A través de la pintura, en específico con el movimiento de las castas, se pretende analizar cómo surgió el clasismo.
El clasismo es la herida con la que México y la humanidad ha cargado lastimosamente desde hace muchos siglos, padeciendo la división de grupos por su origen, poderes y riquezas.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS), realizada en 2005 y 2010, arroja que, a nivel nacional, los adultos mayores son los que experimentan más esta situación, con un 40 por ciento; los indígenas 15.5 por ciento y las personas con discapacidad 14.6 por ciento.
La historia de la discriminación en México se puede conocer a través del arte, por ejemplo, durante la primera mitad del siglo XIX los “artistas viajeros” dejaron testimonios visuales de las costumbres de los mexicanos que consideraron “pintorescos”.
“En la humanidad siempre hay estas sociedades estamentales en las que había diferencias de clase. Estaban totalmente afectadas por lo que caracteriza a la modernidad, es justamente cuando esto ya no va a estar tan bien visto y se vuelve un tema en el arte”, detalla Angélica Velázquez Guadarrama, investigadora del Instituto de Investigaciones estéticas de la UNAM.
La diversidad en el mestizaje
Con el fin de ilustrar todas estas mezclas surgieron en México las llamadas pinturas de castas, que se desarrollaron a lo largo del siglo XVIII y en las que se identificaban las diferentes clases de mestizaje y su tipo de descendencia al juntarse con personas de “sangre diferente”.
La especialista de la UNAM indica que la pintura de castas está relacionada con los oficios, donde se desenvuelven las personas; el espacio que ocupan, ya sea en interior o el espacio público, y el origen étnico o raza.
“El ocio era para las clases altas que están en interiores lujosos, cómo interactúan, con música y libros, a diferencia de las clases donde había un componente de ascendencia africana y estaban relacionados con las clases más bajas de la sociedad”, añade.
Para el siglo XIX, este género pictórico, junto con otras disciplinas, como el grabado, la litografía y la caricatura, apeló a la crítica social.
La pintura de castas como crítica social
Para la investigadora de la UNAM existen pinturas que ejemplifican esta diferencia de clases, como las de José Agustín Arrieta, un artista poblano que tradicionalmente ha sido considerado como un pintor popular, pero cuyos cuadros no eran para el pueblo, sino para la burguesía.
A partir de sus imágenes se logró despojar a la clase baja del concepto de ser “peligrosa”, para que posteriormente se construyera la imagen nacional que generalmente va desde los oficios y artesanos.
“Es importante hacer esta diferenciación entre lo que sucede en la realidad, México ha sido como todos los países, con mucho clasismo, pero hay que ver cómo se manifiestan estas expresiones clasistas en el tiempo, en diferentes geografías y cómo se convierten en tema del arte, y al mismo tiempo, el arte a qué interés está sirviendo o desde dónde se ve el clasismo y cómo lo ve el público”, indica.
José María Villasana fue otro de los artistas que se preocupó por hacer una crítica social, en su trabajo reveló los tipos de maternidad y sus diferencias, entre la madre rica junto a la madre pobre.
O la obra de Manuel Ocaranza, quien realizó El café de la concordia (1851), en la que la solución compositiva no es inocua, la fachada del Café con su elegante y moderna decoración muestra una barrera infranqueable entre ricos y pobres.
“No es que nos presente niños de la calle, hace estrategias para poner al niño afuera del restaurante más elegante de la Ciudad de México, que estaba en la actual calle de Madero, para hacer contrastes. No lo idealiza, ni como personaje que nos parezca simpático, apela a que el público no pueda evitar hacer esta diferenciación entre ricos que comen adentro y el niño viendo hambriento por la ventana”, describe.
Angélica Velázquez Guadarrama también recuerda la pieza “El verano” (1939) de Antonio Ruiz “El Corcito”, que, de manera más sutil, muestra a una pareja de clase obrera frente a un aparador donde están unos personajes en traje de baño evocando “al mundo de las vacaciones de los ricos”.
“Es la misma idea, los personajes están de espaldas, hacia nosotros, aquí igual tomamos el lugar de esa pareja campesina que migró a la Ciudad, pero que tienen ciertas aspiraciones a este mundo de riqueza y de prácticas culturales, porque ¿quiénes se iban de vacaciones en esa época? Ya ahora son más generalizadas, pero en esa época quien se iba a la playa, tenía ropa específica, que no todo mundo podía tener”, describe.
Cabe aclarar que en aquella época a esta representación de castas no se le veía como clasista, la lectura se hace ahora bajo la mirada del siglo XXI a modo de comprender parte de las herencias que se fueron mostrando y enseñando desde años atrás.
“Los historiadores del arte nos acercamos al pasado analizando un tema, lo hacemos desde la preocupaciones del presente. Me interesa el tema de las mujeres, y a partir de mi historia académica.
“La palabra mujer es muy genérica, no es lo mismo ser mujer trabajadora en la Ciudad de México en 1850 que burguesa; estas cosas que a uno le preocupan en el presente son los problemas que va a buscar al pasado, sin generalizar, porque así no aprendemos nada”, puntualiza.
El papel de la mujer artista
Juliana y Josefa Sanromán, Guadalupe Carpio y Eulalia Lucio, quienes, a pesar de pertenecer a la burguesía, muestran una crítica social con las escenas domésticas, representan a las amas de llaves, marcando, a su vez, su propia identidad de clase. Parte de este trabajo también lo plasmó hace unos años en su libro Ángeles del hogar y Musas callejeras.
“Hago un análisis de representación de las mujeres, desde criterios de raza, clase y de género, cómo se le representa en el arte del siglo XIV, y relucen estas categorías que nos permiten contrastar, mujeres que vendían en la calle y que eran este objeto de deseo y acoso, contrapuestas a las mujeres burguesas guardadas en su casa”, indica.