Series hasta morir

Santiago Guerra Santiago Guerra Publicado el
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Estamos en la cumbre de la televisión.

Pocas veces se ha manifestado una época tan “gloriosa” para el mundo del entretenimiento como ahora. La “Segunda Era Dorada de la Televisión” (un término establecido por la crítica especializada para referirse a la mejora en los contenidos de televisión de ficción) inició con referentes como Los Soprano, que trata sobre la familia del criminal Tony Soprano, líder de la mafia en Nueva Jersey. Se le considera más ambiciosa por ser una serie de autor, grabada al estilo de una sola cámara y presentar a un héroe poco convencional.

A partir de ella surgió una revolución sin precedentes en la televisión. Desde dramas de “talla chica” como Mad Men y Breaking Bad, hasta épicas con las batallas más intensas y los más altos presupuestos, The Walking Dead, Westworld y la fantástica Game of Thrones, cuyos éxitos y premios no han parado de rendir frutos. Incluso hay quienes comparan a las series de tal calibre como “películas a gran escala”, un término impensable en antiguas generaciones.

Hoy día las barreras entre cine y televisión son cada vez más delgadas.

Hace poco comenzó no sólo un cambio en las técnicas y calidad de la realización de las series, sino también coincidió con una transformación significativa en el formato, que ha dado de qué hablar desde su aparición en el radar colectivo. Netflix rompió tradiciones y modificó la forma en cómo disfrutamos los contenidos audiovisuales. El rito de sentarse a ver un programa a cierta hora en cierto canal se está desvaneciendo. Antes, debíamos esperar meses para ver una temporada completa. Ahora podemos hacerlo en un día.

Esto cambia totalmente el esquema no sólo de consumo de contenido, sino también de su producción. La gente exige más series, más rápido y con la misma calidad a la que están acostumbrados. Tomando en cuenta el tiempo de realización de un producto televisivo de calidad contra cuánto toma consumirlo, entonces habría que preguntarse quién saldría perdiendo.

El cliente siempre gana, pero ¿a qué costo? En este caso no sólo me refiero a un sentido intelectual de “¿qué nueva obra maestra me estoy perdiendo?”, sino también en uno literal. Cuando antes sólo existía Netflix como proveedor, no había discusión al respecto para buscar comodidad, calidad y precio. Ahora, con tanta competencia (Amazon Prime, Clarovideo, entre otros) es más doloroso para la cartera estar realmente a la vanguardia y contar con todas las mejores series.

Vivimos en una época donde no sólo es imposible verlo todo, sino también incluso ver todo de “lo mejor”. No faltará el fanático que platicará hasta el cansancio de su serie favorita y, quizá, a la semana siguiente esté igualmente apasionado por otras dos. O probablemente otro haya descubierto una todavía desconocida para el mundo, una maravilla; pero, por falta de difusión mediante los memes, jamás se logra dar con ella más que por el boca a boca.

Así es el mundo del entretenimiento en estos días. Series mediocres dominadas por la conversación cultural y series magníficas perdidas en el ciberespacio.

Claro, no es una regla omnipresente. Hay contenidos audiovisuales dignos de ser “memeados” y otros que no deberían ser descubiertos. Mas para realmente no perderse de todo, es elemental aprovechar las guías dentro de los medios de comunicación para encontrar algo bueno qué ver. Entre tanto contenido, es lógico que no queramos perder nuestro maratón en algo simplón o poco enriquecedor.

Afortunadamente, existen varios expertos capaces de guiarnos. O podemos fiarnos en las recomendaciones de las plataformas de streaming, pero no siempre son de confianza porque no pueden leernos la mente. Vaya, incluso hay espacios dedicados específicamente a recomendar distintos tipos de contenido.

Hay que aprovechar la era dorada de la televisión, donde podremos encontrar múltiples Sopranos en espera de ser contemplados.

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