es rescatado por personas cercanas a las ideas de Goeritz, entre ellos algunos de sus alumnos como Graciela de la Torre, quien propone que sea la UNAM quien adquiera la propiedad y la restaure como museo universitario. Así es como en 2004 la universidad empieza un proceso de recuperación que corre a cargo del arquitecto Víctor Jiménez y en 2005 se integra a la red de museos universitarios de la UNAM.

“Lo que hizo la UNAM no es solo la recuperación de un edificio histórico moderno muy importante en la arquitectura mexicana sino también en la historia del arte, y es un territorio ganado para experimentación y el pensamiento abierto a riesgos”
Paola SantoscoyDirectora del recinto

A partir de ahí el Museo Experimental el Eco vuelve a ser un espacio de arrojo artístico. “Al reabrir el museo lo que tocaba era restaurar el aura del espacio de experimentación, imaginar de nuevo que podía ser. Si bien las ideas de Goeritz de hace 70 años todavía resuenan, el contexto ha cambiado. Entonces, se tuvo que pensar en hacer proyectos hechos para el lugar, en diálogo con artistas y con la historia del lugar.

“Algo que distingue al Eco de otros espacios de la ciudad es que la mayoría de sus proyectos presentan obra nueva y muchas de ellas efímeras, únicamente duran el tiempo de exposición, y abre la posibilidad a artistas a experimentar; nuestro nombre se convirtió en una bandera”, comenta la directora del museo.

Como parte de su 70 aniversario, el Museo Experimental el Eco prepara dos exposiciones que se adentran en la historia del sitio y en el concepto visionado por Mont y Goeritz. La primera de ellas, Volumen emocional. Sistemas corporales, de Alberto Gutiérrez Chong, busca traer la arquitectura de El Eco a una consciencia inmediata.

“Es el proyecto más ambicioso que hemos hecho. Intervenimos todo el edificio en una propuesta que desnuda al edificio de sus colores originales y pinta todo el lugar de blanco para volverlo una especie de maqueta en la que en los muros están rotulados unas marcas de planimetría que da información específica del lugar y su espacio y otras donde se proponen diferentes ideas para hacernos conscientes de la pieza”, apunta Paola.

El nombre de Eco viene porque este sitio de experimentación artística resonaba conceptualmente con las vanguardias que su diseñador, Mathias Goeritz, pudo experimentar en Europa, una de ellas la Bauhaus

El segundo proyecto, a cargo de Bárbara Lázara y curado por Santoscoy, lleva por nombre Olivia Zúñiga. Sonora en el silencio y dialoga con la historia original de el Eco y sus primeros días. Es una recuperación de la figura de Zúñiga, escritora jalisciense, y su colaboración con Goeritz en la primera y única edición El Eco, el libro Los amantes y la noche, que reúne poemas de Olivia e ilustraciones de él. La conexión con el pasado no recae solamente en la escritora y su historia con el museo, no, es también su bisnieta, la propia Lázara, quien presenta la pieza.

La celebración de los 70 años de un recinto histórico como el Eco busca dialogar con su pasado mientras se mantiene fiel a las ideas vanguardistas con las que se creó el espacio. Ambas exposiciones se encuentran ya disponibles y lo estarán hasta enero del próximo año con un horario de miércoles a domingo de 11:00 a 18:00.

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