Elvis Presley, el Rey del rock, fue un agente honorario anti narcóticos por promover una campaña contra el consumo de drogas, cargo que desempeñó durante del gobierno de Richard Nixon, sólo que paradójicamente, el ídolo vivió para consumirlas.
Ese 16 de agosto de 1977 cuando fue encontrado muerto en el suelo del baño de su mansión en Graceland, poco se sabía de su adicción a las pastillas.
Elvis Aaron Presley comenzó a desarrollar el gusto por las drogas en 1958 durante su servicio militar en la base de Friedberg, en Alemania, en donde un sargento le ofreció la primera dosis.
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El cantante vivió poco, a penas 42 años, pero ese tiempo le bastó para construir su propio mito al rededor del cual construyó una figura admirada por miles de jóvenes de los años 60, esa época en la que pululaban los “hippies, drogadictos, Black Panthers y los malditos estudiantes revoltosos”, según sus propias palabras escritas a su querido presidente Nixon.
Elvis estableció su reinado en Las Vegas, el sitio ideal para cultivar su adicción a drogas como la morfina, codeína, valium, placydid, nembutal, butabarbital y quantum, además de sus defendidas anfetaminas.
El médico del Rey, George Nichopoulos, mejor conocido como el “Doctor Nick” fue quién explicó, tras la muerte del ídolo juvenil, que fueron las anfetaminas las que provocaron el deterioro en la salud de Presley, ya que el abuso de las pastillas le produjo insomnio crónico el cual combatía con grandes cantidades de pastillas para dormir.
Esta espiral fue la principal causa de la muerte prematura del rockero, El doctor Nick explicaba que Elvis creía que había medicina para todo, pensaba que mientras lo recetara un médico no había nada malo”.
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En esa época de gran uso y abuso de drogas, fue precisamente cuando decidió presentarse en la Casa Blanca, en la época de Nixon y pedirle el nombramiento de agente especial de la Agencia de Detección de Drogas (DEA), con lo cual podría transportar sus estupefacientes sin contratiempos.
Una de las drogas favoritas del Rey era el diladudid, del que hablaba todo el tiempo junto a su médico personal, el doctor Nichopoulos.
La relación del cantante con el médico fue tan estrecha que fue el propio “Dr. Nick” el que acabó recetándole en sus ocho últimos meses de vida diez mil dosis de sedantes, estimulantes y analgésicos y acompañándolo en cada una de sus giras, en las que llegó a subirlo a escena con un inseparable maletín con el que disfrutaba mostrarlo en público.
Los últimos tiempos del rey los vivió prácticamente drogado pues antes de subir a escena tomaba anfetaminas y terminando sus actuaciones debía ingerir sedantes para poder descansar y analgésicos para combatir sus dolores, según lo que el propio Nichopoulos narró en su libro “El Rey y el Dr. Nick”.
El precio que pagó Nichopoulos por no saber decirle que no al Rey del rock, fue dejar de ejercer su profesión ya que en 1995 se le retiró su licencia y se dedicó a organizar charlas en donde compartía recuerdos de su famoso cliente, en ellas mostraba el envase del analgésico favorito de Elvis, Diladudid, un fármaco químicamente similar al opio.
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Según lo que narra el productor y periodista, Julián Gil en su libro “El sargento Pepper nunca estuvo allí”, en sus últimos meses Elvis odiaba el olor de su cuerpo, sobre todo con tanto peso que había ganado lo que le procava sudar y sudar.
En esa época el Rey había perdido prácticamente el gusto por vivir, ya no le gustaba la ropa y no tenía el menor interés de escribir nuevas canciones, le pesaba no poder salir a pasear a su hija como cualquier hombre de su edad.
“Sólo quería huir, escaparse, estar solo. En sus últimos días le había dado `por el misticismo con un marcado gusto por la necrofilia, tanto a veces visitaba la morgue para conocer más sobre el embalsamamiento de cadáveres.