La frialdad y la crudeza con la que los asesinos masivos acaban con la vida de inocentes no tiene nombre. A diferencia de un asesino en serie (que también mata a numerosas víctimas pero no al mismo tiempo), las personas que realizan las masacres –de cuatro o más víctimas– en una locación o evento es definido por el USA Bureau of Justice Statistics como asesino masivo.
Los asesinos masivos son divididos en tres categorías: aniquiladores de familias, personas con trastornos mentales y empleados resentidos (se acuñó de esa manera a los trabajadores que con ira vuelven después de ser despedidos para asesinar a sus colegas).
Y, contrario a los asesinos en serie, estos criminales no suelen tener motivos sexuales para matar.
Pero si se eliminan razones relacionadas con fanatismo y extremo religioso, hay casos que dejan perplejos a los seres humanos y uno de ellos es la lamentable masacre ocurrida la noche del domingo, en Las Vegas.
Stephen Paddock, de 64 años y quien se suicidó después de acribillar a los espectadores del Route 91 Harvest Festival, no tenía antecedentes penales y, a pesar de que el Estado Islámico señaló que era uno de sus soldados, agentes federales aseguran que Paddock no tenía relación con organizaciones terroristas, extremistas o religiosas.
Lo que sorprendía a su familia –y al mundo– es que aparentaba ser un hombre retirado como cualquiera, al que le gustaba apostar y jugar en casinos como a miles de personas que acuden a destinos como Las Vegas.
Ese “hombre normal”, que vivía en una comunidad de jubilados, tenía una decena de armas en su cuarto en el hotel Mandalay Bay, desde donde disparó en el piso 32. Y era hijo de Benjamin Paddock, uno de los hombres más buscados por el FBI en la década de los ‘60.
Se le concedió una licencia de piloto en 2003, por lo que pasó las pruebas de evaluación física y mental.
Tratamientos, no armas
“El asesino en masa es un coleccionista de injusticias, que pasa mucho tiempo resentido por los rechazos reales o imaginados, así como escarbando en humillaciones del pasado”, dice el psiquiatra Allen J. Frances en Psychology Today. “Tiene una cosmovisión paranoica con sentimientos crónicos de persecución social, envidia y resentimiento. Él está atormentado por las creencias de que los otros privilegiados están disfrutando de la vida de todo lo que pueda tener, mientras él debe mirar por la ventana, como un solitario externo, siempre mirando”.
Así, el asesino puede ser cualquiera, el que se tiene a lado en la fila del banco o detrás del asiento en una montaña rusa… cualquiera.
Frances, como miles de personas en todo el mundo, tiene la esperanza de que se reduzca este tipo de ataques (ajenos a los que realizan las mentes psicópatas o con algún trastorno mental o motivo en particular), “se debe reducir el acceso a las armas de destrucción masiva. No debería ser más fácil para un posible asesino obtener una pistola que recibir una cita para pacientes ambulatorios. Necesitamos mejorar ambos lados de esta ecuación. Más tratamiento, menos armas”.