En 2017 Elena Poniatowska publicó El charrito cantor, cuento infantil a partir de una anécdota de Fernando Alonso, su ayudante y amigo.
─Oye, ¿vas a ir a la FILIJ? ─me preguntó Fernando Alonso en el pasillo de la oficina.
─No lo sé, ya tengo planes para el fin de semana ─le respondí.
─Tienes que ir, el sábado van a presentar mi libro, el que me escribió Elena ─dijo con insistencia.
Cuando lo conocí tenía 23 años. Él buscaba trabajo como monitorista de medios y mostró su CV para revelar que había colaborado como ayudante de “La Poni”. No fue un acto de presunción ante los reclutadores y los que buscábamos el mismo puesto; lo hizo como alguien que tiene una historia que quiere platicar.
Elena Poniatowska forma parte de su experiencia profesional y personal, quizá de la segunda un poco más que de la primera. A más de una década de estar en contacto, los dos se reconocen como amigos que se quieren.
Fernando la apoyaba a integrar el acervo de la Fundación Elena Poniatowska Amor A.C., a buscar libros en las bibliotecas de la Ciudad de México y a intentar ordenar la de ella, siempre en aumento porque no dejaban de llegarle ejemplares para que los prologara o los presentara. También transcribía los audios de las entrevistas que la periodista realizaba y algunas veces le tocó estar presente cuando la entrevistada era ella, en su casa en la alcaldía Álvaro Obregón.
─Fueron chambitas, porque había varios doctores que le ayudaban ─precisa.
Aunque hace memoria, no recuerda la fecha en la que comenzó a entrar y salir de la vivienda frente a la Parroquia de San Sebastián Mártir, como lo siguen haciendo Conrado, el chofer; Martina García, la trabajadora del hogar; o los gatos Monsi y Vais, en alusión a Carlos Monsiváis.
La ayudaba a revisar las versiones de El charrito cantor que entregó a la editorial Penguin Random House antes de su publicación, en 2017. Él es el protagonista de la ficción que transcurre de Santa Isabel Tola a la Plaza Garibaldi y que sintetiza como un cuento infantil en el cual se pierde para encontrarse.
La Llorona, homenaje a Elena Poniatowska
Ahí estaban la princesa de Polonia y el charrito de Garibaldi, sentados uno a lado del otro, secreteándose con cierta complicidad, en la 37 Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) en el Parque Bicentenario.
La presentación de El charrito cantor estaba programada a las dos de la tarde. Acudió Oswaldo Hernández Garnica, quien ilustró las páginas con diferentes personajes. Ninguno se parece a Fernando Alonso, salvo el joven con casquete corto que aparece en la portada.
Para sorpresa de Poniatowska, llegaron los mariachis. Ella entonó Bésame mucho y él, con su voz de falsete, interpretó La llorona. De esta pieza del Istmo de Oaxaca existen tantas versiones como cantantes. Hasta el propio Fernando Alonso modificó la letra que Chavela Vargas popularizó.
“Salías del templo un día, Elena
cuando al pasar yo te vi.
Salías del templo un día, Elena
cuando al pasar yo te vi.
Hermoso huipil llevabas, Elena
que la virgen te creí.
Hermoso huipil llevabas, Elena
que la virgen te creí”, cantó a capela.
“Hace varios años Fernando me invitó a su escuela, me hizo la fiesta más bella que me han hecho jamás: empezó a cantar La Llorona”, recordó Poniatowska entre aplausos del público. A propósito de festejos, hoy 19 de mayo hay doble celebración: es el cumpleaños 88 de la escritora y el 26 del charrito.
Fernando Alonso organizó el homenaje El árbol onírico de Elena Poniatowska, el cual se llevó a cabo el 25 de enero de 2013 en la Prepa 3 de la UNAM y contó con la participación de la periodista y escritora. Sus compañeros le ayudaron a hacer un perfil de la galardonada en ese año con el Premio Cervantes, a incluir fragmentos de su obra y a seleccionar las canciones que iba a interpretar.
“Yo creo que eso la conmovió mucho. Al final me agarró la cara, nunca se me va a olvidar”, expresa.
El charrito cantor, homenaje a Fernando
Fernando Alonso conoció las letras de “Elenita” cuando leyó Hasta no verte Jesús mío, acerca de la soldadera Jesusa Palancares. Aunque ha leído casi todas sus publicaciones, su favorita es Tinísima, sobre la fotógrafa italiana Tina Modotti. En su obra, Poniatowska ha dejado ver su fascinación por mujeres emblemáticas de los años revolucionarios y vanguardistas. Pero su musa nunca había sido un joven al que conocía desde la adolescencia.
Fernando recuerda que estaban en el cuarto de trabajo cuando ella comenzó a escribir El charrito cantor. La pieza de literatura infantil parte de la historia de su padre, quien tuvo 16 hijos con tres mujeres distintas y murió cuando le dispararon en Lindavista. La ficción mantiene su nombre, sus características físicas y su gusto por la música mexicana.
“Me dijo ‘acuérdate de alguna anécdota de cuando eras niño’. Y le conté que me perdí cuando fueron por mí a la escuela en Santa Isabel Tola, por la carretera México-Pachuca. Ya cuando iba hacia mi casa, seguí las torres de Luz y Fuerza del Centro, que era lo único que veía. Mi abuela venía del mercado y estaba en llanto pero Elena me dijo que eso era muy aburrido, que mejor debíamos meter que di a la Plaza de Garibaldi y empecé a cantar La Llorona”.
En el cuento, el 15 de septiembre, fecha en que México celebra el Grito de Independencia, Cuquita, la madre del charrito, lo escuchó cantar en el Salón Tenampa y dijo que se lo iba a llevar a casa. Su hijo le contestó que no quería regresar porque él ya había encontrado su vocación.
“Él empezó a visitarme y empecé a quererlo mucho. Y un día le dije ‘cuéntame algunas cosas tuyas’, pero esa no es su vida, no es su biografía. La realidad es que yo encontré a un muchacho muy guapo, muy joven, que me conmovió muy profundamente y desde entonces somos amigos. Y este mensaje era una sorpresa para él y para rendirle homenaje no sólo a él, sino a todos los niños de México”, pronuncia la escritora en un video de su presentación en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
Ricardo Cayuela, entonces director editorial de Penguin Random House, contó cómo la escritora llegó hasta la recepción con una carpeta llena de hojas. Cuando la recibió en su despacho, le dejó el texto de tres cuartillas y algunas ilustraciones. Su intención era apresurar la publicación para presentar El charrito cantor en Jalisco, la cuna del mariachi.
Perderse para encontrarse
Fernando está perdido. Esta vez no hay torres de Luz y Fuerza del Centro a las cuales seguir, como en el cuento. Llama para preguntar si para llegar al Palacio de Minería debe caminar hacia el Metro Allende o a Bellas Artes. Después dice que ya se ubicó, que se guiará con el sonido que hace el organillero para encontrarme. Le gusta la música desde la infancia.
La lectura y la escritura le llaman la atención desde la secundaria. Por ello, buscó inspiración en Elena Poniatowska cuando era un adolescente, pero al final resultó ser él quien la inspiró a ella.
“Yo quería estudiar en la Escuela Nacional de Música, el examen es difícil pero también tener los instrumentos. Entonces, dije que me iba a dedicar de lleno a escribir, pero también es complicado”, lamenta.
En 2013, ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM. Optó por la Filosofía y no por las Letras. Ahora es pasante de tesis y está trabajando en un banco.
“En un banco pagan bien, en un banco hay estabilidad, y yo creo que en ese sentido la expectativa que uno tiene en este tipo de oficios no toma en cuenta el contexto en el que ahorita se están desarrollando”, dice en referencia a la música y la escritura.
La importancia de Poniatowska en la vida de “Fernandito”, como ella lo llamó de cariño, es más personal que profesional. Afirma que le ayudó a encontrarse para no perderse y por ello la considera su “maestra de vida”.
“Yo creo que eso es lo que me hace sentir orgulloso de mí, puedo decir qué no soy. En mi caso, lo que encontré fue lo que no era y el día de hoy me siento libre”, termina el cigarro que fumó durante la plática.
Hojea a detalle el ejemplar de El charrito cantor. De entre las páginas saca el boleto para la FIL. Me pide que nos demos prisa, asegura que Elena Poniatowska siempre llega tarde pero él quiere estar a tiempo para recibirla.
Encuentros entre libros
Han pasado más ferias del libro que años y en casi todas está ella. En la edición 41 que alberga el Palacio de Minería, Elena Poniatowska se apoya del brazo de María Consuelo Mejía Piñeros, titular de la organización Católicas por el Derecho a Decidir, para subir las escalinatas principales.
La calcomanía naranja que la acredita como participante no es necesaria. Los asistentes la reconocen desde la calle de Tacuba, se acercan a saludarla, le piden una fotografía de recuerdo y una dedicatoria con firma, entre ellos el charrito cantor.
─Señora Elena, ¿me regala una foto? ─le dice de broma al tiempo que pone su mano sobre su hombro. Se toma el atrevimiento de tocarla para hacerse notar entre las decenas de seguidores.
─¡Pero qué bonita está tu camisa, Fernando! ─le responde la escritora en cuanto reconoce su voz, atributo que parece ser lo que la cautiva de él junto con las estrellas blancas sobre tela negra de su prenda de vestir.
A nadie le niega el retrato ni las palabras escritas, a menos que ella no sea la autora del libro que le ponen en las manos o que la pluma “pinte feo”. Cuando los lectores al fin la dejan llegar al salón El Caballito, al recinto ya ingresaron 50 personas que se formaron con horas de anticipación.
Mientras una señora reclama a los organizadores que viene desde Puebla y que por no entrar a la conferencia de Poniatowska ya no sabe si le va a firmar sus libros, Fernando Alonso dice que es de prensa y logra colarse. En la ronda de preguntas y respuestas, pide el micrófono. No se presenta con su nombre porque sabe que Elena ya lo conoce y le pregunta consejos para los “jóvenes periodistas”.
“En algunas cosas he sido muy aventado, y sí también he estado en los bares, sobre todo porque mi abuela también cantaba boleros, rancheras. Quizá Elena se quedó sorprendida de que yo tuviera ese valemadrismo”, se ríe cuando le muestro el boletín de la FIL que retomó su pregunta.
La sala se vacía porque el público va detrás de la escritora, cuya sonrisa no oculta ni dientes ni encías por toda la gente que se forma por un autógrafo.
─Ahí me llamas, Fernando, yo siempre te contesto ─se despide de él con la voz lenta, como el paso que da con sus tenis. Es domingo y la princesa roja va de pants.
El charrito me pide que le pase la foto que les tomé para que la comparta en Facebook, la red testigo de cómo ha pasado el tiempo entre los dos. El cabello cano de ella contrasta cada vez más con los rizos negros de él.
“Yo tenía como unos 13 años cuando empecé a buscarla, a ir a conferencias, a pláticas y logré tener contacto con ella”, me cuenta sobre la primera vez que acudió a una de sus presentaciones en el Centro de Enseñanza Para Extranjeros.
Si no fuera por encuentros de este tipo, nunca se hubieran conocido ni Elena Poniatowska le hubiera escrito El charrito cantor.
Este trabajo fue elaborado en el Programa Prensa y Democracia (PRENDE) de profesionalización en Periodismo de Datos (Primavera 2020) en la Universidad Iberoamericana, en el marco del Proyecto de Investigación “Narrativas, periodismo y regímenes discursivos de la Cultura”. Se publica simultáneamente en Perro Crónico y Reporte Índigo.