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Hasta la persona más “santa” o noble se ha visto alguna vez superada por el enojo, ha perdido los estribos o ha llegado a “explotar” cuando algo o alguien lo “saca de quicio”.
El enojo, como la alegría, el miedo o la tristeza, es una de las emociones básicas universales de los seres humanos y viene acompañada de cambios fisiológicos y biológicos.
De hecho, una cierta dosis de enojo sirve como estrategia de supervivencia: activa en el cerebro el mecanismo de lucha, huída o parálisis que utilizamos para responder ante una amenaza.
Eugenia Rodríguez
Hasta la persona más “santa” o noble se ha visto alguna vez superada por el enojo, ha perdido los estribos o ha llegado a “explotar” cuando algo o alguien lo “saca de quicio”.
El enojo, como la alegría, el miedo o la tristeza, es una de las emociones básicas universales de los seres humanos y viene acompañada de cambios fisiológicos y biológicos.
De hecho, una cierta dosis de enojo sirve como estrategia de supervivencia: activa en el cerebro el mecanismo de lucha, huída o parálisis que utilizamos para responder ante una amenaza.
“El enojo mantiene nuestros cuerpos y mentes estimulados y listos para la acción, debido a su excitación del sistema nervioso simpático”, señala el reporte de una encuesta sobre el enojo como problema de la Mental Health Foundation (MHF).
Además, “el aumento que resulta en la frecuencia cardiaca, la presión arterial, el flujo sanguíneo a los músculos voluntarios, el nivel de glucosa en la sangre, la frecuencia respiratoria, la nitidez de los sentidos y la sudoración, son necesarios para una alerta o emergencia”.
El problema, entonces, no es el enojo per se, sino el grado de intensidad del estado emocional, pasando de una simple molestia a sentimientos de furia e ira que, en algunos casos, llegan a ser “indomables” para las personas.
Es un estado emocional que se experimenta con frecuencia y que se traduce en lo que la MHF reconoce como un “problema de ira”, definido como “cualquier forma disfuncional de relacionarse con el enojo, que cause constantemente dificultades importantes en la vida de una persona, incluyendo sus pensamientos, sentimientos, comportamientos y relaciones”.
En estos casos el enojo pasa a segundo término y cede el protagonismo a la “ira”, con la “que podemos ‘cargar’ días, horas, semanas, meses”, y con la que “nuestros procesos mentales no son tan elaborados”, dice en entrevista para Reporte Indigo el Dr. Héctor Manuel Pinedo, terapeuta cognitivo conductual y racional emotivo por el Instituto Albert Ellis.
¿Contenerse o ‘soltar’ la ira?
La creencia de que los sentimientos de ira deben “descargarse” se ha mantenido firme en el consciente colectivo.
Esta creencia popular reside en lo que se conoce como la “teoría de catarsis”, que sostiene que expresar la ira o los sentimientos agresivos, libera la presión que ejerce esta emoción, es saludable y contribuye a una mejora del estado psicológico.
Para los psicólogos defensores de esta teoría, reprimir esta expresión emocional deja como “saldo” padecimientos que afectan la salud, como úlceras, ataques al corazón, migrañas o trastornos gastrointestinales.
A todo esto se suman las alternativas que autores de libros de autoayuda han recomendado para “sacar del sistema” los sentimientos de ira sin llegar a agredir físicamente a una persona, como torcer una toalla, golpear una almohada o un saco de boxeo.
Más de 40 años de investigación científica contradicen la teoría de catarsis, con estudios que demuestran que, en realidad, la descarga de la ira, lejos de aminorar la agresividad, la incita, aumenta y empeora.
En uno de los estudios clásicos se encontró que los participantes que pasaron 10 minutos martillando clavos (una supuesta técnica para satisfacer el impulso de la ira) tras ser insultados, se comportaron de una manera más hostil al hacer una crítica a la persona que los había agredido verbalmente.
Otro de los estudios más recientes del psicólogo social y especialista de la ira, Brad Bushman, demostró que quienes golpeaban un saco de boxeo mientras pensaban en la persona que los “provocó”, llegaron a sentirse más iracundos, además de mostrar mayores niveles de agresividad.
“En esencia, descargarse (para reducir el enojo) es practicar cómo comportarse de manera agresiva (…) es como utilizar gasolina para apagar un fuego —solo alimenta la llama”, señala Bushman en un estudio publicado en el journal Personality and Social Psychology Bulletin.
Y, agrega, “al alimentar pensamientos y sentimientos agresivos, la descarga (de la ira) también aumenta la respuesta agresiva”.
Pero hoy en día, ya no tenemos que esperar a ser “provocados” para manejar nuestras emociones, especialmente la ira.
A decir de la psicóloga Carol Tavris en su libro Anger: The Misunderstood Emotion (1989), “las tensiones de la vida urbana son muy estimulantes: la frustración, el ruido, las multitudes, el alcohol y los deportes no generan enfado de manera automática, producen excitación física que, cuando se asocia con una provocación psicológica, pueden convertirse en el sentimiento de ira”.
De hecho, “la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de qué tan frecuente nos vemos agitados por los estimulantes que están en el contexto de nuestras vidas”.
El ‘aderezo’ del boiling point
El doctor Pinedo identifica ciertos “condimentos” que hacen que una persona transite de lo que sería una reacción normal –como el enojo– al sentimiento de ira en una situación determinada:
— Proceso de personalización:
“Parece que a ti te gusta que yo me moleste”.
— Dar intención negativa a las conductas del otro:
“Lo haces solo para molestarme”.
— Falacias de justicia:
“Esto no debería de estar pasando”, “esto no es justo” o “esto no se vale”.
Estudio de Bushman
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Reporte completo
PDF de la MHF británica
Control de la ira
Bajo la mirada de la psicología pop