El lado oscuro de la Oxitocina

Si existe una hormona que dada su naturaleza se puede decir que ha contribuido a simplificar el lenguaje científico es la oxitocina, la cual se produce en una región del cerebro llamada hipotálamo.

Basta con escribir el término “oxitocina” en un buscador de Internet para encontrar las palabras clave que componen su "definición" clásica: “la hormona del amor”.

Durante años la ciencia nos ha demostrado los efectos positivos que esta hormona produce –y que también actúa como neurotransmisor en el cerebro– en nuestra salud física y mental.

Eugenia Rodríguez Eugenia Rodríguez Publicado el
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Si existe una hormona que dada su naturaleza se puede decir que ha contribuido a simplificar el lenguaje científico es la oxitocina, la cual se produce en una región del cerebro llamada hipotálamo.

Basta con escribir el término “oxitocina” en un buscador de Internet para encontrar las palabras clave que componen su “definición” clásica: “la hormona del amor”.

Durante años la ciencia nos ha demostrado los efectos positivos que esta hormona produce –y que también actúa como neurotransmisor en el cerebro– en nuestra salud física y mental.

Es bien conocido, por ejemplo, que la oxitocina se segrega durante la excitación sexual, producto del contacto físico (de ahí que también se denomina “la hormona del abrazo” o “el químico de los mimos”) o durante el embarazo, estimulando las contracciones del útero, lo que a su vez induce el parto.

También se le conoce como un químico que juega un papel importante en las interacciones sociales, reforzando los sentimientos de confianza entre las personas, por ejemplo.

Esto se dio a raíz de un estudio de 2005, liderado por Markus Heinrichs, de la cátedra de Psicología Biológica y de la Personalidad de la Universidad de Freiburg, que fue pionero en la investigación sobre la influencia que tiene la oxitocina en la regulación del comportamiento humano.

En el estudio, los voluntarios recibieron la indicación por parte de investigadores de participar en un juego de confianza, que consistía en decidir la cantidad de dinero a invertir en un socio anónimo, con la advertencia de que posteriormente podrían o no recibir un reembolso, luego de inhalar oxitocina o un placebo a través de un spray nasal.

Se encontró que quienes inhalaron la hormona invirtieron una mayor cantidad de dinero en su socio, que quienes inhalaron placebo.

A partir de los hallazgos de Heinrichs, dice el reconocido escritor científico británico Ed Yong en un artículo de New Scientist, comenzaron a realizarse estudios de seguimiento cuyos resultados “(…) alimentaron la idea de que la oxitocina aumenta de manera universal los aspectos positivos de nuestra naturaleza social”.

NO TODO ES COLOR
 DE ROSA

Pero en la naturaleza de la oxitocina no todo es “romance”.

“Resulta que la ‘hormona del amor’ tiene un lado oscuro, uno que apenas está comenzando a salir a luz”, dice el también autor del blog Not Exactly Rocket Science, de Discover Magazine, quien también ha colaborado en medios como Wired, The Guardian y Nature.

Yong cita diversos estudios que provocaron una nueva ola de investigación con resultados contrastantes a aquellos que derivaron de los estudios iniciales de Heinrichs.

Un estudio es el de Simona Shamay Tsoory, de la Universidad de Haifa, en Israel, publicado en el Journal of Biological Psychiatry  que demostró que la oxitocina incluso aumenta los sentimientos de envidia y schadenfreude (término en alemán al que he aludido en ediciones previas en este espacio, que significa sentir “placer por las desgracias de los demás”).

También detona el etnocentrismo, es decir, la tendencia de ver nuestro grupo social como superior al de los otros, según los hallazgos de una serie de experimentos de un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Ámsterdam, publicado en el journal Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).

En uno de estos experimentos, un grupo de holandeses fue sujeto a una serie de dilemas morales en los que los participantes tenían que decidir si negarían el acceso de una persona a subir a un bote de salvavidas sobrecargado para prevenir su hundimiento.

O que tomaran la decisión de golpear, o no, el interruptor de un tranvía que se dirige hacia cinco personas con el fin de lograr un desvío, lo que provocaría la muerte de una persona que se encontraría en otra pista.

En ambos escenarios, las personas que podrían ser salvadas no tenían nombre, a diferencia de la víctima a sacrificar, aludida con un nombre típico ya sea holandés o musulmán. Se encontró que quienes inhalaron oxitocina eran más propensos a sacrificar a una persona con nombre musulmán que con nombre holandés.

La oxitocina, a decir de los resultados en el estudio, tiene una influencia en el favoritismo, lo que podría  “(…) desatar una reacción en cadena hacia un conflicto intenso entre grupos”.

Estos son solo algunos de los estudios que, escribe Yong, “están demostrando que la oxitocina no es “(…) la panacea para los males sociales del mundo”.

De hecho, sus efectos varían mucho dependiendo de la persona y las circunstancias, y puede ajustar nuestras interacciones sociales tanto para mal como para bien”.

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