El libro “El mundo desplazado” muestra una reflexión sobre el arte y la resistencia frente al miedo

Paulette Jonguitud explora cómo cuatro mujeres de diferentes edades, a través del arte, enfrentan sus luchas por conquistar su entorno. La autora fusiona elementos de horror y fantasía para retratar un contexto violento
Karina Corona Karina Corona Publicado el
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El mundo desplazado (Penguin Random House, 2024), la nueva novela de Paulette Jonguitud, conecta los temblores de la Ciudad de México con las ausencias que agitan a su población. A través de la alerta sísmica, la autora propone una realidad en la que cada alarma señala la desaparición de una mujer, una herida social que permanece abierta y que, a pesar del estruendo, sigue sin solución.

“Fue como un acto de desesperación al pensar cómo podríamos expresar las mujeres el miedo que nos dan las desapariciones, y algo que nos da miedo a todos los chilangos es la alerta sísmica. Si le explicas a un hombre que cada que suena la alerta es que desapareció una mujer, ¿qué pasaría? ¿Hasta dónde llegaría nuestro miedo, hasta ignorarlo o desaparecerlo?

“Me interesaba meter lo de los sismos porque, además de todos los miedos inventados, imaginarios o privados de mis personajes, quería poner nuestros miedos concretos”, detalla en entrevista con Reporte Índigo.

¿De qué trata “El mundo desplazado”, de Paulette Jonguitud?

La novela cuenta la historia de cuatro mujeres de distintas edadesInés, Agustina, Miranda y Paula– que, en un mundo de desapariciones, confrontan también su propio dolor a través del arte. Con estas mujeres, Jonguitud busca dar vida a personajes que exploran la intimidad de sus miedos, así como las marcas físicas y emocionales de la violencia.

Sin embargo, la novela no solo retrata la intimidad de estas luchas internas, también se explora cómo el cuerpo femenino se convierte en un archivo viviente de traumas y vulnerabilidades.

“Habitar un cuerpo femenino ya es un riesgo, y este cuerpo va archivando todo lo que nos ha ocurrido. El cuerpo femenino carga las marcas de un pasado y un presente violentos, donde su presencia en el espacio público implica una vulnerabilidad constante”, afirma la autora.

El cuerpo se convierte en un archivo viviente de traumas, marcado por el dolor y la memoria de la violencia cotidiana.  Por ello, la novela refleja esta realidad de manera vívida, al destacar cómo el arte, de alguna manera, se puede convertir en un refugio y un vehículo de resistencia emocional para sus personajes.

Para Jonguitud, este proceso de creación también es personal, y admite haber condensado en la obra “la pulpa de todos sus dolores”.

La historia sigue de cerca a Agustina, quien, tras mudarse con sus hijos a la casa familiar en la calle Cubilete 189, se ve envuelta en eventos que desatan sus propios fantasmas internos, llevándola a episodios cercanos a la psicosis.

“¿Qué pasa cuando nos rompemos? Cuando nos desplazamos… ¿tenemos o no ese espacio para volvernos un poquito locas un ratito?”, plantea la autora.

“Me parece una brutalidad que hoy se espere que criemos solas, cuando históricamente hemos vivido en tribus, rodeadas de otras mujeres”
Paulette JonguitudAutora

La situación de Agustina refleja, en palabras de Jonguitud, el desafío de muchas mujeres que se encuentran atrapadas entre las demandas del cuidado y el peso de las herencias familiares, mientras luchan por no perderse a sí mismas en el proceso. La casa, que ella describe como un monstruo que espera con las sombras del pasado, se convierte en el espacio donde los miedos heredados de madres y abuelas cobran vida.

Miranda, otra de las protagonistas, representa la lucha por mantener la autenticidad en el arte, una autenticidad que Jonguitud ve como un espejismo.

“Trabajo con artistas jóvenes, doy clases de escritura creativa en la Universidad del Claustro, y veo la presión que enfrentan las nuevas generaciones por ser originales. Trato de decirles que la originalidad en el arte nunca ha existido. Todos los artistas jóvenes soñamos con ser originales, pero al avanzar, vemos que nuestras historias ya se contaron. Lo único que podemos hacer es narrarlas desde nuestra perspectiva”, explica Jonguitud.

De acuerdo con la autora esta perspectiva también se proyecta en su relación con su hija y la forma en cómo ha cambiado su perspectiva sobre su educación y el cómo se presenta ante el mundo. Algo que, quizá, en generaciones pasadas no había tanta apertura.

Además, su experiencia como profesora, le permite notar cómo sus alumnas desafían los prejuicios, vistiéndose como desean y enfrentando al espacio público con una libertad que Jonguitud nunca tuvo.

“Ellas me han cambiado mucho la perspectiva de lo que yo viví. Viven la violencia de género de una forma distinta”, añade.

Sobre el cuerpo femenino y el contexto social

Por ello, el cuerpo femenino se vuelve símbolo y territorio de riesgo. Miranda canaliza su dolor creando esculturas que representan las ausencias de las mujeres. Sin embargo, Jonguitud subraya que, incluso en el arte, el cuerpo femenino sigue siendo un blanco de agresión.

“Cuando los hombres salen a festejar al Ángel, si encuentran alguna escultura de una mujer desnuda en Reforma, siempre es violentada, incluso cuando eres una escultura, solo por tener un cuerpo femenino”, expone.

En la construcción de este mundo, Jonguitud también explora los efectos de los trastornos mentales en la vida cotidiana. La ansiedad de Agustina la mantiene en un estado de alerta permanente, una experiencia que la autora relaciona con la sensación de estar en peligro constante, una realidad para muchas mujeres mexicanas.

“Quería explorar la idea de que no solo heredamos rasgos físicos, sino también miedos, monstruos que nuestras madres y abuelas han cargado. Agustina vive en una casa familiar llena de estos monstruos, y su mudanza desata una serie de eventos que exacerban su sentido de peligro”, apunta.

La autora reafirma que El mundo desplazado busca mezclar el horror y la fantasía para explorar temas humanos. Contiene una condensación de sus experiencias más íntimas, que se refleja en la complejidad emocional de sus personajes. La ciencia ficción y los elementos metafísicos presentes en la narrativa representan, en palabras de la autora, la transformación de las mujeres en autómatas de supervivencia.

“Cuando tienes la responsabilidad de criar niños, no puedes tirar la toalla, te conviertes en un robot que, en este caso, hace quesadillas, y quizá en ese momento no estableces ningún vínculo emocional porque no puedes; eres una máquina cuya única misión es sobrevivir”, concluye.

Su feminismo

Al dialogar con su madre y mujeres de generaciones anteriores, Jonguitud se da cuenta de que ellas creen que su vida fue más fácil, y reflexiona sobre cómo cada generación tiende a pensar que está reinventando el feminismo. Sin embargo, reconoce que “ya hubo quienes caminaron antes que nosotras”.

“Lo que busco es que dialoguemos, porque siento que nos estamos fragmentando. No siempre estaremos de acuerdo, pero lo importante es entender el feminismo desde la perspectiva de la otra y no descartarnos por pensar diferente”, opina.

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