¿Te imaginas que una lectura íntima se comparta en un espacio público como la Central de Abasto de la Ciudad de México? Así sucedió con Antígona González, obra de la poeta Sara Uribe.
“Cada vez me convenzo más de que es un libro que puede leerse en solitario pero que frente a la comunidad yo no debo leerlo sola. La mejor manera de compartirlo es entre todos, porque es muy pesado”, menciona la autora.
Dos personajes de la literatura se encontraron con locatarios y clientes: Antígona, de la mitología griega y su adaptación actual, y Gregorio Samsa, de La metamorfosis.
La biblioteca que lleva este nombre, fundada por los hermanos Tentle en el sector de Frutas y Legumbres de la Central de Abasto, realizó su primera tertulia literaria. La escritora empezó a pronunciar las “Instrucciones para contar muertos”, con las que inicia su libro.
“Contarlos a todos. Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría ser el mío. El cuerpo de uno de los míos. Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre son nuestros cuerpos perdidos. Me llamo Antígona González y busco entre los muertos el cadáver de mi hermano”, leyó.
Gregorio, Luis, Carlos, Verónica y Juan, comerciantes y, a su vez, bibliotecarios del local número 73 de la nave I-J, cambiaron los pregones por versos.
“Hay que sacar la literatura a la calle, a las personas que no tienen ni el tiempo ni la oportunidad porque trabajan todo el día. Hay que venir, los escritores, los promotores, tenemos la responsabilidad social”, mencionó quien fuera becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca).
La queretana y “norteña por adopción” recordó que a los 16 años trabajó como mesera en el restaurante de mariscos de un mercado para poder financiar su licenciatura en Filosofía.
“Me sentí muy acogida aquí en la Central de Abasto, me encanta que los libros estén en cajas de fruta, mis primeros libreros fueron así”, reveló.
De la tragedia de Sófocles a la poesía de Uribe
En la tragedia de Sófocles, Antígona busca enterrar a su hermano Polinices, pese a que Creonte, el rey de Tebas, lo castiga sin un sepulcro digno.
En 2011, la directora de teatro y actriz tampiqueña, Sandra Muñoz, le propuso a Uribe escribir una adaptación a la guerra contra el narcotráfico en Tamaulipas, retomar la historia de la activista Isabel Miranda de Wallace y su hijo secuestrado y hablar de la recuperación de los cuerpos de desaparecidos.
“Este libro es escrito con otros, para otros y por otros. Fue por encargo, la directora de teatro Sandra Muñoz fue la que me dio tres directrices, cumplí dos”, expresó.
Releyó la obra original. El ensayo Dolerse. Texto desde un país herido, publicado en 2011 por la escritora tamaulipeca Cristina Rivera de Garza, la alentó. También se apoyó en la llamada nota roja, las entrevistas periodísticas de Marcela Turatti y Daniela Rea y en Menos días aquí, un proyecto colectivo que desde 2010 buscó guardar la memoria de los muertos por violencia.
Fue hasta el 6 de abril, día del hallazgo de las fosas de San Fernando cuando aceptó la encomienda. La poeta llegó a Tamaulipas en 1996 y en ese entonces trabajaba en el Instituto de Cultura estatal.
“Esa mañana en que supimos que se habían descubierto estas fosas y que los familiares se volcaron en largas filas para reconocer los cuerpos, se presentaba un libro en el auditorio más importante de Tamaulipas y estaba el gobernador. Yo pensé que como gesto mínimo iba a pedir un minuto de silencio por las víctimas, por lo que había ocurrido a dos horas de donde estábamos. Ese gesto que me parece simbólicamente burocrático no sucedió, transcurrió todo el evento e incluso la banda del estado estaba tocando polkas, que son melodías muy alegres”, narró.
Uribe sintió la necesidad de hacer algo por su propia comunidad y, a través de la poesía, visibilizar a las víctimas.
Después de la documentación, vino la parte de elegir cuál era la mejor forma de contar la historia. Decidió que tenía que estar la voz de otros y utilizó tuits redactados por la literata tamaulipeca Nidia Cuan.
“Cuando pensé, por ejemplo, en el coro de la Antígona de Sófocles, dije ‘¿cuál va a ser el coro de Antígona González?’ y me topé con los tuits que hablan de las muertes en nuestro país”, explicó, en entrevista con Reporte Índigo.
El vínculo lector-autor en la Central de Abasto
Antígona ya no es un mito griego; es una realidad. “Me preguntaba quién era el Creonte ahora y, por supuesto, es el gobierno, que ha dejado en manos de los ciudadanos la búsqueda de las personas que han sido víctimas, cuando debió haber dicho qué íbamos a hacer con todas estas Antígonas y nunca respondió”, afirmó la poeta.
Para Sara Uribe, la literatura junta al autor y al lector y crea un vínculo entre ambos. Por ejemplo, una vez le mostraron una fotografía en la que aparecía una manta que tenía una de las frases del libro y le dijeron que no habían citado su nombre. Era una consigna en una marcha de personas pidiendo justicia en la Ciudad de México y no le importó el crédito, sino el hecho de que alguien pudiera identificarse.
En otra ocasión, una maestra de la Universidad Autónoma de Tamaulipas le dio a leer Antígona González a sus estudiantes y la invitó a su clase. Un alumno le contó que su hermano había muerto por un tema de violencia y su libro le había permitido entender lo que estaba sintiendo.
“Me sentí conmovida de que algo de lo que yo hubiera escrito lo pudiera haber ayudado porque en mi propia experiencia, a mí los libros de otros me ayudaron. Y si alguna vez decidí ser escritora fue justo por eso. Cuando este chico me escribe este correo, sentí que había logrado, de alguna forma, devolver por lo menos un poquito de todo lo que los autores me habían dado”, afirmó.