¿Una carrera al 2024 o un maratón al 2030?

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López Obrador dejará varias bombas de tiempo a su sucesor. Las crisis más graves en economía, seguridad, salud y otros temas no estallarán en este sexenio que las sembró, sino en el siguiente, independientemente de qué partido gobierne. Surge entonces una pregunta indispensable, si bien polémica: ¿conviene a las oposiciones ganar la presidencia en 2024? No se trata de rendir la plaza, sino de administrar las batallas y los tiempos. Veamos los escenarios con objetividad.

El próximo presidente(a) enfrentará una deuda pública que contario a la narrativa oficial, aumentó de 8 billones en 2018 a más de 11.6 al día de hoy; una economía sin crecimiento; presiones financieras por subsidios (PEMEX, AIFA, etc.), y un país en el que pese a programas y transferencias, el 43.9 por ciento de la población está en pobreza y 8.5 por ciento en pobreza extrema. Sumado a que los fondos de estabilización con los que contaba México, AMLO ya los derrochó.

Además, la siguiente administración heredará un país con entre 85-100 homicidios diarios, una Guardia Nacional sin estrategia, policías civiles más debilitadas que nunca y regiones enteras del país que, en la práctica, son gobernadas por el crimen organizado. Sume a eso instituciones deterioradas, desde los servicios de salud y educativos hasta los de protección civil.

Frente a esta realidad, imaginemos un primer escenario: la oposición gana la presidencia. Esto ocurriría con una alianza inestable y por un margen estrecho; es decir, sería de origen un gobierno débil. Cuando aquellas bombas empiecen a estallar, el lopezobradorismo culpará al “regreso del neoliberalismo” para evadir su responsabilidad, y pondrá obstáculos en cada oportunidad: obstrucción legislativa, movilizaciones callejeras y claro, la revocación de mandato en 2027.

El lopezobradorismo, que hoy ya está desgastado, podría así encontrar nueva unidad interna y respaldo de ciudadanos que (equivocadamente) culpen al nuevo gobierno de los problemas. El peor resultado sería que regresaran en 2030 con más fuerza y con las oposiciones aún más deslegitimadas, haciendo imposible una nueva alternancia quizá por décadas.

Imaginemos el segundo escenario: gana Morena. En este caso, el lopezobradorismo no podrá culpar a nadie más por los errores que sembraron. Además, sin el liderazgo personal de AMLO, se ahondarán sus divisiones internas que, a falta de institucionalidad, pueden terminar carcomiendo rápidamente a ese proyecto; y aumentará el de por sí creciente rechazo ciudadano.

Mientras esto ocurre, las oposiciones podrían dedicar todos sus esfuerzos a ganar gobiernos locales (como pasó en Nuevo León o partes de la Ciudad de México) y retener bastiones importantes (como Jalisco), así como aumentar su presencia en el Congreso Federal y los locales.

El gran riesgo de un segundo sexenio morenista es que, aunque como gobierno sean un fracaso, terminen de someter a las instituciones que les estorban y consolidarse en el poder mediante el uso de programas sociales, creando cacicazgos locales y nacionales que cueste décadas vencer.

¿Qué deben hacer las oposiciones? Prepararse para ambos escenarios. En cualquier caso, correr un maratón para ganar la mayoría absoluta en 2024, la calificada en 2027 y pase lo que pase crear las condiciones para obtener la presidencia en 2030. En el camino, que el lopezobradorismo termine de desgastarse. Lo más importante es crear un amplio y genuino respaldo ciudadano que, como con el INE, defienda las victorias que democráticamente ganen las oposiciones. Porque no le quepa duda, el lopezobradorismo no reconocerá una sola derrota.

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