El asesino con arma de obsidiana

Imagínese cruzar el umbral de una puerta y viajar 500 años al pasado.  Imagínese que de un segundo a otro los muros del cuarto desaparecen solo para volver como barrotes de madera y el piso de duela desgastado en tablas podridas suspendidas en el aire. Vea el suelo moverse con el vaivén de la jaula que lo aprisiona. Sienta la claridad dolorosa del cielo y los rayos de un sol funesto quemándole la piel.

Víctor Fernández Víctor Fernández Publicado el
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Imagínese cruzar el umbral de una puerta y viajar 500 años al pasado.  Imagínese que de un segundo a otro los muros del cuarto desaparecen solo para volver como barrotes de madera y el piso de duela desgastado en tablas podridas suspendidas en el aire. Vea el suelo moverse con el vaivén de la jaula que lo aprisiona. Sienta la claridad dolorosa del cielo y los rayos de un sol funesto quemándole la piel.

¿Lo sintió? Entonces usted se encuentra  en un cuento de Bernardo Esquinca,  uno  de los autores de literatura fantástica que ofrece el catálogo de la editorial Almadía. Un escritor que línea tras línea  nos deja ver el vaho que exhala el centro histórico del Distrito Federal; cosa que no siempre resulta una experiencia agradable.

Con numerosas colaboraciones en antologías, dos libros de cuentos y dos novelas bajo el brazo, Esquinca  nos lleva a través de los sinuosos y oscuros caminos del horror, donde el pasado siempre es el responsable de las calamidades del presente. 

En su novela más reciente, “Toda la sangre”, Bernardo Esquinca retoma el concepto de Tonalli  que significa “espíritu animado” o “animador del espíritu”, mismo que según los mexicas se encontraba en la sangre y el corazón era el centro de donde emanaba. 

Un cuenco lleno era el “alimento de los dioses” para los aztecas; para Esquinca el combustible de su novela y para el lector un rojo espejo donde ve su pasado. 

La novela relata desde la muy peculiar mirada de Casasola, un entusiasta pero torpe reportero de nota roja que comienza a investigar  la historia detrás de una serie de ofrendas macabras hechas en distintas ruinas prehispánicas del centro de la Ciudad de México. ¿La razón? Para Casasola, una historia que lo lanzará a la cúspide en el sórdido mundo de  nota roja. Para el asesino, el regreso de los dioses que reinaron antes de que llegaran los españoles.

En torno a “Toda la Sangre”, Bernardo Esquinca dijo en entrevista para Reporte Indigo:

“Estos escenarios tan particulares que tiene el Centro Histórico me inspiraron esta novela, que tiene que ver con los vestigios prehispánicos que hay, las ventanas arqueológicas, y también con la manera que éste pasado, como sobrevive hoy en día cómo los habitantes de esta convulsionada ciudad y particularmente el ‘Centro Histérico’… Yo caminando por esas calles y concretamente por la calle Seminario que es la calle que nos lleva a la entrada del templo mayor, mirando las ruinas me imaginé que pasaría si hubiera un asesino arrojando  corazones humanos en las pirámides que hay hoy en día en el centro histórico con la idea de que mediante estos rituales del poder mágico de la sangre, lograra él conseguir que volvieran los antiguos dioses digamos que el propósito de este asesino es que los dioses desterrados durante la conquista regresaran”.

Este es el segundo libro de lo que ya se puede considerar como la saga de Casasola, un alter ego de Esquinca, que, como el Belano de Bolaño, representa una especie de detective literario. Sin embargo, Casasola a diferencia de su homólogo chileno, no tiene ese halo de misticismo y tragedia poética que Bolaño le imprime a su detective. No, Casasola es engreído, miope y un tanto obtuso; sin embargo, con buena estrella.

“Me gustaba hacer esta ironía de un personaje que se cree superior en el periodismo  porque es periodista de cultura y después se ve digamos defenestrado al inframundo de la nota policiaca, donde recibe un baño de humildad y termina entendiendo que la nota roja pues, también es un periodismo muy intenso, muy vital y que nos narra el lado oscuro de la sociedad”, comentó Bernardo.

Las complicidades con autoridades, las mochadas, las difíciles horas de trabajo y, sobre todo, el peligro constante de estar dos pasos atrás del asesino son en gran parte los elementos del día a día de Casasola en esta novela. 

Pero, aun sobre la figura de este casi mítico asesino ritual  en “Toda la sangre”, hay una presencia que se impone cómo la más colosal y avasalladora en  la novela: La de los dioses mexicas. Al igual que Lovecraft logró aterrar a sus lectores con Azathoth o Yog-Sothoth, “los antiguos” que ven al hombre con indiferencia, sabiéndose capaces de destruir toda la creación con un simple pestañeo; de esa magnitud se puede sentir la presencia de  Tlaltecuhtli, la devoradora de cuerpos en esta obra literaria. Deidad que, desde las sombras, susurra para aquellos que deseen escuchar y murmura de su regreso a este mundo. 

En cuanto a esta visión del centro como un vórtice trans-dimensional, Esquinca nos contó: 

“Me gusta pensar que el centro de la Ciudad de México es una especie de portal a otras dimensiones, por su carga histórica, por sus atmósferas, por sus edificios, por sus callejones; por toda esta magia y carga energética que tiene. Me gusta pensar que nos abre puertas para otro tipo de realidades, de presencias que siguen muy latentes. Es ideal para la literatura que yo hago, que está ligada a lo siniestro, a lo sobrenatural, a lo fantástico; no está ni mandado a hacer. Camino mucho por las calles del centro y todo el tiempo se me están ocurriendo historias… Si hubiera una posibilidad real de que existieran: fantasmas, monstruos (y) demonios, están ahí, encarnados en muchas de las historias (y) leyendas del centro histórico… en el centro de la Ciudad de México, todo es posible, incluidos los fantasmas”.

Tonalli, el poder de la sangre, también es el destino o la suerte. Tonalli, un concepto que Bernardo Esquinca explora de manera minuciosa y en “Toda la sangre”, novela donde toma forma aquella sentencia gitana que versa: “Ten cuidado con lo que desees, porque  se puede cumplir”. Una hermosa y escalofriante radiografía del Centro de la Ciudad de México, que a diferencia de la ciudad que vio Alexander Von Humboldt, es todo menos transparente. 

Cual tzompantli, Esquinca construye capítulo a capítulo un muro de antiguos horrores y con un poder latente, que en cualquier momento revelará las fuerzas que durante muchos siglos gobernaron estas tierras, y que por más que los conquistadores intentaran esconderlas, siguen demostrando que aun no se han ido. 

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