La Revolución Francesa supuso un movimiento emancipatorio de gran calado en toda la America colonial española, pero siendo fieles a la Historia y la realidad, lo cierto es que este importante hito histórico actuó únicamente como catalizador. Fue, de manera muy resumida, la gota que colmó el vaso y que permitió la apertura de procesos independentistas en Latinoamérica.
Cuando estalló la Revolución Francesa, el mundo hispanoamericano se hallaba en plena crisis. Una coyuntura que no era propia de una depresión productiva ni una frustración interna, sino que tenía más que ver con la ruptura del sistema colonial imperante.
Un año antes de este importante episodio histórico, que puso fin al absolutismo, se había producido en España la muerte del monarca Carlos III. Tras él llegó al poder Carlos IV, con el que se iniciaron grandes acciones de represión contra la propaganda revolucionaria francesa y las ideas avanzadas.
Un proceso histórico que se remonta a varias décadas atrás
La Enciclopedia fue prohibida en todos los territorios coloniales españoles, al igual que los viajes de estudios al extranjero. Todo ello en la Metrópoli. Pero aun así fue difícil controlar en Madrid la avalancha ideológica de la Revolución.
Mientras tanto en Latinoamérica, las ideas progresistas sí cuajaron, pero porque ya se venían alimentando décadas atrás. Tanto el Imperio Español como el Británico ya habían intentado reducir el peso creciente que tenían las colonias y los virreinatos con acciones como la prohibición de construcción de nuevas fábricas o restar peso a la Iglesia católica para centrar el poder en la monarquía.
Todo esto se ponía en marcha con el objetivo de ir minando la influencia de las clases productivas criollas, que iban ganando la partida a la clase dirigente, dependiente de la monarquía pero con cada vez menos respaldo del pueblo.
Una independencia irradiada desde Francia
La lucha independentista iniciada en toda Latinoamérica a partir del siglo XVIII tuvo en la Revolución Francesa un gran espejo donde mirarse, pero su relevancia no es tan poderosa, pues como comentamos es un proceso que ya se venía alimentando desde décadas atrás.
Los sueños de independencia y el ambiente revolucionario de Francia y también de Estados Unidos, fraguó en el continente en un movimiento muy potente, la Gran Logia Americana. En México, uno de esos grandes referentes fue Servando Teresa de Mier, el Padre Mier, que llegó a participar en las Cortes de Cádiz y tras un paso por Londres, volvió a México para formar parte activa del proceso independentista.
En la capital británica fue el encargado de redactar “Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente”. También en Londres conoció al revolucionario español Xavier Mina y en 1816 volvieron a América para continuar con su lucha.
México logró su independencia en 1810, siendo así uno de los primeros estados libres en Latinoamérica. Una fracción, aunque pequeña, de ese logro, se debe a las ideas de libertad, igualdad y fraternidad que se inocularon desde la Revolución Francesa, pero el proceso continental era algo que ya se venía mascando tiempo atrás, tanto al norte como al sur.
El afrancesamiento de México en el siglo XIX
A medida que España iba perdiendo colonias en Latinoamérica, este inmenso territorio, que en su día fueron virreinatos y con el paso del tiempo estado independientes, se fue afrancesando, pero no solo por la Revolución. No resulta fácil rastrear ese proceso ya que las fuentes están muy fragmentadas y no existe una investigación muy exhaustiva sobre el proceso, pero sí hay periódicos y revistas de Veracruz, Puebla y Ciudad de México que así lo validan.
En este punto, es importante señalar que la influencia francesa en México no es solo propia de la Revolución, sino que había llegado al país directamente desde España, con los Borbones. En el siglo XVIII llegaron a México franceses que se encargaron de promover modas y costumbres propias de su país: gastronomía, moda, costureros…
La presencia no física, sino cultural, de Francia en México se hizo muy patente en el siglo XVIII, pero adquirió también relevancia en el siglo XIX, cuando Paris pasa a ser la gran capital mundial por delante de Londres. En todo este periodo, marcado por el Romanticismo, se puede observar influencia francesa en la literatura, la música, la danza o el teatro, entre otras disciplinas.