Bien mencionó el joven guía que nos hizo el honor de acompañarnos durante nuestra visita el Museo del Desierto, en la Ciudad de Saltillo, Coahuila. Por cierto, único museo autosuficiente de México y al que se le acreditan los más importantes descubrimientos paleontológicos de nuestro país.
El calentamiento global comenzó hace 10,000 años, donde se conoce acabó la última glaciación. Y aunque hemos acelerado un poco su proceso con nuestro desorden ambiental, es algo que existe a pesar de nosotros.
La tierra se calienta y se enfría. Está en constante cambio. Lo que era océano y playa, hoy es desierto. Poco o nada tenemos de control sobre ella. Lo que sí tenemos es la capacidad para adaptarnos y la responsabilidad de protegernos.
Nuestras costas y ciudades son golpeadas por fenómenos meteorológicos cada año. ¿Hemos aprendido? ¿Nos hemos adaptado? ¿Dónde está nuestra cultura de previsión?
En la década de los 70 el total de tormentas que golpearon a México sumaron 51. De estás: un huracán categoría 5, tres categoría 4, y siete entre las categorías 1 y 3.
En la primera década del 2000 se repitieron los eventos. Se totalizaron 54 tormentas. A diferencia de los 80 que tuvimos 29 y los 90 43. Un huracán categoría 5, tres categoría 4, y 12 entre las categorías 1 y 3.
Cada década sufrimos el impacto de grandes fenómenos meteorológicos. A pesar de eso, parece que no estamos acostumbrados y por lo que no hemos desarrollado una cultura de previsión. ¿Qué ha cambiado?
Mientras la población en 1970 era de casi 50 millones, en el 2010 fuimos 112 millones de mexicanos. No se diga, además, que gracias al boom de las playas mexicanas, justamente en los 70, la densidad demográfica y la infraestructura de muchas de estas zonas costeras han crecido más del diez mil por ciento. Por ejemplo, Quintana Roo de 88 mil habitantes en los 70 hoy tiene 1.3 millones, y una infraestructura millonaria que recorre todas sus costas desde el norte hasta el sur del estado.
Las ciudades de este estado como: Cancún, Cozumel y Chetumal, han logrado desarrollar una cultura de huracanes, tras los daños sufridos con el huracán Gilberto en 1988. Los daños y las vidas perdidas entonces, no se volvieron a dar con Wilma. Los sistemas de construcción se han adecuado y nuevas tecnologías para proteger los edificios contra la fuerza del viento han ayudado a disminuir las perdidas materiales y por ende las vidas humanas están más protegidas.
Esta cultura de previsión no existe en otros lugares, que si bien no llegan estos fenómenos con sus rachas y su furia, si dejan caer una cantidad de agua tal, que se generan deslaves, se llenan ríos, se inundan pueblos completos.
Los ríos antiguos, hoy son grandes avenidas. Los lagos, pueblos. Las montañas, fraccionamientos. Hay casas y calles donde antes no había. Hemos crecido sin considerar estos fenómenos, que siempre han estado y estarán.
Se ha pecado de ignorancia al urbanizar y entregar permisos de construcción.
Las tormentas son parte de nosotros, de nuestro día a día. Valdría la pena irnos acostumbrando. Adaptarnos. Para sobrevivir a ellas.