En la teoría, el nuevo Sistema Nacional Anti-Corrupción es un gran paso para México, una nación donde la corrupción echó raíces. En la práctica, hay que tomarlo con reservas y, sin pesimismos, reconocer que con ese nuevo Sistema no se solucionará el problema.
Honestamente la cruzada que enarbola ahora Enrique Peña Nieto la han llevado a cabo ya sus antecesores y los resultados están a la vista.
Desde los tiempos de Miguel de la Madrid y su llamada Renovación Moral, que implicó también reformas constitucionales, estamos viendo, viviendo y sufriendo estos esfuerzos.
La corrupción es como la mala hierba, o se corta de raíz o nunca muere y hay que decirlo con claridad, el nuevo modelo anticorrupción no ataca la raíz del problema.
Hemos caído, como muchos otros países, en el circulo vicioso de la corrupción que está compuesto por la desigualdad y la desconfianza y aderezado por la ambición; donde la desconfianza y la desigualad general corrupción y a su vez esa corrupción acentúa la desigualdad y la desconfianza.
Bien lo decía hace unos días en México Eric Uslaner, uno de los más reconocidos estudiosos de la corrupción en el mundo: “la desigualdad social aumenta la corrupción y ésta, a su vez, hace más amplia la brecha entre ricos y pobres… un sistema nacional anticorrupción puede no servir de nada, si no se combaten las causas profundas de este mal”.
El círculo vicioso de la corrupción está aderezado siempre por la ambición que no es sino una especie de miopía que confunde al hombre haciéndole ver que la riqueza está solo en el dinero.
Lo explicó mejor hace unos días el Papa Francisco: “cuando el dinero se convierte en un ídolo impone sus formas de conducta al hombre”, arruinándolo y haciéndolo “un siervo”, mientras que cuando se pone al servicio de la vida “no es el capital que manda sobre los hombres sino los hombres sobre el capital”.
A este dinero mal habido, sucio, injusto…, fruto de corrupción lo llamó Francisco “estiércol del diablo”.
La mala hierba de la corrupción vivirá por décadas en el país, su muerte será lenta, pero se pueden poner ahora las bases para su desaparición total en décadas posteriores.
El antídoto, no hay otro, se llama educación porque solo esta genera igualdad y confianza.
Entre tanto el tema de castigos ejemplares, y un trabajo de los medios de campañas anticorrupción con mensajes poderosos sería un buen inicio.