El país se encuentra ocupado por el crimen, no solo en los lugares en los que brota la violencia y vemos escenas como las de Sinaloa o Chihuahua. Salvo excepciones, el narcotráfico, sus bandas asociadas o grupos locales de extrema crueldad son dueños de México.
El saldo hay que repetirlo hasta que volvamos a tomar conciencia de la realidad. Parece raro lo anterior, pero, al paso de los años, el país se acostumbró a las noticias que en otras latitudes serían un escándalo. No me imagino la idílica Dinamarca envuelta en el baño de sangre que vivimos.
En los últimos tres sexenios se han acumulado 500 mil homicidios y 100 mil personas desaparecidas. Por más piruetas que hace el gobierno actual, la violencia no disminuyó y, por lo tanto, no hay paz.
La génesis del problema se encuentra décadas atrás, y está relacionada con el advenimiento de la globalización, el capitalismo salvaje, el desmantelamiento del Estado corporativo, los cambios en el mercado de la droga y la poca eficacia para enfrentar la crisis.
El crimen tiene como aliados a muchos políticos. Los hay cómplices que facilitan o participan de manera consciente en las actividades delictivas; pero hay otro grupo igual o tal vez más peligroso, formado por indolentes, inexpertos, novatos, ignorantes o incrédulos.
El problema se complica por políticas erróneas o ilógicas, y en muchas ocasiones por prejuicios o creencias que se acercan a lo dogmático.
A lo anterior debemos sumar que la clase política dominante, responsable de la situación que vivimos, es incapaz de dialogar con la sociedad y los opositores, tampoco reconoce errores y mucho menos acepta que la salida propuesta al problema es incorrecta o cuando menos deficiente.
El debate que sobre la Guardia Nacional y su adscripción al Ejército se dio en la Cámara de Diputados es un fracaso y el anuncio de otro. La mayoría oficial votó, sin modificaciones, lo que le enviaron de la oficina del presidente.
Ante los argumentos de la oposición y la opinión de expertos, se escuchaban mantras que invocaban resultados inexistentes y argumentos falaces.
El triunfo del narco radica en la incapacidad de nuestra sociedad para enfrentarlo. No es aceptable afirmar que la culpa es de todos, pero sí es de los grupos políticos. Aquí incluyo a los que ejercen alguna función de representación institucional.
A México le urge que la inteligencia y no la ignorancia se ocupe del problema, que se concrete un gran acuerdo para lograr la paz y que los políticos, así como sus partidos, asuman su responsabilidad.
La paz es posible y prueba de ello son las entidades sin violencia o aquellas que salieron adelante de situaciones complicadas. Hay muchas historias de éxito en el mundo y tenemos diagnósticos de sobra.
Sin embargo, no hay esperanza cuando los políticos rehúyen la responsabilidad, no aceptan consejos, son cómplices o tienen un dedo de frente.