¡Silencio, por favor!
Llegar a vivir a la Ciudad de México me cayó muy mal. No podía con tanto ruido de autos, personas, patrullas, vendedores ambulantes… Pasé más de tres meses sin poder dormir bien. Estaba acostumbrado a vivir en provincia, a dormir en un cuarto donde lo único que se escuchaba era el trinar de los pájaros […]
Genaro MejíaLlegar a vivir a la Ciudad de México me cayó muy mal. No podía con tanto ruido de autos, personas, patrullas, vendedores ambulantes… Pasé más de tres meses sin poder dormir bien. Estaba acostumbrado a vivir en provincia, a dormir en un cuarto donde lo único que se escuchaba era el trinar de los pájaros desde el árbol de afuera.
Desde entonces, hace más de 20 años, mi relación con el ruido me ha llevado a extremos que nunca hubiera querido. Uno de ellos ocurrió en 2016, cuando era editor en El Economista: comencé a perder mi audición al grado de no escuchar si alguien me saludaba y yo estaba de espaldas. Incluso en las juntas editoriales diarias empecé a no escuchar lo que decían quienes estaban sentados al otro extremo de la sala. Por eso empecé a incumplir con las tareas que me habían asignado y que yo no había escuchado.
También tuvo consecuencias personales. Yo, que siempre he sido platicador, me volví callado en las reuniones familiares y de amigos. Temía comentar algo que ya se había dicho y meter la pata. Me empecé a quedar fuera del mundo.
Al principio, sentí pena de admitir que me estaba quedando sordo, pero el problema se agudizó y me llevó a otro de los extremos de mi relación con el ruido. Tuve que operarme un oído para que me pusieran una micro-prótesis. Y eso trajo de regreso todas las voces y todos los ruidos del mundo a mi cabeza, sin poderlos moderar, sin poderlos atenuar. Al operarme había perdido la capacidad natural que tiene el oído de jerarquizar y matizar sonidos.
Los extremos en mi relación con el ruido siguieron. Algunos años después volví a perder audición en el oído operado y la única opción fue usar un aparato exterior que me ayudara a oír. Además de todo el ruido que trajo, el artefacto le dio en la torre a mi autoestima. Era muy triste invitar a salir a alguien y ver cómo esa chica, cada pocos minutos, miraba mi oreja adornada por el dispositivo.
Luego me volví a operar el otro oído. Ahora la llevo más o menos sin ayuda de un aparato, pero sé que tarde o temprano tendré que volver a colocarme dispositivos auditivos.
Se preguntarán para qué nos cuenta Genaro toda esta historia y qué tiene que ver con emprender o con negocios. Les respondo con mucho gusto: la relación que cada uno de ustedes tenga con el ruido y el silencio es y será clave en la manera en que ejerzan su liderazgo y guíen sus negocios. Lo sé por experiencia.
Me explico. En nuestra era, al ruido ambiental, como el del tráfico, hay que sumarle el ruido conceptual, causado por avisos del celular, juntas por zoom, noticias, mails y ventanas que se abren en nuestra computadora.
El ruido, además de causar alteraciones de sueño, ansiedad, estrés e irritación, nos quita espacios de reflexión, momentos para hacer un alto, mirar hacia atrás el camino andado, revisar cómo nos sentimos, reevaluar estrategias y redefinir proyectos.
Sin silencio y sin reflexión no habrá buenos líderes ni negocios exitosos. Así que la recomendación de esta semana es básica, pero fundamental: ¡Silencio, por favor!
Genaro Mejía es periodista digital y de negocios con más de 20 años de experiencia y LinkedIn Top Voices 2019