Como se ha dado a conocer, Israel ha sido uno de los países que más rápido ha logrado inmunizar a la mayor parte de su población. En los primeros meses de este año se convirtió en un ejemplo mundial al lograr aplicar el esquema completo de Pfizer a más del 60 por ciento de su gente y al menos una dosis al 100 por ciento de los mayores de 18 años. Sin embargo, a finales de abril, cerca de 400 personas que acababan de recibir su segunda dosis tuvieron que ser hospitalizadas con síntomas severos de COVID-19 producidos por la variante Delta.
¿Cómo era esto posible? Después de un amplio estudio para averiguar lo que estaba pasando, lo que se descubrió ha prendido las alarmas a nivel mundial. Se trata de un fenómeno conocido como “breakthrough infection” que consiste en que alguna persona inoculada se contagia de la misma enfermedad para la que había sido vacunada.
De acuerdo con diversos científicos, entre los que destaca el virólogo belga Vanden Bossche, esto se debe a que la vacunación masiva está produciendo una rápida evolución de nuevas variantes, más resistentes, que acaban por infectar con mayor severidad a quienes ya han sido vacunados, debido a que su sistema inmunológico ha sido alterado… ¡Por la misma vacuna!
La lógica detrás de la hipótesis de Vanden Bossche es que, cuando un virus infecta a una población va mutando de manera natural conforme avanza la pandemia. Pero si en medio de ésta, haces algo que acelere la evolución del virus, como, por ejemplo, una vacuna que no es 100 por ciento efectiva, el virus mutará más rápido hasta lograr evadir las defensas producidas por la misma inmunización. En otras palabras, la vacunación masiva podría crear una crisis sanitaria peor que la que produce la pandemia misma.
Según Vanden Bossche, al generar la aparición de nuevas variantes cada vez más resistentes, la vacunación masiva ha producido una peligrosa combinación de fuerzas que representan un riesgo de salud a nivel global. Por una lado, una fuerte presión producida por el alto nivel de infección viral; y, por otro, la erosión de la protección derivada de la inmunidad natural del cuerpo para neutralizar el virus.
Esto significa que, entre más vacunas se apliquen, cada vez serían menos efectivas las medidas de prevención, como la sana distancia y el uso de cubrebocas. Lo que incluso pudiera llevarnos nuevamente a un cierre de actividades como la única defensa ante nuevas variantes más infecciosas y letales.
Ciertamente, todavía es muy temprano para sacar conclusiones definitivas respecto a la dimensión y alcance del fenómeno “breakthrough infection”. No obstante, hace unos días, Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, tuvo que reconocer públicamente el fenómeno como “algo inevitable”. Aunque dijo que “vemos esto con todas las vacunas, tanto en los ensayos clínicos, como en el mundo real”.
Vanden Bossche ha insistido en que “a pesar de la eficacia y seguridad (de las vacunas) en los ensayos clínicos, no hay una sola evidencia de que protejan a la población cuando son usadas en campañas masivas de vacunación durante una pandemia”, debido, justamente, a la generación de nuevas variantes producto de las inoculaciones.
En todo caso, es un hecho que se está generando a nivel global una corriente de opinión entre la comunidad científica respecto a la necesidad de poner atención a este problema y aclarar cuál es la situación real. Un indicador de que el problema existe, fueron las recientes declaraciones de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, en el sentido de que “hay una fuerte probabilidad de que surjan nuevas variantes preocupantes, posiblemente más peligrosas y más difíciles de controlar” que la Delta. Esto nos obliga a seguir muy atentos hasta lograr identificar cuál es la causa de esta evolución acelerada de nuevas variantes y estar listos para reaccionar de la mejor manera posible.