La temperatura en nuestro cuerpo es un elemento más allá de tener frío o calor o de, en ocasiones, decir que enviamos un “caluroso” saludo y decimos que la actitud de la recepcionista del hotel fue “fría”.
Estudios como el liderado por el psicólogo de la universidad de Yale John Bargh, han demostrado que la temperatura física tiene influencia en la manera que se perciben los vínculos afectivos que hacemos.
En su estudio, Bargh encontró que quienes sostenían una taza de café caliente eran más propensos a juzgar, en base a un paquete de información, la personalidad de un individuo (ficticio) como cálida y amistosa, que aquellos que sujetaban una taza de café helado.
Por su parte, Matthew Vess, del departamento de la Universidad de Ohio, llevó a cabo dos estudios para probar la hipótesis de que los vínculos de apego, específicamente aquellos dotados de altos niveles de ansiedad, predicen positivamente la sensibilidad a las señales de temperatura.
En el primer estudio, un grupo de 56 adultos fue reclutado en línea, para tomar una prueba que apuntaba a medir el estilo de apego que tienen en sus relaciones, ya sea de ansiedad (temor al abandono) o de evitación (temor a la intimidad), o bien, relaciones en las que se sintieran cómodos en compañía de los demás.
Como parte de la dinámica del estudio, a la mitad del grupo se le solicitó que recordaran una ruptura amorosa, mientras que al resto se les instó a que pensaran en un evento ordinario.
Luego, se les pidió a los participantes que evaluaran qué tanto les apetecían ciertos alimentos o bebidas de temperatura caliente (té, café, sopa) y de temperatura neutra (galletas, dulces, papas fritas).
Se encontró que aquellos que fueron juzgados de tener un estilo de apego con alto nivel de ansiedad en sus relaciones (por no llamarlos “dependientes” o “pegajosos”), hicieron evidente un “deseo pronunciado” por las bebidas o alimentos de temperatura caliente tras recordar una ruptura amorosa.
Al contrario de aquellos con un estilo de apego de bajo nivel de ansiedad.
En el segundo estudio, se buscó comprobar en un grupo de 112 personas que se encontraban en una relación de largo plazo, si el hecho de proporcionarles pistas inconscientes sobre conceptos que tuvieran alguna relación con temperatura fría, afectaría su perspectiva sobre su vida amorosa.
Lo anterior se llevó a cabo mediante diversas cadenas de palabras relacionadas con frialdad o calidez (relación de la que los participantes no tomaron conciencia), que una por una debían ser acomodadas por los participantes para formar una oración.
Después del experimento, los participantes tuvieron que dar a conocer cuál era su satisfacción sobre su relación actual.
Al igual que en el primer estudio, se encontró que aquellos con ansiedad de apego fueron los únicos afectados por las palabras que tenían alguna relación con la temperatura.
Con las palabras que invitaban a pensar en calidez, los participantes pensaban en su pareja afectuosamente, pero mostraban menos satisfacción en su relación cuando consideraban la frialdad.
A decir de investigadores, los resultados sugieren que las personas con un estilo de apego ansioso “pueden emplear asociaciones entre temperatura e intimidad (…)” como una forma de manejar su ansiedad, pero a su vez “(…) pueden estar (…) influenciados por dichas asociaciones al evaluar su relación amorosa actual”.
Ambos estudios fueron publicados recientemente en Psychological Science.
Este estudio es parte de lo que se ha investigado en un reciente campo de la ciencia cognitiva, conocido en inglés como “embodied cognition” (o cognición corpórea), la idea de que la mente del ser humano no está confinada única y exclusivamente en el cerebro, sino que se “extiende” a lo largo del cuerpo.