El cuerpo como territorio ocupado
Gaza, Irak, Afganistán, Somalia, Mali, Sudán del Sur, México... cuando un país o territorio es escenario de conflictos armados y/o represión política, la mujer resulta la más vulnerable a abusos, violencia sexual y otros tipos de agresión física y psicológica.
Esto se dio a conocer durante el Encuentro de Género “De dónde partimos y dónde estamos”, que se llevó a cabo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
Luis HerreraGaza, Irak, Afganistán, Somalia, Mali, Sudán del Sur, México… cuando un país o territorio es escenario de conflictos armados y/o represión política, la mujer resulta la más vulnerable a abusos, violencia sexual y otros tipos de agresión física y psicológica.
Esto se dio a conocer durante el Encuentro de Género “De dónde partimos y dónde estamos”, que se llevó a cabo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
En dicha ponencia, la doctora María Sonderéguer, investigadora del Centro de Estudios en Historia, Cultura y Memoria de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), mostró el vínculo que une al cuerpo de la mujer con la noción misma de territorio ocupado.
Sonderéguer, que dirige junto al exjuez español Baltasar Garzón la Colección Derechos Humanos de la UNQ, ha centrado sus investigaciones en temas como violencia sexual contra las mujeres en episodios armados y particularmente durante la dictadura de su país, y otras de Latinoamérica.
“Nosotros hoy cuando volvemos a mirar la Segunda Guerra Mundial podemos leer y ver de qué manera las violaciones y las violencias sexuales fueron sistemáticas a lo largo de toda la guerra. No solo en situaciones de guerra, en situaciones de ocupación; no solo de ocupación, los ejércitos de liberación cuando llegaban a las distintas ciudades de Europa violaban sistemáticamente a las mujeres”.
Es decir, continúa la doctora, “las mujeres no solo fueron botín de guerra en situación de conflicto sino que estaba completamente naturalizado que hubiera violaciones sexuales a las mujeres, cuando cualquier ejército de ocupación llega a un territorio”.
“Esto que aparece con una enorme fuerza en las situaciones de violencia y conflicto armado, también aparece totalmente naturalizado en la cultura, en los conflictos en situaciones que no son de conflicto armado, pero es la misma cuestión de lógica de territorio y soberanía”, dice María.
Esta naturalización de la violencia sexual hacia las mujeres la encontró Sonderéguer en los propios testimonios de las víctimas femeninas de los regímenes dictatoriales, no solo en Argentina, también en Perú, Guatemala, Chile y Paraguay.
Pero ¿de dónde proviene esta práctica de los ejércitos y grupos armados, paraestatales o no, por agredir a la mujer de manera sexual en esos casos? La doctora llega entonces al concepto del “cuerpo-territorio” de la mujer:
“Las mujeres no tienen soberanía sobre su propio cuerpo, la soberanía territorial aparece sustentada en la lógica de los varones; en situaciones de guerra el cuerpo de la mujer es el campo de batalla, son los varones los que inscriben su soberanía en ese cuerpo”.
“Esto pasó durante la Segunda Guerra Mundial y pasó en situaciones de conflicto armado en todos nuestros países que sufrieron distintas formas de represión política, y sigue pasando en nuestros países que sufren hoy formas de conflicto armado”.
Es decir, debido a que la visión patriarcal subvalora a la mujer hasta considerarla –en un grado u otro– propiedad del hombre, entonces con su vulneración lo que se cree estar venciendo es directamente al enemigo.
“Si yo disciplino el cuerpo de la mujer, si me apropio del cuerpo de la mujer, estoy derrotando a los varones del otro grupo, me estoy apropiando de algo que es de los varones del otro grupo y demuestro virilidad. En situaciones de conflicto armado o de represión política, las violencias sexuales son una manera de inscribir en el cuerpo de la mujer la derrota de los otros varones”.
De esta manera “las nociones políticas de soberanía-territorio-campo de batalla se inscriben en el cuerpo de la mujer”.
Y es que lo más importante, destaca la también autora del libro “Género y poder, violencia de género en conflictos armados y contextos represivos”, es que al deshilvanar las agresiones y abusos sexuales a las mujeres en estos episodios armados y de opresión política, lo que queda es el edificio de relaciones de poder que rige tanto en esos periodos extraordinarios como en los que consideramos normales.
“Esto que sucede en estas situaciones de excepción, que aparecen en la lógica de la batalla o en la lógica de conflicto, son las mismas lógicas que siguen apareciendo en situaciones que parecen más particulares”.
El ejemplo más claro es el derecho al aborto, en cuyo abordaje el concepto de la soberanía sobre el cuerpo de la mujer está justo en el centro.
“Lo que está en discusión en la cuestión del aborto es la noción de soberanía, de quién es el cuerpo de la mujer, quién define la soberanía sobre los cuerpos de las mujeres. La estructura de género es una estructura violenta que indica relaciones de poder, es una estructura en la cual el cuerpo de la mujer es territorio de lógica de poder entre varones”.
“Las mujeres tienen naturalizadas sus expectativas, dentro de esas expectativas –no solamente en situaciones de conflicto armado y represión política– la violación sexual aparece como algo que forma parte de su horizonte de posibilidades y, por ende, cuando denuncia frente una comisión de la verdad o justicia en muchos casos lo decían como un caso secundario: ‘me pasaron una serie de cosas a mi marido, a mis hijos o a mí y, además, me violaron’”.
Sonderéguer advierte que mientras no nos interroguemos sobre la manera en que construimos las feminidades y masculinidades (donde hay un “núcleo de violencia), no desmontaremos este esquema patriarcal –descubierto por la perspectiva de género–, y con él, estas violencias con estos significados.
“Es una forma ritualizada de confirmación de un ciclo de poder los abusos y violaciones sexuales; en tanto pensemos las relaciones entre varones y mujeres dentro de una estructura patriarcal que está en clara lógica de poder, donde los lugares de la feminidad aparecen subalternizados, la violaciones y abusos sexuales son necesarios y cíclicos”.
“Mientras nosotros no desestructuremos una lógica de relaciones de poder, no vamos a poder desarticular estos ciclos de violencia: los abusos sexuales son necesarios a la lógica de poder”.
Por cierto, en un país como México donde la tortura es una práctica generalizada dentro de la persecución de los delitos, la doctora hizo énfasis en la existencia de variantes en estos actos que representan en sí también formas de violencia sexual, como la agresión a los genitales tanto de mujeres como hombres, o cuando se desnuda a las primeras de manera forzosa.
Entonces, esta tortura tiene también “una función disciplinadora, de confirmación de un ciclo de poder aun en el caso en que los violados sean varones, porque la estructura patriarcal nos indica que a los varones se les feminiza, por ende, sigue operando esta estructura de relaciones de poder y de asignación de lugares de la masculinidad y la feminidad”, y por tanto, incluso cuando el victimizado es hombre, puede hablarse de un “crimen de género”.