Imaginar la Ciudad de México con ríos y cuerpos de agua que alimentaban huertos familiares parece insólito cuando se vive en la zozobra de una posible escasez de agua. Pero en la memoria de algunos capitalinos y en las calles aún quedan huellas de ese pasado acuífero.
Una de las reminiscencias arquitectónicas que aún se conservan, por ejemplo, es el famoso Puente de Panzacola en Santa Catarina, Coyoacán. Calles y avenidas, como Canal de Churubusco, Viaducto Río Piedad, Río Consulado, Canal de Miramontes, toman directamente su nombre de los cuerpos de agua que alguna vez corrieron por esas rutas y que quedaron sepultados por toneladas de asfalto cuando las autoridades capitalinas decidieron entubarlos en la década de los años 50 del siglo pasado.
A la par de esas referencias urbanas, en algunas colonias de la zona central de la ciudad hay todavía generaciones que recuerdan su vida cotidiana en torno a los canales o ríos.
“Hay vecinos de zonas como Iztacalco que narran todavía cómo impactó en sus modos de vivir porque tenían parcelas o vivían en las laderas del río; vivían no sólo del comercio lacustre, sino por los alrededores. Me refiero a que ahí tenían su casita, su parcela, tenían su granja”, comparte el cronista e investigador iconográfico Carlos Villasana.
Todo cambió cuando la administración del llamado Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu, jefe del Departamento del Distrito Federal entre 1952 y 1966, comenzó un proceso de ordenamiento y saneamiento urbano.
Bajo el pretexto de que “presentaban aspectos muy desagradables, con frecuencia se convertían en focos de insalubridad y en general impedían el desarrollo normal de extensas zonas”, los ríos, canales y cuerpos de agua fueron entubados, un proceso que fue aceptado como símbolo de modernidad, pero que reconfiguró el ecosistema de la capital, convirtiéndola en una jungla de concreto.
Una historia de gentrificación de Iztacalco y sus canales
Ese reordenamiento urbano trajo consigo la transformación de las formas de vida y territorio de quienes habitaban los bordes de canales, como en Iztacalco, donde además de presenciar la sepultura de esos cuerpos de agua, vieron cómo se iban expandiendo edificios verticales que pronto serían ocupados por personas de fuera.
“Les empiezan a cambiar parcelas por propiedades. Y así como lo hemos visto en Tlatelolco, aquí en Iztacalco, les hacían pensar a la gente que vivía ahí que estaban en una franja de pobreza, que iban a cambiar y que todo estaba hecho para ellos mismos, cuando en realidad los desplazaron y vinieron otras personas”, comenta el cronista al hablar de la fundación de la colonia Militar Marte, desarrollada a mediados de los años 50 sobre terrenos del ejido de Iztacalco para ofrecer viviendas de gran calidad a altos miembros del Ejército.
“Es increíble porque este mismo concepto, en los años 50 y 60, lo ves replicado en toda la ciudad, a costa de ir tapando el agua porque empiezan a darle prioridad a las vías de comunicación”, refiere Villasana, miembro del Colegio de Cronistas de la Ciudad de México.
Eso también se puede ver en zonas donde en esa época se desarrollaron colonias residenciales de clase alta, como la primera sección del Pedregal, donde los caudales que sobrevivían del río Magdalena fueron adoquinados para armonizar el área.
Según lo consigna el libro La Ciudad de México. Departamento del Distrito Federal 1952-1964, que da cuenta de las obras urbanas realizadas durante la gestión de Uruchurtu, en el Pedregal, “por respeto a la tradición”, se restauraron los puentes antiguos de ese río y quedaron como adorno del centro de los camellones de la moderna colonia.
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— Carlos Villasana S. (@CvillasanaS) December 13, 2021
¿Por qué se instalaron farmacéuticas en Churubusco?
En ese proceso de reapropiación de zonas cercanas a ríos y cuerpos de agua destaca en el mapa urbano de la ciudad la instalación de diversos laboratorios farmacéuticos en las colonias aledañas al canal de Churubusco y Tlalpan, en un área donde corría un río caudaloso y donde, según evidencias arqueológicas, existieron manantiales que los mexicas utilizaban con fines rituales.
“En General Anaya hay toda una zona farmacéutica. Ahí está el laboratorio Lilly y otros porque ahí había muchísima agua que utilizaban para hacer todos sus productos”, refiere Villasana.
Más al sur, sobre Canal de Miramontes, se instalaron también refresqueras, como Coca-Cola o la marca Chaparritas.
Y así como estos espacios industriales, a lo largo de la ciudad hay todavía diversas huellas arquitectónicas de la abundancia del agua que alguna vez tuvo la ciudad.
“En todo Divisón del Norte ves respiraderos del río que pasaba por ahí. Es ridículo pensar que ahora hay una escasez de agua, cuando era lo que más abundaba”, señala el cronista cuya rica colección de fotografías antiguas da cuenta de la actividades recreativas y vida cotidiana que alguna vez existió en torno a famosos canales como el de La Viga, en Iztacalco.