Adicción al mal amor
El mal de amores es algo que muchas personas han padecido. “Sufrir por amor” y “morir de amor” son dos ideas que tal vez reforzaron su naturaleza romántica gracias a las tragedias de Shakespeare, que ahora deberían parecernos anticuadas, aunque no es así.
Desde que tengo uso de razón he escuchado que el amor debe tener una parte dolorosa, y la cultura pop se ha encargado de hacer crecer esa idea en mí y en millones de personas. Frases de canciones como “amar es sufrir, querer es gozar” que canta un triste José José en "Amar y Querer", o más recientemente
Rocío Aguilera
El mal de amores es algo que muchas personas han padecido. “Sufrir por amor” y “morir de amor” son dos ideas que tal vez reforzaron su naturaleza romántica gracias a las tragedias de Shakespeare, que ahora deberían parecernos anticuadas, aunque no es así.
Desde que tengo uso de razón he escuchado que el amor debe tener una parte dolorosa, y la cultura pop se ha encargado de hacer crecer esa idea en mí y en millones de personas. Frases de canciones como “amar es sufrir, querer es gozar” que canta un triste José José en “Amar y Querer”, o más recientemente
“But that was love and it’s an ache I still remember” que hemos escuchado hasta el cansancio este año en la letra de la canción “Somebody That I Used to Know” de Gotye.
Y ni se diga de los cientos de películas en las que los protagonistas se la pasan sufriendo el 90 por ciento de la historia, hasta que logran estar con su ser amado y entonces son felices.
Todo esto nos ha hecho pensar que –como dice el dicho– “quien bien te quiere, te hará llorar”, y que por lo mismo es normal que nos encontremos estancados en relaciones que al parecer no nos satisfacen, quejándonos siempre por algo que hace o deja de hacer nuestra pareja. Después de todo, “peor es nada”.
Carlos Eduardo Leal Lozano, psicólogo clínico, afirma en entrevista para Reporte Indigo que este es un lamento muy común en su consultorio. Las personas casi siempre hablan de lo que su pareja hace y cómo se sienten, pero no hablan de su participación en esa dinámica.
“Es particularmente común este detalle, la decepción que el otro genera, es decir, que el otro no me da lo que yo quiero, lo que busco y lo que espero de esa persona”, dice.
Pareciera que para algunas personas es importante tener discusiones con su pareja, incluso hay quien dice que “se aburre” si su relación es muy “plana”. Pero entonces, ¿qué nos lleva a estar en una relación así? ¿Por qué a pesar de que nos quejamos no nos alejamos de la situación?
Para Richard A. Friedman, director de Psicofarmacología de la clínica psiquiátrica Payne Whitney y de la escuela de medicina de la Universidad Cornell en Nueva York, no todo se debe al sufrimiento. Para él, existe otra forma de entender esa atracción hacia personas que son impredecibles, una explicación que implica al circuito de recompensa del cerebro, una primitiva red neuronal enterrada en lo más profundo de este órgano que es muy sensible a premios como el sexo, el dinero y la comida.
Pero si así fuera, ¿podría esta conducta ser adictiva? Leal Lozano, quien además es psicoanalista, dice que las personas que se encuentran en ese tipo de relaciones no se hacen esa pregunta regularmente y cuando llegan a cuestionarse “¿qué hago aquí?”, es angustiante para ellos porque no encuentran una respuesta sólida. Para él, más bien se trata de una repetición.
“Las personas que están en este tipo de relaciones regularmente son repetitivas, salen de una y se meten a otra igual, sin darse cuenta, no es que lo hagan a propósito. Digamos que son víctimas de sus propios actos, sin saber cómo pero precisamente siempre llegan a ese tipo de relaciones que presentan una inestabilidad desagradable”.
Amor impredecible
Friedman, quien también escribe para The New York Times, dice en su artículo “I Heart Unpredictable Love” que este tipo de atracción es como apostar, pero lo que se gana es afecto y sexo. Para él, la clave es que la recompensa es inesperada, lo que hace que sea muy potente y atractivo para el cerebro, y lo sustenta con un par de estudios.
El primero es uno que realizó el psiquiatra Gregory Berns de la Universidad Emory en Atlanta, en él los participantes recibieron jugo de frutas y agua (que fueron vistos como recompensas) mientras se hacía una imagen por resonancia magnética (IRM) de sus cerebros. En una parte de la sesión los sujetos recibían las recompensas de forma aleatoria, durante la otra parte el agua y el jugo se les daban cada 10 segundos.
En el estudio, publicado en The Journal of Neuroscience, Berns descubrió que el agua y el jugo provocaban una mayor activación en el circuito de recompensa del cerebro cuando eran administrados inesperadamente que cuando los recibían de manera predecible. Cuando esta parte es estimulada, libera dopamina, la cual transmite una sensación de placer cuando llega a un nivel crítico.
El patrón se cumplía así recibieran agua o jugo, a pesar de que la mayoría de las personas tenía una clara preferencia.
Según Friedman, la razón de por qué hay una mayor activación con lo inesperado podría ser que este circuito ha evolucionado durante todos estos años para que podamos reconocer las recompensas que están a nuestro alrededor y que son esenciales para nuestra supervivencia, como los alimentos y un compañero sexual adecuado.
Los estímulos imprevistos pueden hacernos notar cosas acerca del mundo que no conocemos. Además pueden servir como una señal de que una gran recompensa podría estar cerca, así que es una ventaja que llamen nuestra atención.
Pero, ¿cuál es la relación directa con este tipo de relaciones? Para Friedman el amor y el apego son como el jugo de frutas en el experimento de Berns, reforzadores naturales que pueden activar el circuito de recompensa.
Lo que nos lleva al segundo estudio, la antropóloga Helen Fisher observó a un grupo de 17 personas en la etapa de enamoramiento romántico intenso y encontró que al ver una imagen del ser amado se activaba fuertemente este circuito.
“Si estás involucrado en una relación impredecible, tal vez no te guste mucho, pero seguramente tu circuito de recompensa va a notar el comportamiento caprichoso y te dará información que podría entrar en conflicto con lo que conscientemente crees que es lo mejor”, escribe Friedman.
Entonces, ya que las recompensas impredecibles liberan más dopamina que las predecibles, y más dopamina significa más placer, una implicación de este estudio es que las personas experimentan más placer con las recompensas inesperadas, pero puede ser que no estén conscientes de ello.
Para Richard A. Friedman, estos datos podrían explicar la paradoja de la gente que vive quejándose de su pareja, pero sigue regresando a la relación una y otra vez.
¿Puede funcionar una relación así?
Para Leal Lozano, cada persona debe tener muy claro qué está buscando en una relación, qué es lo que espera del otro y qué es lo que está dispuesto a hacer para obtenerlo. Pero lo más importante es que se den cuenta de qué papel están jugando, cuál es su participación en esa relación, no solo ver lo que hace el otro.
“Cuando empiezan a preguntarse ‘¿cómo estoy participando yo en este problema de pareja?’ es cuando empieza a haber un progreso en el tratamiento debido a que dejan de ser solo víctimas de lo que les está pasando y empiezan a moverse, empiezan a darse cuenta que si bien no es una culpa, tienen una participación en lo que les está pasando”, afirma.
Es muy difícil que una buena relación surja de la nada, y más difícil aún que se mantenga así por muchos años, por lo que Leal Lozano aconseja que el primer paso para que funcione es hacer un acuerdo de trabajo, aunque suene un poco frío.
“Si quisiéramos ver el amor por ejemplo como una energía, tenemos que estar conscientes que no es simplemente un recurso que no se acaba, es un recurso que se acaba si no se trata, si no se alimenta, si no se trabaja, el amor se acaba, es decir hay un desgaste”.
Así, al saber cada quién el rol que tiene y lo que se debe hacer para tener una mejor relación, tal vez dejemos de ver al sufrimiento en el amor como algo normal.