No soy un experto en telecomunicaciones ni mucho menos en cuestiones energéticas, nada más apartado de ello. Sin embargo, sí intento analizar lo que espera alguna parte de la sociedad mexicana de las leyes secundarias una vez que las reformas constitucionales en sus respectivas materias ya fueron promulgadas en su debida oportunidad.
México es un país secuestrado por los sindicatos, por los monopolios o los duopolios en materia energética o en los de las telecomunicaciones, para ya ni hablar en lo relativo al cemento o al pan industrial… El costo exagerado de la telefonía celular constituye una auténtica agresión al bolsillo de los consumidores, quienes además de dolorosas exacciones de las que somos víctimas, todavía tenemos que soportar un mal servicio –sálvese quien pueda- por la suspensión permanente en las llamadas telefónicas o por la insoportable lentitud inevitable para bajar datos a la computadora.
En otro orden de ideas, también padecemos las flagelaciones en el precio de los combustibles que nos vemos obligados a importar ante la ineficiencia del aparato burocrático en que se encuentra paralizado Pemex. Tenemos que echar mano de miles de millones de dólares, desperdiciar multibillonarias divisas destinadas a la importación de gas y gasolinas que bien se podrían invertir en la infraestuctura carretera o portuaria o educativa, todo un desastre.
Los mexicanos esperamos que las famosas leyes secundarias finalmente concluyan con la existencia de monopolios o duopolios que esquilman al consumidor, en la inteligencia de que la riqueza de quienes los controlan insulta a la sensibilidad y al decoro de la nación.
Los mexicanos esperamos que el costo de la telefonía se abarate para convertirnos en un país mucho más competitivo de cara a nuestras exportaciones. La agilidad en materia de comunicaciones es un sinónimo de eficiencia y no de lujo o de poder. Los mexicanos esperamos que la decapitación afortunada y extemporánea de los monopolios se traduzca en una mayor justicia social.
Los mexicanos esperamos que la apertura en materia televisiva empiece con la cancelación de un largo proceso de estupidización de la comunidad que se embrutece –otra vez sálvese el pueda- con tan solo prender su aparato de televisión. El simple hecho de ver la inmensa mayoría de los programas de TV equivale a beber un litro de pulque.
Los mexicanos sabemos que “negocios sucios, grandes fortunas” de ahí que sea de nuestro interés asestar un golpe mortal a las actividades preponderantes que destruyen la competitividad, erosionan la capacidad de ahorro, agotan la paciencia y aceleran el proceso de embrutecimiento de la sociedad que además, consume comida chatarra e ingiere aguas negras.
Si el Gobierno federal y el Congreso no supieron controlar a los monopolios y a los duopolios que atentan en contra del bolsillo, de la dignidad y de la inteligencia del electorado dejando abiertas posibilidades de elusión y de evasión al no haber logrado una legislación secundaria hermética y eficiente que facilite la expansión de los negocios sectoriales y que cuide los intereses de los consumidores, entonces no tendremos más remedio que aceptar la existencia de un Congreso inútil además de caro, carísimo, o tal vez corrupto o torpe o todo junto… Ya veremos…