Sabemos que la composición bacterial de nuestro estómago tiene efectos sobre significativos sobre la forma en que procesamos los alimentos y en la que el azúcar llega a nuestra sangre –y por lo tanto en la naturaleza e intensidad de nuestros antojos. Pero la evidencia sugiere que la influencia de estas bacterias llega mucho más allá: al cerebro.
Durante una charla reciente en TEDMED John Cryan, profesor de neurociencia de la Universidad College Cork, en Irlanda, mencionó que los ratones criados en hábitats estériles –con fines de investigación– tienen rasgos autistas en su comportamiento.
“Al mirar los cerebros de estos animales, vemos cambios marcados en el sistema de serotonina y los niveles de proteínas involucrados en la plasticidad”, afirmó. Se cree que la conexión podría estar en el nervio vago, que va del cerebro al estómago, y al ser estimulado por las bacterias provoca la producción de ciertos neurotransmisores.
Cryan y un equipo de investigadores postulan que, de hecho, las bacterias que habitan en nuestros estómagos están relacionadas estrechamente con el desarrollo de nuestra personalidad en la infancia.
Incluso aseguran que existe la posibilidad de que nuestra sociabilidad haya sido provocada por estos organismos, conforme los seres humanos comenzaron a necesitar relacionarse y comprenderse para satisfacer sus necesidades biológicas, como alimentarse o reproducirse.
“Estar en grupos sociales es mejor para los humanos, pero también para las bacterias. Cualquier cosa que incremente el potencial de que los genes pasen a otra generación y se propaguen impulsa la evolución”, señaló Cryan. “Ser sociales lo permite para las bacterias tanto como para los humanos”.