Caras vemos, ciencia no sabemos
Los seres humanos nos “pintamos” solos a la hora de satisfacer nuestra necesidad innata de atribuir significado a las cosas y encontrar un sentido de orden en el entorno.
Un ejemplo clásico de la percepción de patrones en estímulos vagos o accidentales, surge cuando detectamos rostros o expresiones faciales en objetos, lo que recibe el nombre de “pareidolia”.
En la jerga estadística, la pareidolia se conoce como “error Tipo 1” o “falso positivo”, es decir, un error cognitivo que consiste en creer que algo es verídico cuando no lo es.
Eugenia RodríguezLos seres humanos nos “pintamos” solos a la hora de satisfacer nuestra necesidad innata de atribuir significado a las cosas y encontrar un sentido de orden en el entorno.
Un ejemplo clásico de la percepción de patrones en estímulos vagos o accidentales, surge cuando detectamos rostros o expresiones faciales en objetos, lo que recibe el nombre de “pareidolia”.
En la jerga estadística, la pareidolia se conoce como “error Tipo 1” o “falso positivo”, es decir, un error cognitivo que consiste en creer que algo es verídico cuando no lo es.
Que Diana Duyser, una residente de la ciudad de Hollywood, en Florida, haya “visto” la imagen de la Virgen María hace más de una década en un sándwich de queso –conservado durante 10 años, antes de ser vendido por 28 mil dólares en una subasta en línea por eBay–, no es cuestión de fenómenos paranormales, sino de una tendencia intrínseca del ser humano que reside en nuestro ADN.
Lo mismo sucede en el caso del rostro de Satán que “apareció” entre las cenizas de las Torres Gemelas del World Trade Center, en la emblemática fotografía de Mark D. Phillips captó segundos después del atentado del 9/11.
Y es que nuestro talento –no exclusivo de la especie humana– de reconocimiento facial se concibe como un rasgo de supervivencia que ha evolucionado a lo largo de la historia de la humanidad.
Así lo llegó a especular el astrónomo Carl Sagan en “El mundo y sus demonios”: “Tan pronto como el bebé pueda ver, reconoce caras, y ahora sabemos que esta habilidad está ‘cableada’ en nuestro cerebro.
“Los bebés que hace un millón de años eran incapaces de reconocer un rostro, regresaban la sonrisa con menor frecuencia, tenían menor probabilidad de prosperar y de ganar los corazones de sus padres.
“En estos días, casi todos los bebés se apresuran a identificar un rostro humano y a responder con una sonrisa”, indica el astrónomo.
La ciencia detrás de los rostros
“Nuestros cerebros están exquisitamente sintonizados para percibir, reconocer y recordar rostros”, escriben en Scientific American Susana Martínez-Conde y Stephen L. Macknik, directores del laboratorio en el Barrow Neurological Institute, en Phoenix, Arizona.
Y este “buen ojo” para detectar rostros humanos responde a una estructura del cerebro conocida como “giro fusiforme”, involucrada en el reconocimiento facial.
Un estudio reciente de los neurocientíficos de la Universidad de Standford Kalanit Grill-Spector y Kevin Weiner, arrojó lo que se considera la evidencia más convincente a la fecha del rol que tiene esta área del cerebro en el reconocimiento facial.
En 2010, los científicos descubrieron dos grupos nerviosos –llamados pFus y mFus– en el giro fusiforme que responden con mayor fuerza ante el estímulo de una cara, que a otras partes del cuerpo u objetos inanimados.
Más adelante, en un estudio publicado a fines de octubre de este año en el Journal of Neuroscience, los investigadores, en colaboración con el neurocientífico Josef Parvizi, demostraron que la estimulación suave de estos dos grupos nerviosos, críticos en el reconocimiento facial, logró alterar la percepción de rostros de Ron Blackwell, el sujeto en quien realizaron el procedimiento clínico indoloro.
El estudio, el primero en su tipo, se llevó a cabo en el Standford Hospital & Clinics, donde los doctores implantaron electrodos intracraneales de forma temporal en el cerebro de Blackwell, para registrar la actividad de la corteza cerebral, además de valerse de la técnica de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI, por su siglas en inglés).
Frases como “usted se acaba de convertir en otra persona”, “su cara ha sufrido una metamorfosis”, o “su cara fue lo que cambió, lo demás permaneció igual”, fueron parte de las reacciones inmediatas de Blackwell una vez que comenzó la estimulación sobre esos dos grupos de nervios, que lo llevó a observar el rostro del investigador de una manera distorsionada.
Pero cuando la estimulación se detuvo, la percepción facial regresó a la normalidad.
Los hallazgos del estudio pueden contribuir a una mejora en el tratamiento de las personas con prosopagnosia, conocido coloquialmente como “ceguera facial”, un trastorno que les imposibilita distinguir una cara de otra, como es el caso del reconocido neurólogo Oliver Sacks, quien popularizó esta condición en su libro “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”.
Existen casos de personas que nacen con esta condición neurológica –Sacks, por ejemplo–, aunque también la padecen quienes han sufrido lesiones en el ya mencionado giro fusiforme.
Lo descubierto en esta investigación también puede ayudar a “comprender por qué algunos de nosotros somos mejores que otros reconociendo y recordando rostros”, señala el escritor científico Bruce Goldman en un artículo publicado en la Standford School of Medicine.
El cerebro no se la cree
¿Qué hace que distingamos qué sí y qué no es un rostro, de tal forma que al “ver”, por ejemplo, la cara de una persona entre las manchas que se forman en un piso de madera desgastado, la identifiquemos simplemente como una mera ilusión óptica de tipo facial, en lugar de un rostro genuino?
Interesados en conocer cómo el cerebro discierne esta información, un equipo de neurocientíficos del Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT, en inglés) realizó un estudio en el que crearon una serie continua de imágenes, que iban desde las más ajenas al rostro de una persona –o lo que entraría dentro de la pareidolia– hasta caras reales.
Posteriormente, los participantes hicieron comparaciones uno a uno de las imágenes, evaluando qué tan semejantes a un rostro auténtico les resultaban, al tiempo que la actividad de su cerebro era registrada mediante resonancia magnética funcional.
Lo que se observó fue un patrón de actividad opuesto entre los dos hemisferios del cerebro. El hemisferio izquierdo, por ejemplo, no hacía una distinción clara entre un rostro humano y lo que parecía ser la imagen bizarra de una cara formada en una roca.
En cambio, el hemisferio derecho era el que no se dejaba engañar, mostrando un patrón de actividad completamente distinto cuando los sujetos miraban la imagen de un rostro auténtico y cuando lo que tenían de frente eran meras ilusiones ópticas de caras.
Todo esto da cuenta de una distribución de tareas de procesamiento visual entre ambos hemisferios, siendo el derecho el que finalmente “toma” la decisión de establecer si lo que vemos merece o no ser considerado un rostro.
Una dinámica compleja para algo aparentemente tan sencillo como reconocer la cara del vecino que vemos a distancia entre el mar de rostros que saturan un centro comercial.
Paciente Blackwell
El estudio en video
Detrás del reconocimiento facial
Estudio de los hemisferios